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<strong>En</strong> <strong>tinieblas</strong> <strong>24</strong>/<strong>10</strong>/<strong>06</strong> <strong>13</strong>:41 <strong>Página</strong> 111<br />
El ciego de nacimiento<br />
mundo para que los que no ven, vean, y los que ven,<br />
sean cegados, criterio por el que se juzgará al mundo y<br />
que resultará fuente de sorpresas insólitas.<br />
Luego, unos padres que saben que este ciego de nacimiento<br />
que acaba de ver la luz es hijo suyo, pero que<br />
no saben nada más y que parecen darlo por perdido,<br />
ahora que ve se separan de este hijo que ya no los necesita,<br />
pues edad tiene y puede hablar por sí mismo, actitud<br />
respetuosa que no diferirá de la de los Profetas<br />
cuando venga el Salvador que ellos anunciaron. Luego<br />
también los discípulos de Moisés, visiblemente enfurecidos<br />
por estos acontecimientos, sintiendo que ahora<br />
son ellos los ciegos, mientras el Ciego de nacimiento<br />
que los condena recibe por fin la vista, cree y adora.<br />
Todo esto, huelga decirlo, ocurre sobre las cimas rojizas<br />
de la Contemplación, a inmensa distancia de la interpretación<br />
estrictamente moral o doctrinal del Texto<br />
sagrado e infinitamente por debajo de la límpida Visión<br />
Beatífica. Es una forma de llorar mirando al cielo, pensando<br />
en el incomprensible Dios de nuestras almas, que<br />
nos haría arder como yesca si se mostrase ante nosotros<br />
de distinta forma que en enigmas o en parábolas.<br />
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