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<strong>En</strong> <strong>tinieblas</strong> <strong>24</strong>/<strong>10</strong>/<strong>06</strong> <strong>13</strong>:40 <strong>Página</strong> 44<br />
<strong>En</strong> <strong>tinieblas</strong><br />
tasa de una madre que ha presenciado el degollamiento<br />
de sus hijos y que no encontrará ya nunca consuelo. No<br />
sabría expresar la angustia que transmitía ese lamento<br />
proferido en la oscuridad y que se extendía por toda<br />
aquella región invisible.<br />
No era un lamento articulado, sino, como digo, un<br />
alarido enorme, convulso, propio del instante de la<br />
muerte, un pánico de aflicción que se diría universal,<br />
que recordaba acaso lo referido por los antiguos respecto<br />
del duelo de las mujeres de pueblos bárbaros velando<br />
a sus difuntos. Sin embargo, esta equiparación<br />
clásica, de la que no fui consciente, quedaba en entredicho<br />
por un no sé qué de augusto, de cristiano, que sobrenaturalizaba<br />
el tormento y que hacía estallar mi corazón<br />
de compasión...<br />
El tren reanudó la marcha y no volví a oír el horrísono<br />
lamento. Los demás pasajeros dormían profundamente<br />
y recuerdo que tardé algún tiempo en caer en la<br />
cuenta de que el destinatario de ese alarido era únicamente<br />
yo.<br />
Pasado un tiempo, recorrí otras varias regiones, Orleáns,<br />
Turena, Perigord, Auvernia, los departamentos<br />
del Mediodía. Por doquiera el milagro se renovaba. Por<br />
doquiera idéntico alarido en la noche profunda e idéntico<br />
sopor en los demás pasajeros. ¡Acabé por comprender<br />
que se trataba de la gran Francia de antaño que<br />
lloraba en mí, la infeliz anciana madre de todos los hijos<br />
de Francia!<br />
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