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Y LA VIDA CONTINÚA…

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operación y oportunamente vendrían a su encuentro. Con certeza, no llegarían, de<br />

inmediato, evitando alarma. Querían dar a la hija querida la convicción de que estaban<br />

tranquilos, en cuanto al tratamiento en curso.<br />

Y Caio le proporcionaba otros informes.<br />

Escuchara a amigos médicos. Realizara interesantes estudios en torno a la<br />

intervención en la suprarrenal. En cuanto al caso de Evelina, el cirujano era optimista.<br />

¿Qué les faltaba ahora, sino el éxito, con la bendición de Dios?<br />

Se regocijó la enferma, al registrar su expresión “bendición de Dios”. ¿Algo nuevo<br />

estaría surgiendo en aquel estimado ateo de treinta años? –monologaba en su interior–.<br />

Caio se le figuraba, allí, más atento, diferente. Simple de corazón, no percibía que él<br />

disimulaba. Serpa emitía comunicaciones imaginarias. El médico de la familia, así<br />

como el cirujano, nada garantizaban más allá de una operación exploratoria, con<br />

reducidas esperanzas de éxito. El mismo cardiólogo, debidamente consultado, casi que<br />

desaconsejaba el intento, y solo no lo hacía porque la muchacha avanzaba, a grandes<br />

pasos, para la muerte. ¿De qué valdría obstaculizar una providencia que quizás la salvase?<br />

El marido conocía las preocupaciones en juego; sin embargo, fantaseaba argumentos<br />

confortantes, mentía piadosamente, comentando las pruebas, complementadas<br />

de avisos francos, sobre la gravedad de la situación.<br />

El abogado pernoctó en el hospital, en condición de acompañante de la enferma.<br />

Auxilió a la enfermera de noche, en la administración de tranquilizantes precursores<br />

de la anestesia. Dispensó a la enferma cariños y cuidados, como si ella fuese una niña<br />

y él un padre celoso.<br />

Al día siguiente, sin embargo, terminada la operación, fue invitado a conversar con<br />

el médico operador y, pálido, recogió la sentencia. Evelina, según los recursos de la<br />

ciencia humana, disponía solamente de algunos días más. Que él, el marido, tomase<br />

las medidas que juzgase convenientes, a fin de que no le faltase la comodidad posible.<br />

El médico resumió todas sus impresiones en una sola frase:<br />

–Ella parece una rosa totalmente carcomida por agentes malignos.<br />

Caio, a pesar de quererlo, nada más escuchó de las doctas observaciones expresadas<br />

sobre neoplasia, focos secundarios, metástasis y tumores que reincidían después<br />

de su extirpación. Se sentía petrificado. Grandes lágrimas bañaran su rostro.<br />

Concluido el testimonio de solidaridad y ternura humana con que fue amparado por<br />

el cirujano amigo, corrió junto a la compañera postrada. Y durante días y noches de<br />

paciencia y ansiedad, fue para ella, el hermano y el padre, el tutor y el amigo.<br />

Satisfaciendo sus ruegos, los suegros vinieron a consolar a la hija en los últimos<br />

días. Doña Brígida, la madre, y el Sr. Amancio Terra, el padrastro, propietarios de<br />

próspera finca, en el sur paulista 2 , comparecieron desolados, buscando, sin embargo,<br />

seleccionar palabras de optimismo, evitando el llanto.<br />

Envuelta en la red de la devoción familiar, Evelina, aparentemente recuperada,<br />

regresó al mundo doméstico, recibiendo mimos que, desde hacía mucho tiempo, no<br />

recibía, simultáneamente con las crisis periódicas de asfixia que la dejaban inerme.<br />

A pesar de su posición melindrosa, creía en las opiniones aduladoras de familiares<br />

y amigos.<br />

2 Se refiere al estado de São Paulo, situado en el centro-sur de Brasil.<br />

http://www.espiritismo.es 18<br />

F.E.E

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