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adamente mantenidas en el espíritu. El suicidio y el crimen son de temer en cualquiera<br />
de nosotros, porque son actos de delirio, que profundos procesos de corrosión mental<br />
determinan en cualquiera.<br />
–Usted procura apaciguarme con su nobleza de corazón –exclamó Evelina, dudosa–,<br />
seguramente no conoció, hasta hoy, un problema así de agudo, a perturbarle la<br />
conciencia.<br />
–¿Yo? ¿Yo?, –tartamudeó Fantini, desconcertado–, ¡no me haga volver al pasado,<br />
por el amor de Dios!... Ya cometí muchos errores, sufrí muchos engaños...<br />
Y, con el objetivo de eludir la cuestión sin eliminarla, Ernesto sonrió a la fuerza,<br />
con la maleabilidad de las personas maduras, que saben usar varias máscaras<br />
fisonómicas, para determinados efectos psicológicos, y añadió:<br />
–¿No consiguió, por ventura, olvidar al muchacho suicida, con el apoye del confesionario?<br />
¿Su director espiritual no le sosegó el corazón sensible y afectuoso?<br />
–Le repito que siempre encontré en la confesión de mis errores menores una especie<br />
de vacuna moral contra errores mayores; sin embargo, en el caso en cuestión, no<br />
conseguí la paz que deseaba. Admito que si no hubiese dudado, tanto tiempo, entre los<br />
dos hombres, habría evitado el desastre. Basta que me acuerde de Túlio, el infeliz,<br />
para que el cuadro de la muerte de él se reavive en mi memoria y, con el recuerdo,<br />
surja, de inmediato, el complejo de culpa...<br />
–No se apesadumbre. Usted es muy joven. Como sucede a la mano que, poco a popo,<br />
encallece en los trabajos del campo, la sensibilidad también se endurece con los sufrimientos<br />
de la vida. Seguramente, si escapamos, con éxito, del salto que pretendemos<br />
dar a la salud, todavía veremos muchos suicidios, muchas decepciones, muchas calamidades…<br />
La señora Serpa reflexionó por algún momento y, dando la impresión de alguien<br />
que se proponía ganar la oportunidad para aplacar heridas intimas, indagó con<br />
intención:<br />
–Usted, que está estudiando las ciencias del alma, ¿cree verdaderamente que reencontraremos<br />
las personas queridas, después de la muerte?<br />
Fantini expresó un gesto de complacencia y divagó:<br />
–No sé porque, pero ante su pregunta, me vino a la cabeza aquel pensamiento del<br />
viejo Shakespeare: “Los infelices no poseen otro medicamento que no sea la esperanza”.<br />
Tengo buenas razones para creer que veremos otra vez unos y otros, cuando ya<br />
no estemos en este mundo; sin embargo, comprendo que la precariedad de mi estado<br />
orgánico es el agente fijador de semejante idea. Usted ya habrá notado que las ideas y<br />
las palabras son hijas de las circunstancias. Imagine si nos encontrásemos hoy en la<br />
plenitud de la fuerza física, robustos y bien parecidos, en un encuentro social, en un<br />
baile por ejemplo... Cualquier concepto, sobre los asuntos que ahora nos aproximan el<br />
uno al otro, sería inmediatamente eliminado de nuestra conversación.<br />
–Es verdad.<br />
–Las molestias aflictivas nos dan derecho a entretejer nuevos recursos y nuevas<br />
interpretaciones, en torno a la vida y a la muerte, y, en la esfera de las nuevas<br />
conclusiones que tenemos por delante, admito que la existencia no acaba en la tumba.<br />
Estamos obligados a recordar aquel antiguo dicho de las novelas de amor, el romance<br />
termina, pero la vida continúa. EI envoltorio de carne caerá consumido; entretanto, el<br />
Espíritu seguirá adelante, siempre adelante...<br />
http://www.espiritismo.es 14<br />
F.E.E