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ordenara; Ned anunció que iba a fabricar una heladera para la cocina, y
Medio-Brooke, tanto y tanto rogó y tan afectuosamente se prestó a auxiliar,
que se le concedió el alto privilegio de encender la lumbre, de hacer recados y
de contemplar el progreso de la comida. La tía Jo lo dirigía todo, yendo y
viniendo mientras colocaba cortinas limpias en toda la casa.
—Pídele a Asia una copa de crema agria para los pasteles —fue la primera
orden que Medio-Brooke obedeció; salió y volvió trayendo la crema y
haciendo gestos de asombro porque al probarla en el camino la encontró tan
desagradable, que anunció que los pasteles resultarían malísimos.
—Bueno, niña, llena ese plato de harina y añádele sal.
—¡Ay! ¡Todo necesita sal! —murmuró la pequeña, cansada de abrir tantas
veces el salero.
—La sal, como el buen humor, sienta bien a todo —advirtió papá Bhaer,
colocando clavos para colgar los utensilios.
—Mira, tío, aun cuando no te hemos invitado al té, pienso obsequiarte con
pasteles ~exclamó Daisy.
—Mira, Fritz, no vale que interrumpas mi clase de cocina pues me vas a
poner en el caso de que intervenga yo en tus clases de latín, ¿te agradaría? —
preguntó la tía Jo, echando sobre la cabeza de su marido un cortinón de yute.
—¡Muchísimo! Haz la prueba—respondió papá Bhaer, y se alejó cantando
y dando golpecitos, como si fuera un pájaro carpintero.
—Pon un poquito de sosa en la crema, y cuando se hinche añade la harina,
mézclalo bien, adicionando la manteca y fríelo en la sartén, sin quitarlo hasta
que yo vuelva —ordenó mamá Bhaer al salir.
La cocinerita hizo concienzudamente la mezcla y puso un poco de masa a
freír, maravillándose al ver que la masa se trocaba, como por arte mágico, en
hinchada flor de sartén. Medio-Brooke se relamió de gusto. La primera flor
sartenil resultó pegada y chamuscada, porque Daisy se olvidó de poner la
manteca. Después, cuando la omisión quedó subsanada, todo marchó a pedir
de boca.
—Opino que con jarabe estará mejor que con azúcar —insinuó Medio-
Brooke, terminando de poner la mesa.
—Pues anda y pídele un poco de jarabe a Asia —dispuso Daisy, yendo a
lavarse las manos a la habitación inmediata.
La comidita resultó deliciosa; la tetera sólo se volcó tres veces, y el jarro
de leche, una; las flores flotaban en el jarabe y las tostadas sabían a costillas,
por haberse empleado para prepararlas las mismas parrillas que para el