Una palabra para cruzar el puente - Alforja
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Es ontológica y estéticamente llamativo <strong>el</strong> hecho de que Soledad<br />
Álvarez fuese y siga siendo, esta antología lo evidencia, la única<br />
destacada mujer de su núcleo generacional y d<strong>el</strong> grupo La Antorcha.<br />
De igual forma lo fueron Aida Cartagena Portalatín en La Poesía<br />
Sorprendida y Jeannette Miller en la Generación d<strong>el</strong> 60. Soledad es<br />
<strong>el</strong> último eslabón de esa especial estirpe de voces femeninas únicas<br />
en un concierto de voces poéticas que componen un particular hito<br />
en la historia literaria dominicana.<br />
Pero, antes que regodearse en <strong>el</strong>lo, en ese supuesto privilegio de<br />
unicidad la poeta se pregunta quejumbrosamente acerca d<strong>el</strong> por<br />
qué de “mi nombre de mujer sola”, y llega a inquirir, en forma un<br />
tanto virulenta o rabiosa, al insondable y omnisciente Señor al expresar<br />
“la que hiciste a tu imagen está sola”. Y remontándose a un<br />
oscuro pasado gruñe casi al decir “una niña sola grita su nombre/<br />
llamándose desde la memoria d<strong>el</strong> desamparo: Soledad soledad”. Nótese,<br />
de una vez, la r<strong>el</strong>ación de identidad y de diferencia, una r<strong>el</strong>ación<br />
dialéctica, pues, entre <strong>el</strong> nombre propio “Soledad” y <strong>el</strong> sustantivo<br />
abstracto “soledad”, cuyo significado remite a la carencia,<br />
voluntaria o no, de compañía. Pero, nuestra lengua también ofrece<br />
acepciones de soledad como pesar m<strong>el</strong>ancólico o <strong>el</strong> tipo de tonada<br />
andaluza que envu<strong>el</strong>ve ese sentimiento o las coplas tristes que se<br />
hacen acompañar por esa música también nostálgica o la danza que<br />
con <strong>el</strong>la se baila. Un poco de todo esto es, en la escritura y en la<br />
vida, la poeta Álvarez.<br />
Esta brevísima reflexión sobre la r<strong>el</strong>ación ser/nombre-d<strong>el</strong>-ser<br />
hace de <strong>puente</strong> entre un libro y otro de nuestra autora, signando en<br />
<strong>el</strong>la <strong>el</strong> hecho, mucho más que retórico o alegórico, de que la escritura<br />
poética es una hendidura existencial, una forma estilística suspendida<br />
en <strong>el</strong> tiempo, única e irrepetible, y por demás, trascendente<br />
que, quiérase o no, agrieta y rebosa los diques de contención de la<br />
individualidad, la soledad o <strong>el</strong> silencio.<br />
El de la escritura, y sobre todo, de la creación poética, es <strong>el</strong><br />
ejercicio radical de la soledad; una soledad desoladora, a veces,<br />
sonora y nada más como gustó decir al místico San Juan de la Cruz.<br />
De ahí que, entre otras valederas e históricas razones de género y<br />
de contextualización política, cultural y social, exija Virginia Woolf<br />
una habitación propia, esa que en soledad le permitía, en un tiempo<br />
y un espacio muy hostiles, pensar y escribir en libertad. Se escribe,<br />
en soledad, desde la nostalgia y la m<strong>el</strong>ancolía. Cuando no, desde la<br />
nostalgia y la utopía, desde la inadaptación a lo establecido al deseo<br />
visceral d<strong>el</strong> lugar sin límite soñado y ansiado. ¿Esto por qué? Porque<br />
más allá d<strong>el</strong> horizonte d<strong>el</strong> lenguaje, porque más allá de la ética<br />
de la forma que rige los <strong>para</strong>digmas de sentido de la escritura no<br />
queda ya más nada: después d<strong>el</strong> poema sólo la realidad que fundan<br />
las <strong>palabra</strong>s; sólo la fugaz realidad que, como en Lezama Lima,<br />
escapa justo en <strong>el</strong> momento en <strong>el</strong> que parecía alcanzar su definición<br />
mejor, su sentido más redondo y perfecto.<br />
De ahí <strong>el</strong> carácter único; de ahí la naturaleza transubjetiva; de<br />
ahí <strong>el</strong> alcance trascendental de la obra de arte, más allá de los bordes,<br />
racionales o absurdos, de la historia y de los contornos sinuosos<br />
de las ideologías. Y todo <strong>el</strong>lo implica una aventura existencial e<br />
inventiva que, en forma alguna, habría de entenderse como evasivo<br />
acto de sustraerse o excluirse de la historia. Cuando esta poeta nombra<br />
las cosas toda la realidad se estremece y se refunda. Ese es, en<br />
definitiva, <strong>el</strong> hecho estético que nos permite afirmar que en Soledad<br />
Álvarez encontramos a la poeta que ha sido capaz de autentificar<br />
un lenguaje, una voz, un estro inconfundibles.<br />
Sensaciones de este orden son las que experimentamos al entrar<br />
en contacto con la escritura poética de Soledad Álvarez, en la que<br />
con frecuencia se hace patente la idea de que la autora lucha, por<br />
medio de la imagen certera o la <strong>palabra</strong> en silencio, contra las agresiones<br />
viles, las inexcusables ofensas de la sociedad y de la vida<br />
misma, de sus males ancestrales, de sus enfermedades incurables y<br />
aborrecibles, sean estas d<strong>el</strong> alma o d<strong>el</strong> cuerpo, que como <strong>el</strong> fondo y<br />
la forma, <strong>el</strong> individuo y <strong>el</strong> estilo son, en definitiva, una misma cosa.<br />
La soledad es, se ha dicho de múltiples formas, <strong>el</strong> mal endémico<br />
de la contemporaneidad, desde la modernidad hasta la posmodernidad<br />
y sus efluvios. Nuestra autora afronta esta epidemia, a veces como<br />
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