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Y LA VIDA CONTINÚA…

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Evelina registró sus observaciones, en franco amodorramiento. Después, cayó en<br />

pesado sueño, del que despertó muchas horas más tarde, consciente de que le competía<br />

cuidarse, evitando nuevo pánico. Expresó el deseo de alimentarse y fue inmediatamente<br />

servida de un caldo caliente y reconfortante, que le cayó sabrosamente al paladar,<br />

a manera de néctar.<br />

Se rehizo, vigilante. Se reconocía bajo un tipo de asistencia, cuya eficacia y poder<br />

no le cabía ahora subestimar.<br />

Pasado una semana de descanso absoluto, entretenida con la lectura escogida por<br />

las autoridades que la rodeaban, empezó a pasear por la habitación.<br />

Al recuperar la verticalidad, notaba en sí misma inequívocas diferencias. Los pies<br />

se le antojaban ligeros, como si el cuerpo hubiese disminuido de peso, intensivamente,<br />

y, sobre todo en el cerebro, las ideas le nacían en torrentes, vigorosas y bellas, casi<br />

materializándose ante sus ojos.<br />

Una tarde en la que se veía más estimulada para recuperar los movimientos<br />

normales, se acercó a la ventana que daba a un patio enorme y, de lo alto del tercer<br />

piso en que se hospedaba, contempló a decenas de personas que charlaban alegremente,<br />

muchas de ellas sentadas en torno de colorida fuente que se erguía en el centro<br />

de florido y extenso jardín.<br />

Aquella sociedad serena la atrajo.<br />

Tenía sed de convivencia, sujeta como se hallaba a austera disciplina. A la vista de<br />

ellos, consultó a la enfermera si le era concedido bajar, entablar conocimiento con<br />

alguien. Al fin sugirió con optimismo, una casa de salud no deja de parecerse a un<br />

barco, en cuyo casco las criaturas se interesan unas por las otras, extendiéndose las<br />

manos.<br />

La enfermera lo encontró divertido y la amparó en sus brazos, para el descenso.<br />

Sí, podría divertirse allí. El ambiente le sentaría bien, al mismo tiempo que le sería<br />

lícito ganarse una que otra amistad.<br />

Dejada a solas, contempló ansiosamente los rostros que la rodeaban. Le pareció<br />

estar en el seno de una vasta familia de personas afines por el corazón, pero casi todas<br />

desconocidas entre sí, como sucede en un balneario.<br />

Todos los presentes mostraban su posición de convalecientes, adivinándose, sin<br />

dificultad, los vestigios de las enfermedades de que habían logrado evadirse.<br />

Evelina se interrogaba, sobre el mejor procedimiento para establecer contacto con<br />

alguien, cuando vio a un hombre, no lejos, que la miraba, evidentemente asombrado.<br />

¡Oh! ¿No era aquel caballero, el mismísimo Ernesto Fantiní, el improvisado amigo de<br />

los baños terma les? El corazón le latió agitado y extendió, en su dirección, los dos<br />

brazos, dándole la certeza de que lo esperaba, con el alma abierta.<br />

Fantini, pues de él mismo se trataba, se levantó de la butaca en que reposaba y<br />

avanzó en su dirección, con pasos rápidos.<br />

–¡Evelina!... ¡Doña Evelina!... ¿Estaré realmente viéndola a usted?<br />

–¡Yo misma! –contestó la muchacha, llorando de alegría.<br />

El recién llegado no resultó extraño a la emotividad de aquel minuto inolvidable.<br />

Lágrimas le rodaron por el rostro simpático y sensato, lágrimas que él trataba de secar,<br />

embarazado, procurando sonreír.<br />

http://www.espiritismo.es 24<br />

F.E.E

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