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hombrecitos

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Comprendiendo que no quedaba más recurso que el de obedecer, ansioso

de acabar cuanto antes aquella cruel tarea, se cubrió la cara con el brazo

izquierdo y descargó dos golpes muy duros, que, aun cuando enrojecieron la

mano del que los recibió, hicieron mucho más daño al que los daba.

—¿No es bastante? —preguntó el muchacho, angustiado.

—Dos más —fue la única respuesta.

Nat los aplicó sin ver ya dónde daba, arrojó la palmeta a un extremo de la

sala, y tomando ansioso la cariñosa mano del maestro puso en ella el rostro en

explosión acongojada de cariño, vergüenza y arrepentimiento.

—¡Me acordaré! ¡No lo olvidaré jamás! —sollozó.

Papá Bhaer lo abrazó y le dijo con tanta compasión como energía había

desplegado hasta entonces:

—Deseo y espero que no lo olvidarás; pide a Dios que te ayude y procura

ahorrarnos otra escena como ésta.

Tommy no miró más; saltó del banco y entró en el salón, tan grave y tan

excitado que los condiscípulos lo rodearon preguntándole qué había ocurrido.

En voz baja, y con acento entrecortado, Tommy narró lo ocurrido; los

muchachos creyeron ver el cielo desplomarse al oír aquella inversión del

orden natural de las cosas. Ruboroso, y como si se acusase de horrendo

crimen, balbuceó Emil:

—También yo..., una vez... tuve que hacer eso mismo...

—¿Y le diste palmetazos a nuestro anciano y queridísimo papá Bhaer?...

¡Caramba, me gustaría verte hacerlo ahora! —rugió Ned, encolerizado,

atizando un puñetazo a Emil.

—Pasó hace mucho tiempo; primero me cortaría la cabeza que volver a

pegar a nuestro excelente maestro —contestó Emil, apoyándose en Ned, en

vez de obsequiarle con un bofetón, según acostumbraba hacer con menos

motivo y en ocasiones menos solemnes.

—¿Cómo pudiste pegarle a papá Bhaer? —preguntó Medio-Brooke

horrorizado.

—Creí que no me importaría y hasta pensé que me agradaría. Pero, al

descargar el primer golpe, recordé cuánto había hecho por mí y no pude

seguir. Si me hubiera escupido y pisoteado no hubiera sentido tanta vergüenza

ni tanta aflicción—murmuró Emil golpeándose el pecho arrepentido.

—Nat lloraba y su pena era inmensa; creo que no debemos darnos por

enterados de lo sucedido —propuso Tommy.

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