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–Entiendo...<br />
Volviendo al tratamiento íntimo, en base a una respetuosa confianza, la señora<br />
Serpa consideró:<br />
–Créame, también yo, ante la enfermedad, he vivido más cuidadosa. Hasta la<br />
misma víspera de mi venida para aquí, me armonicé con los deberes religiosos. Me<br />
confesé. Y de las inquietudes que confié a mi anciano director, puedo decirle la mayor.<br />
–¡No, no!... No me conceda tanto... –tartamudeó Fantini, espantado con la<br />
devoción cariñosa con que Evelina se expresaba.<br />
–¡Oh! ¿Por qué no? Estamos aquí en la idea de que somos amigos de hace mucho<br />
tiempo. ¿Usted me habla de sus preparaciones ante la posibilidad de la muerte y no me<br />
deja tocar las mías?<br />
Soltaron ambos una risa clara y, cuando la pausa más larga se introdujo en el<br />
diálogo, se miraron, de forma significativa. Uno y otro manifestaron en el rostro<br />
inequívoca nota de susto.<br />
La mirada recíproca les hacía observar que habían caminado, a largos pasos, a una<br />
intimidad profunda.<br />
¿Dónde viera antes a aquella joven señora a la que la belleza y el razonamiento<br />
tanto favorecían? –pensaba Ernesto, aturdido.<br />
¿En qué lugar habría encontrado alguna vez a aquel caballero maduro e inteligente<br />
que tan bien conjugaba simpatía y comprensión? –reflexionaba la señora Serpa,<br />
incapaz de ocultar el agradable asombro que la dominaba.<br />
El intervalo consumió segundos inquietantes para los dos, mientras el crepúsculo, a<br />
su alrededor, acumulaba colores y sombras, anunciando la noche cercana.<br />
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F.E.E