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VLADIMIR NABOKOV Habla, memoria - Fieras, alimañas y sabandijas

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encuentran en el Museo de Zooogía Comp., el Mus. de Hist. Nat. Norteam. y el Mus. de Entom. de la<br />

Univ. de Cornell, donde están mucho más seguras que en Tomsk o en Atomsk. Recuerdos<br />

increíblemente felices, perfectamente comparables, de hecho, con los de mi adolescencia rusa, aparecen<br />

relacionados con mis trabajos de investigación en el MZC de Cambridge, Mass. (1941-1948). No menos<br />

felices han sido los numerosos viajes de coleccionista realizados casi cada verano, durante veinte años,<br />

a través de la mayor parte de los estados de mi país adoptivo.<br />

En Jackson Hole y en el Gran Cañón, en las laderas de las montañas que se elevan sobre Telluride<br />

(Colorado) y en un famoso pino estéril que se encuentra cerca de Albany (Nueva York), habitan, y<br />

seguirán habitando, en generaciones más numerosas que las ediciones, las mariposas que he sido el<br />

primero en describir. Varios de mis descubrimientos han sido también objeto de los trabajos de otros<br />

investigadores; algunos han sido bautizados con mi nombre. Uno de estos últimos, el Doguillo de<br />

Nabokov (Eupithecia nabokovt, McDunnough), que una noche de 1943 cacé con una caja en el gran<br />

ventanal de Alta Lodge, la casa de James Laughlin en Utah, armoniza de manera muy filosófica con la<br />

espiral temática que comenzó en un bosque de las orillas del Oredezh alrededor de 1910, o quizás antes<br />

incluso, en aquel río de Nueva Zembla, hace un siglo y medio.<br />

Pocas cosas he conocido, en el terreno de la emoción o de los apetitos, de la ambición o del logro, que<br />

puedan superar en riqueza e intensidad la excitación del explorador entomológico. Desde su comienzo<br />

mismo, esta actividad tuvo muchas facetas que centelleaban de forma combinada. Una de ellas era el<br />

agudo deseo de soledad, ya que cualquier acompañante, por silencioso que sea, entorpecía el<br />

concentrado disfrute de mi manía. Su gratificación no admitía compromisos ni excepciones. Ya a mis<br />

diez años, preceptores e institutrices sabían que la mañana era mía y procuraban alejarse<br />

cautelosamente.<br />

Respecto a esta cuestión recuerdo la visita de un compañero de colegio, un muchacho al que yo<br />

apreciaba mucho y con quien me divertía horrores. Llegó una noche de verano —creo que en 1913— de<br />

un pueblo que estaba a unos cuarenta kilómetros de distancia. Su padre había perecido hacía poco en<br />

un accidente, la familia estaba arruinada y el valeroso muchacho, que no podía pagarse el billete de tren,<br />

recorrió en bicicleta esos kilómetros para pasar unos días conmigo.<br />

La mañana siguiente al día de su llegada hice todo lo que pude por salir de casa para mi expedición a<br />

pie sin que él se enterarse de adonde me había ido. Sin desayunar, con histérico apresuramiento, cogí<br />

mi cazamariposas, mis cajas de píldoras, mi frasco de veneno y escapé por la ventana. En cuanto entré<br />

en el bosque ya me sentí seguro, pero seguí andando, con los gemelos temblorosos, los ojos<br />

empapados de ardientes lágrimas, todo mi ser estremecido de vergüenza y asco de mí mismo, pues<br />

podía ver a mi pobre amigo, con su alargada cara pálida y su lazo negro, paseando abatido por el jardín,<br />

acariciando a los jadeantes perros a falta de mejores entretenimientos, y esforzándose por encontrar una<br />

justificación para mi ausencia.<br />

Permítaseme que observe mi manía objetivamente. Exceptuando sólo a mis padres, nadie comprendía<br />

mi obsesión, y todavía tardé muchos años en encontrar a alguien que también la padeciese. Una de las<br />

primeras cosas que aprendí fue a no confiar en la ayuda de los otros para ampliar mi colección. Una<br />

tarde de verano, en 1911, Mademoiselle entró en mi habitación con un libro en la mano, y empezó a<br />

decir que quería mostrarme con qué ingenio denunciaba Rousseau la zoología (en favor de la botánica),<br />

pero en ese momento ya estaba demasiado avanzada en el proceso gravitatorio por medio del cual<br />

acomodaba su masa en una butaca para que mi aullido de angustia pudiera detenerla: en aquel asiento<br />

había dejado yo por casualidad una caja con tapa de cristal que contenía una amplia y maravillosa serie<br />

de mariposas de la col. La primera reacción de Mademoiselle fue de vanidad herida: ¿cómo podía nadie<br />

echarle la culpa a su peso de haber estropeado lo que de hecho había destruido por completo?; la<br />

segunda fue un intento de consolarme: Allons donc, ce ne sont que des papillons de potager!, lo cual no<br />

hizo sino empeorar las cosas. Una pareja de mariposas sicilianas que acababa de comprar a la empresa<br />

de Staudinger había quedado aplastada y estropeada. Un enorme ejemplar de Biarritz quedó hecho<br />

papilla. También encontré aplastados algunos de mis más selectos descubrimientos locales. Entre estos<br />

últimos, una aberración parecida a la raza canaria de esta especie podía ser reparada con un poco de<br />

pegamento; pero un precioso ginandromorfo, con el lado izquierdo macho y el derecho hembra, cuyo<br />

abdomen había desaparecido y cuyas alas se habían desprendido, se perdió para siempre: aún se<br />

podían volver a pegar las alas, pero nadie hubiera podido demostrar que las cuatro pertenecían a ese<br />

tórax decapitado que todavía permanecía ensartado en un doblado alfiler. A la mañana siguiente,<br />

dándose aires de misterio, la pobre Mademoiselle se fue a San Petersburgo y regresó por la noche

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