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ENCUENTRO INESPERADO<br />
El viento jugaba con las hojas secas de los árboles, cuando Evelina Serpa, la señora<br />
Serpa, decidió sentarse en el banco que, allí mismo, parecía convidarla al descanso.<br />
En la plaza ornada de jardines, fluía el silencio de la tarde templada.<br />
Raros turistas en la localidad minera, en aquella segunda quincena de octubre. Y,<br />
entre esos pocos, allí se hallaba ella, en compañía de la gobernanta que se quedara en<br />
el hotel.<br />
Se apartara del bullicio hogareño, sintiendo ansias de soledad. Quería pensar. Y,<br />
por eso, se escondía bajo el toldo verdoso, contemplando las pequeñas filas de azaleas<br />
en flor, que se ufanaban en anunciar el tiempo de la primavera.<br />
Acomodada, al lado de las espesas ramas, dio alas sueltas a sus propias reflexiones...<br />
El médico amigo, le aconsejara rehacimiento y descanso, ante la operación que la<br />
esperaba. Y sopesando las ventajas y los riesgos de la operación en perspectiva, dejaba<br />
que los recuerdos de su corta existencia le traspasasen el cerebro.<br />
Se casara, seis años antes.<br />
Al principio, todo fuera excursión en dorada carabela sobre corrientes azules. El esposo<br />
y la felicidad. En el segundo año, después del enlace, llegó el embarazo, cariñosamente<br />
esperado; sin embargo, con el embarazo, apareció la enfermedad. Se le descubrió<br />
el cuerpo deficitario. Se revelaron los riñones incapaces de cualquier sobrecarga y<br />
el corazón asemejaba un motor amenazando fallar. Ginecólogos consultados, opinaron<br />
por el aborto terapéutico y, no obstante la inmensa tristeza de la pareja, el hijito en formación<br />
fue arrancado del claustro materno, como tierna avecilla, rechazada del nido.<br />
Desde el inicio de, el viaje por la vida se le transformara en vereda de lágrimas. Caio,<br />
el esposo, como que se metamorfoseara en un simple amigo cortés, sin mayor interés<br />
afectivo. Pasara fácilmente al dominio de otra mujer, una joven soltera, cuya inteligencia<br />
y vivacidad podía aquilatar por las notas que el marido olvidaba en los<br />
bolsillos, portadoras de frases ardientes y besos pintados en el papel con sus labios<br />
húmedos de carmín.<br />
El retiro y el desencanto que padecía en casa tal vez fuesen los factores desencadenantes<br />
de las terribles crisis de opresión que sufría, periódicamente, en la zona cardiaca.<br />
En esas ocasiones, padecía de náuseas, dolores lacerantes de cabeza con sensación<br />
de frío general, que se hacían acompañar de impresiones de quemaduras en las extremidades<br />
y aumento sensible de la presión arterial. En la cumbre de su angustia, se sentía<br />
pronta a morir. En seguida, la mejoría, para caer, días más tarde, en la misma situación<br />
de crisis, bastando, para ello, que los contratiempos con el esposo se repitiesen.<br />
Se le arruinara la resistencia, se le desvanecían las fuerzas... Por más de dos años,<br />
deambulara de consultorio en consultorio, sondeando a especialistas.<br />
Finalmente, la sentencia unánime. Solamente una delicada operación podría recuperarla.