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<strong>En</strong> <strong>tinieblas</strong> <strong>24</strong>/<strong>10</strong>/<strong>06</strong> <strong>13</strong>:40 <strong>Página</strong> 19<br />
El desprecio<br />
más oscuros para experimentar la imposibilidad absoluta<br />
de cualquier esperanza humana.<br />
Sólo entonces, Dios, sabedor de la miseria de sus<br />
criaturas, otorga misericordiosamente a algunos de los<br />
que ha elegido para que sean sus testigos la suprema<br />
gracia de un desprecio sin tasa, del que únicamente<br />
quedan a salvo Él mismo en sus Tres Personas inefables<br />
y los milagros de sus Santos.<br />
Cuando el sacerdote alza el cáliz para recibir la Sangre<br />
de Cristo, cabe imaginar el inmenso silencio de toda<br />
la tierra que el adorador supone colmada de espanto en<br />
presencia del Acto indecible que evidencia la inanidad<br />
de todos los demás actos, equiparables al punto a vanas<br />
gesticulaciones en las <strong>tinieblas</strong>.<br />
La más horrible y cruel injusticia, la opresión de los<br />
débiles, la persecución de los presos, el mismo sacrilegio<br />
y hasta el desencadenamiento consecutivo de las lujurias<br />
del Infierno, todas esas cosas, en ese instante, se<br />
diría que dejan de existir, pierden su sentido si se las<br />
compara con el Acto Único. No queda más que la avidez<br />
de sufrimientos y la efusión de las lágrimas espléndidas<br />
del gran Amor, anticipo de la beatitud para los<br />
novicios del Espíritu Santo que han fijado su morada en<br />
el tabernáculo del olímpico Desprecio de las apariencias<br />
todas de este mundo.<br />
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