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Conocía la presencia de la salud y la atestiguada en sí misma. Ningún sufrimiento,<br />
ninguna traba.<br />
Si algo experimentaba de menos agradable, era precisamente una señal de robustez<br />
orgánica: sentía hambre.<br />
¿Dónde estarla el marido? ¿Dónde estarían los padres?<br />
Deseaba gritar de felicidad, comunicándoles que sanara. Ansiaba decirles que los<br />
sacrificios efectuados por ella no habían sido inútiles. En su interior, agradecía a Dios<br />
la dádiva de su recuperación y ansiaba extender la jubilosa gratitud a los seres<br />
queridos.<br />
Ya no lograba sofocar el corazón embriagado de regocijo y, por eso, buscó el timbre,<br />
a su lado. Pulsó el botón de llamada y una señora de semblante dulce y atrayente<br />
apareció, saludándola con palabras de irradiante cariño.<br />
Evelina aceptó con naturalidad la colaboración de la desconocida.<br />
–Enfermera –dijo a la recién llegada–, ¿puedo pedirle el favor de llamar a mi<br />
marido?<br />
–Tengo instrucciones para, antes de nada, informar al médico de su mejoría.<br />
La señora Serpa concordó, afirmando, sin embargo, que sentía necesidad de reencontrar<br />
a sus familiares, para compartir con ellos su propio júbilo.<br />
–Comprendo... –respondió la enfermera, con inflexión de ternura.<br />
–Tengo ganas de entenderme con alguien –añadió la convaleciente, animada–,<br />
¿cómo se llama usted?<br />
–Llámeme Hermana Isa.<br />
–Seguramente usted me conoce. Soy Evelina Serpa y debo tener aquí mi ficha...<br />
–Sí.<br />
–Hermana Isa, ¿qué me sucedió? Estoy bien, pero en un estado extraño que no sé<br />
definir...<br />
–Usted pasó por una larga operación, necesita descansar, restablecerse...<br />
Para Evelina, en verdad, nada había de sorprendente en aquellas palabras articuladas<br />
en tono significativo. Se sabía operada. Pasara por la dolorosa extirpación de un<br />
tumor. Estuviera en casa, mejorara tanto que obtuviera un paseo con el marido por las<br />
calles del Morumbi. A pesar de todo, se veía nuevamente hospitalizada, sin poder<br />
enjuiciar sobre los motivos.<br />
Mientras ordenaba indagaciones mudas, no vio que la enfermera oprimía un punto<br />
gris, en determinado rincón, comunicándose con el médico de guardia.<br />
En dos minutos, un hombre de blanco entró, tranquilo. Saludó a la enferma, la<br />
examinó, sonrió satisfecho.<br />
–Doctor… empezó diciendo, ansiosa por justificarse, y le pidió informes. Deseaba<br />
saber cómo y cuándo podría ver al esposo y a los padres.<br />
¿No sería justo dar a los suyos la noticia del éxito con que el hospital le brindaba?<br />
El médico escuchó, paciente, y le rogó conformidad. Retornaría a sus parientes,<br />
pero necesitaba reajustarse.<br />
Gesticulando cariñosamente, como si tranquilizase a una hija, aclaró:<br />
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F.E.E