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Revista ADITI Nº I-12 Sep.2004 - Juan Carlos Garcia

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<strong>Revista</strong> Metafísica <strong>ADITI</strong>. Año I. <strong>Nº</strong> <strong>12</strong> / Septiembre 2004 37<br />

fuera cavado; así es que Max Heindel<br />

obtuvo los servicios de un cavador de<br />

pozos, quien al momento se puso a trabajar.<br />

El agua se encontró a la superficial<br />

profundidad de veintiocho pies, lo<br />

cual fue un gran regocijo para Max<br />

Heindel.<br />

Sin embargo, faltaba aún la parte<br />

más difícil. El pozo estaba allá abajo, en<br />

el valle, a más de doscientos pies. Se hizo<br />

un tanque en la parte de arriba de la colina<br />

con las paredes cementadas, donde<br />

el agua debía ser bombeada para acumularla;<br />

después el agua nuevamente era<br />

bombeada y obligada a entrar en otro<br />

tanque erigido sobre una casa, a una altura<br />

de unos veinte pies. Esto entonces<br />

nos daba la potencia necesaria para obligar<br />

al agua a llegar a la cocina y al cuarto<br />

de baño. Naturalmente esto era un<br />

desangre muy fuerte para nuestras escasas<br />

finanzas, pero así teníamos toda el<br />

agua que necesitábamos.<br />

Imagínense a un hombre con una<br />

fuga en una válvula del corazón, haciendo<br />

ese tremendo viaje para arriba y para<br />

abajo en esos doscientos treinta y cinco<br />

pies hasta el valle y de nuevo hacia arriba.<br />

Esto lo hacía algunas veces tres veces<br />

al día, y la parte lastimosa sucedía<br />

cuando durante el tiempo en que estaba<br />

luchando con estas máquinas, los estudiantes<br />

irreflexivamente lo seguían hasta<br />

abajo, al valle, con el propósito de<br />

acosarlo con preguntas, no pensando en<br />

ofrecerle alivio en estos duros deberes.<br />

Nuestra felicidad por tener nuestra<br />

propia planta de agua fue de poca duración;<br />

a causa de la superficialidad del<br />

pozo y la cercanía del Océano Pacífico,<br />

el agua estaba pesadamente cargada de<br />

álcali y los vegetales sufrían. En pocos<br />

meses las lechugas, las fresas y todas las<br />

delicadas legumbres se marchitaron y<br />

murieron; así es que estábamos en un<br />

dilema. Esta agua era útil únicamente<br />

para el baño, para lavar los platos y para<br />

unos pocos vegetales ordinarios. Por lo<br />

tanto, finalmente, fue necesario que hiciéramos<br />

una demanda de un mejor suministro<br />

del agua al Consejo de la Ciudad.<br />

La cuestión del agua se prolongó y<br />

se convirtió en una seria controversia con<br />

los Síndicos de la Ciudad, quienes no<br />

consideraban los derechos de los ciudadanos.<br />

Ellos insistían en mantener abierta<br />

la puerta de Mt. Ecclesia que conducía<br />

a su tanque. A través de esta puerta un<br />

viejo con su carretón de un caballo debía<br />

pasar cada mañana para ver cuánta<br />

agua había en el depósito. Con el fin de<br />

impedir que el ganado perdido vagase por<br />

nuestra tierra y destruyese nuestros árboles<br />

y vegetales, Max Heindel tuvo que<br />

insistir en que la puerta fuera cerrada,<br />

pero cada mañana el hombre dejaba las<br />

varas bajadas.<br />

Esta dificultad continuó durante<br />

varios años. Finalmente, en 1918, los<br />

Síndicos de la Ciudad emitieron un mandato<br />

para restringirnos en cuanto a cerrar<br />

y clavar la puerta. Max Heindel no<br />

deseaba ir a los tribunales, como lo demostró<br />

con su larga paciencia, pero esto<br />

ya no se podía evitar.<br />

El mandato fue jurado avanzada la<br />

tarde de un sábado y contenía un aviso<br />

para estar en los tribunales el siguiente<br />

lunes en la mañana. Max Heindel telefoneó<br />

a su abogado en San Diego para que<br />

nos representase, y a las diez de la mañana<br />

del lunes estuvimos en la sala del<br />

tribunal, donde no apareció ningún abogado.<br />

Max Heindel tuvo que ir a la ofi-

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