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llaman.
—¿Me dejas que lo toque?...
—No; podrías adivinarlo y no habría sorpresa para mañana.
Daisy suspiró y después sonrió satisfecha viendo algo brillante por un
agujero del papel.
—Mira, tía Jo, estoy intrigadísima. ¿Me dejas verlo hoy?
—No, hijita; hay que arreglarlo todo y poner cada cosa en su sitio. Le dije
a tío Teddy que no verías el juguete hasta que se hallase bien acondicionado.
—Si tío Teddy ha intervenido, estoy segura de que el regalo ha sido
espléndido —dijo Daisy palmoteando y recordando los muchos y magníficos
regalos que hacía el rico pariente.
—Tío Teddy me acompañó a comprar el juguete, y estuvo conmigo en la
tienda ayudándome a elegir las distintas piezas; quiso que fuesen bonitas y
grandes, y ha resultado que mi modesto plan se ha ensanchado y
perfeccionado. Ya puedes dar gracias y muchos besos a ese excelente tío, que
te ha regalado la más hermosa de las co... ¡Válgame Dios! Por poco descubro
el secreto.
Calló mamá Bhaer y se dedicó a repasar las notas de las compras, para
evitar la infidencia. Daisy cruzó las manos y se quedó meditabunda,
esforzándose por adivinar el juguete cuyo nombre empezaba con co. Al
entraren la casa, la chicuela no quitó la vista de los paquetes que iban sacando,
y observó que Franz cargaba un bulto grande y pesado, y lo llevaba a la
habitación inmediata a la de la tía Jo. Algo misterioso ocurrió aquella tarde en
la casa, porque Franz estuvo martillando, Asia no dejó de ir y venir, y tía Jo
anduvo de acá para allá ocultando bultos raros bajo el delantal; Teddy era el
único niño a quien se consintió presenciar las manipulaciones, y Teddy, que
aún no sabía hablar, reía y se afanaba por explicar lo que había visto. Daisy
estaba desconcertada y su excitación y su curiosidad se contagiaron a los
niños, que abrumaron a mamá Bhaer con ofrecimientos de ayuda. Pero la
mamá rehusó admitir colaboradores y contestó a todos:
—Las niñas no pueden jugar con los niños; dejen en paz a Daisy y a mí. El
nuevo juguete no es para ustedes.
Los muchachos, tras breve meditación, invitaron amablemente a Daisy
para que jugase con ellos a los bolos, a los soldados, al fútbol. La pequeña se
maravilló de que le prodigaran tantas atenciones. Muy distraída pasó la tarde;
se acostó temprano y a la mañana siguiente aprendió y dio las lecciones tan
bien, que papá Bhaer lamentó que no hubiera modo de disponer de un juguete
nuevo para cada día. Todos los alumnos se estremecieron cuando vieron que