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<strong>En</strong> <strong>tinieblas</strong> <strong>24</strong>/<strong>10</strong>/<strong>06</strong> <strong>13</strong>:40 <strong>Página</strong> 46<br />
<strong>En</strong> <strong>tinieblas</strong><br />
que entre así en el orden de la Redención. Dios lo quiere<br />
infinitamente. Se desata entonces un combate terrible<br />
entre el corazón del hombre, que quiere huir por mor de<br />
su libertad, y el Corazón de Dios, que quiere adueñarse<br />
del corazón del hombre por mor de su poder. Es creencia<br />
común que Dios no precisa de toda su fuerza para<br />
doblegar a los hombres. Esta convicción acredita una ignorancia<br />
supina y honda de lo que es el hombre y de lo<br />
que es Dios en relación con él. La libertad, ese don prodigioso,<br />
incomprensible, incalificable, por el cual nos ha<br />
sido dado vencer sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu<br />
Santo, dar muerte al Verbo hecho carne, apuñalar hasta<br />
siete veces a la Inmaculada Concepción, ahuyentar con<br />
una sola palabra a los espíritus todos que pueblan los<br />
cielos y los infiernos, contener la Voluntad, la Justicia, la<br />
Misericordia, la Piedad de Dios en sus Labios e impedir<br />
que descienda sobre su obra, esa inexpresable libertad<br />
no es otra cosa que el respeto de Dios por sus criaturas.<br />
Inténtese por un momento concebir esto: ¡el respeto<br />
de Dios! Y ese respeto llega a tal extremo que nunca,<br />
desde la gracia, se ha dirigido a los hombres investido<br />
de autoridad, sino muy al contrario con cortedad, con<br />
dulzura, e incluso añadiría con la obsequiosidad, a<br />
prueba de desalientos, de un pordiosero. Por designio,<br />
inescrutable e inconcebible a más no poder, de su eterna<br />
voluntad, se diría que Dios ha renunciado hasta la<br />
consumación de los tiempos a ejercer, respecto de sus<br />
vasallos y súbditos, sus derechos como señor y soberano.<br />
Para tomar posesión de nosotros ha de recurrir a la<br />
seducción, mas si Su Majestad no nos agrada, podemos<br />
apartarla de nuestra presencia, cruzarle la cara, darle<br />
de latigazos y crucificarla con el aplauso de la canalla<br />
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