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donos de esperados júbilos domésticos. Nos mostró las lámparas nuevas, los cuadros,<br />
los jarrones soberbios... Todo seguía en un crecendo de dulces sorpresas para mí,<br />
cuando surgió la bomba... Nos encontrábamos en la terraza, admirando una maceta de<br />
jazmines, cuando escuchamos el “Sueño de Amor” de Liszt, tocado al piano. Corina<br />
nos informó de que el padre tocaba el instrumento con gran maestría. Me enternecí de<br />
tal modo que manifesté el deseo de oírlo, de más cerca. Nuestra anfitriona nos condujo,<br />
de inmediato, a la sala de música. Y fue un deslumbramiento. El hermano Nicomedes,<br />
absorto, parecía estar en un mundo de alegrías profundas, que le irradiaban de la<br />
vida interior, en forma de melodías, de las notables melodías que se sucedían unas a<br />
otras. En cierto momento, señalé: “parece estar en un largo éxtasis, toca como quien<br />
ora”, a lo que hija respondió: “estamos efectivamente muy felices; mi madre, por lo<br />
que sabemos deberá llegar en esta semana”. “¿Está de viaje?” pregunté. Con la mayor<br />
naturalidad, la muchacha aclaró: “mi madre vendrá de la Tierra”. Cuando oí eso,<br />
experimenté horrible choque, como si acabase de recibir una puñalada en el pecho. Me<br />
faltó el aire, entré, desprevenida, en una terrible crisis de angustia... La simple idea de<br />
que nos encontrábamos en un lugar fuera del mundo que siempre conocí, me hacía<br />
volver a los dolores anginosos que, desde hacía mucho tiempo, no sentía. Corina me<br />
entendió sin palabras y trajo un calmante. Mi estado de perturbación, por lo que noté,<br />
se comunicó a todo el ambiente, porque el dueño de la casa se interrumpió, de<br />
improviso, cuando ejecutaba un bello nocturno... Me veía a punto de desmayar. El<br />
pequeño grupo congregó atenciones junto a mí y fui llevada al aire libre. Me sentaron<br />
en un banco de piedra, parecida al mármol. Toqué con fuerza el respaldo del curioso<br />
banco y, al verificar la dureza del material bajo mis manos, empecé a tranquilizarme...<br />
A continuación, miré al cielo y vi la luna llena, brillando con tanta belleza que me<br />
serené del todo. Percibí la falta de razón de mi susto. Y reflexioné, para mi misma:<br />
“¿por qué no existirá una ciudad, una villa, un poblado cualquiera de nombre Tierra?”<br />
El cuadro que me rodeaba era posiblemente un rincón del mundo... Indiscutiblemente,<br />
la esposa de Nicomedes estaría siendo esperada de alguna aldea anónima... Meditaba<br />
en mis conclusiones, cuando el jefe del hogar indagó, compadecido: “¿Hace cuanto<br />
tiempo que nuestra hermana Alzira está con nosotros?” Poco más de dos meses”,<br />
explicó una de mis guardianes. Nada más se comentó sobre mí. La visita se dio por<br />
terminada. De regreso al hospital, las hermanas a quienes siguiera, por cierto dos<br />
excelentes enfermeras, no hicieron la más mínima referencia a mi sobresalto...<br />
–¿No ha cambiado impresiones con nadie más? –preguntó Fantini, interesado.<br />
–Sólo durante los baños, oigo a alguna que otra compañera. En cada una, encuentro<br />
la duda, rondando... La mayoría supone que nos vemos enfrentados a otra vida...<br />
¿Ninguna de ellas tiene la certeza absoluta? Intervino la señora Serpa.<br />
Únicamente la señora Tamburini se muestra plenamente convencida de que ya no<br />
nos encontramos en el domicilio terrestre. Me contó que viene frecuentando un<br />
gabinete de estudios magnéticos, aquí mismo, en nuestra organización hospitalaria, y<br />
se sometió a pruebas que le dieron la confirmación de que no está en posesión del<br />
cuerpo físico. La escuché con atención y ella acabó invitándome a algunas<br />
experiencias, pero agradecí su gentileza, sin aceptarla. Esas historias de clarividencias<br />
y reencarnaciones no son afines a mi fe católica.<br />
–¡Ah! ¿Usted es católica? –interrumpió Evelina.<br />
–¡Oh! sí...<br />
–Y ya que respiramos en un clima de gran ciudad, ¿no tenemos aquí sacerdotes?<br />
http://www.espiritismo.es 32<br />
F.E.E