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Three i - ViceVersaMag

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empedrada, Keith, un amigo de Daniel, nos<br />

cuenta de calles y edificios, el habla en las<br />

esquinas agitando sus manos y sus cabellos<br />

como si fuera el centra del mundo.<br />

Observe- a Daniel, tiene aun el rostra nifio,<br />

la risa loca y alucinada, y muchas palabras<br />

saltando de su boca. Caminamos, la noche<br />

es total, New York murmura, canta, a veces<br />

grita, ruge entre los trenes, yo apenas si<br />

respira. Keith cuenta alguna anéedota<br />

erotica ocurrida en el cuarto de uno de esos<br />

lujosos hoteles. Tantéo la oscuridad en la<br />

intimidad de los pequenos bares, las calles<br />

estan frescas invocando los vientos.<br />

La ventana del tren en que me desplazo<br />

me regala a la tarde exquisita, el cielo se<br />

refleja azul sobre los bloques de hielo que<br />

flotan en la superficie de un lago grandîsimo<br />

rodeado de arboles secos y playas congeladas.<br />

Los primeras meses en Montréal me<br />

azotaron los ojos con una desbandada de<br />

sentimientos extremos, cada di'a en la<br />

estaciôn el estruendo de las mâquinas que<br />

pasaban y se perdfan me devolvfan la consciencia<br />

de mi destierro, tanto silencio<br />

quemaba en mi boca!<br />

Montréal y su silencio de agua contenida.<br />

La sobrevuelo con el peso de mis<br />

botas de invierno, siento la caricia de la<br />

><br />

nieve melancôlica, me extravi'o entre las<br />

calles donde las palabras se transforman en<br />

espejismos sucesivos, a cada paso lento y<br />

pesado . A veces la fascinaciôn se prend (a a<br />

mi costado, entonces Montréal se abrfa<br />

como una fruta y sentfa sus olores, la<br />

riqueza de sus contrastes, el rincon de sus<br />

rincones y esas recompensas nocturnas,<br />

cuando las largas figuras humanas y oscuras<br />

se deslizaban lentamente en la noche que<br />

la nieve cubrfa. Entonces sentfa la belleza<br />

de esta ciudad, lo delicado de su contacto,<br />

su plenitud sin bordes; me salvaba de mi<br />

propia conciencia y empezaba a mirar<br />

como quien mira, desde afuera que es desde<br />

adentro y sabia ahf que yo era parte de ese<br />

paisaje humano, de esa hilera interminable<br />

de hombres que se tensaba en el frfo de<br />

enero, en el aire sin perfumes, seco en la<br />

garganta lfquido en las miradas.<br />

Cuando Uegué a New York, ya el muro<br />

de las distancias habfa sido derribado,<br />

Daniel y yo podfamos caminar las calles<br />

monstruosas con todos nuestros restos<br />

intactos, con el sentimiento reencontrado<br />

de ser y no ser al mismo tiempo. En nuestro<br />

peregrinaje mi ansiedad agotaba el espacio<br />

entero, queria deborar con una mirada el<br />

secreto poder de esa ciudad y el secreto<br />

como en Montréal lo presentfa en cada<br />

V-<br />

*-.<br />

X<br />

1<br />

forma humana, en cada intersticio donde<br />

se nombra lo imposible, en la diversidad de<br />

los habitantes taciturnos trozando las<br />

avenidas y las luces de colores. Aqui y alla,<br />

todo forastero puede sonar con el centra<br />

del mundo, concentrarse y confundirse,<br />

gozar del placer de espiar al universo y<br />

deslizarse en el tiempo como en un sueno<br />

largufsimo.<br />

Daniel me cuenta que los latinoaméricanos<br />

en New York tienen los dos pies bien<br />

puestos en la tierra y que en cada esquina<br />

hay un latino contando sus historias. Yo no<br />

puedo decir lo mismo de Montréal, aqui<br />

todos estamos dipersos librando nuestras<br />

pequenas grandes batallas de exilio y sin<br />

embargo, yo siento que en algûn lado de la<br />

noche en Montréal se stâ escribiendo la<br />

historia de las historias, la que cuenta todos<br />

los origines, maleficios y bendiciones, todas<br />

las muertes y renacimientos del mundo.<br />

El no que me lleva me trae y yo como<br />

los rfos no tengo descanso. A Daniel y a mi<br />

nadie nos vio salir, ni nadie nos vio entrar,<br />

los dos andamos de espaldas como quien va<br />

de ffente y que nadie nos pregunte sobre la<br />

suma de los rostros, o en que pedazo de la<br />

calle oscura se duerme el infinito y el<br />

pequeno dragoncito que se perdiô en el<br />

laberinto. •<br />

VICE VERSA 52 29

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