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Y LA VIDA CONTINÚA…

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Los ojos de Ernesto se agrandaron al percibir aquellas advertencias. Grandes lágrimas<br />

se le deslizaron por las mejillas, mientras que, como si sufriese la presión de muelles<br />

invisibles, empujándole a lanzar fuera de sí las ideas de culpa, que le remordían en<br />

los rincones del alma, se arrodilló ante el benefactor, como un niño atemorizado y<br />

gritó:<br />

–Instructor, según creo, mi delito es uno solo; sin embargo, es suficiente para crear<br />

muchos infiernos en mi espíritu. Maté a un amigo, hace más de veinte años, nunca<br />

más tuve paz... Le sabía en persecución de mi esposa con intenciones poco dignas,<br />

espiándole los pasos y actitudes... Le veía rondar mi casa, en mi ausencia... Algunas<br />

veces, percibí frases inconvenientes de su parte a aquella que compartía mi nombre...<br />

Un día, tuve la impresión de sorprender en los ojos de mi compañera cierta inclinación<br />

afectiva para con el enemigo de mi tranquilidad y, mucho antes que mis suposiciones<br />

se confirmasen, aproveché el momento que me pareció oportuno y le alcancé durante<br />

una cacería de codornices... Le disparé para acertar y, satisfecho de mi intento, me<br />

oculté en la espesura, hasta que el otro compañero, pues, éramos tres hombres en el<br />

entretenimiento, dio la alarma al toparse con el cadáver... La víctima, sin embargo,<br />

cayera al suelo en condiciones tales que la versión de un accidente señoreó la convicción<br />

de todos los presentes... Aterrado ante mi crimen, como me sentía, acepté, aliviado,<br />

la falsa interpretación... Jamás, entretanto, recuperé el sosiego íntimo... Él, el hombre<br />

que eliminé, estaba casado, como yo mismo, y no encontré el valor de buscar a su<br />

familia, que, pronto, abandonó la región del terrible suceso, sedienta de olvido... Ese<br />

olvido, sin embargo, no llegó para mí... La muerte que provoqué, me trajo el temido<br />

desafecto dentro del hogar... Desde el doloroso suceso, empecé a sentirle la presencia<br />

en el hogar, en forma de sombra invariable que me ironiza e insulta sin que los demás<br />

lo perciban... En mi círculo doméstico, me reconozco atado a él, como si el infeliz<br />

estuviese más vivo y más fuerte, a cada día... Rara era la noche en que no luchaba con<br />

él en sueños, antes de la intervención que ocasionó mi venida a este lugar... Entonces<br />

despertaba, como si hubiésemos mantenido un duelo mortal, para continuar viéndolo,<br />

con los ojos de la imaginación, compartiendo la vida cotidiana... ¡Oh! ¡Instructor<br />

Ribas! ¡Instructor Ribas!... ¡Dígame, por Dios, si hay remedio para mí!... Esperaba<br />

encontrar, después de la muerte, un lugar de punición donde las potencias infernales<br />

cobrasen de mí la falta que oculté a la justicia de la Tierra; sin embargo, me encuentro<br />

usufructuando una protección exterior que me agrava el tormento íntimo!... ¡Oh!...<br />

amigo mío, amigo mío, ¿qué será entonces de mí, que ya no consigo soportarme a mí<br />

mismo?<br />

Diciendo así, Fantini se abrazó al mentor, sollozando como un niño desamparado,<br />

suplicando refugio.<br />

El instructor le acogió en el regazo paternal y le consoló:<br />

–Serénate, ¡hijo mío!... Somos espíritus eternos y Dios, nuestro Padre, no nos<br />

dejará sin amparo.<br />

Los ojos de Ribas mostraban lágrimas que no llegaban a caer. Se diría que él, el<br />

orientador competente, conocía por sí mismo semejante martirio de la conciencia,<br />

porque, lejos de reprender, le acarició la cabeza fatigada, que se abrigara sobre las<br />

rodillas, y remató simplemente:<br />

–La justicia de Dios no viene sin apoyo en la misericordia. ¡Confiemos!...<br />

Y sin mayor demora, el amigo espiritual se irguió, sensibilizado, apagó el espejo de<br />

servicio y terminó la sesión.<br />

http://www.espiritismo.es 50<br />

F.E.E

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