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El ocho

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Katherine Neville<br />

—Señor; en ese caso tendré que renunciar al proyecto y dejarlo en manos de otro. Claro que guardaré<br />

copias de los papeles de trabajo por si más adelante surge algún problema.<br />

Jock sabía perfectamente a qué me refería. Las empresas de IPA jamás revisaban sus propias cuentas.<br />

Las únicas personas en condiciones de hacer preguntas eran funcionarios del gobierno estadounidense.<br />

Y sus preguntas se referían a prácticas ilegales o fraudulentas.<br />

—Comprendo —admitió Jock—. Velis, en ese caso dejaré que siga con su trabajo. Es evidente que<br />

tendré que tomar esta decisión por mi cuenta.<br />

Jock Upham se volvió bruscamente y abandonó el despacho.<br />

A la mañana siguiente vino a verme mi jefe, un treintañero fornido y rubio llamado Lisle Holmgren.<br />

Estaba agitado, tenía revuelta la cabellera raleante y torcida la corbata.<br />

—Catherine, ¿qué coño le hiciste a Jock Upham? —fueron sus primeras palabras—. Está furioso<br />

como un pollo mojado. Me llamó esta madrugada. Apenas tuve tiempo de afeitarme. Dice que estás mal<br />

del coco, que necesitas una camisa de fuerza. No quiere que en lo sucesivo te relaciones con ningún<br />

cliente, dice que no estás preparada para jugar con los grandes.<br />

La vida de Lisle giraba en torno a la empresa. Tenía una esposa exigente que medía el éxito según<br />

la cuota de ingreso al club de campo. Aunque podía estar en desacuerdo, siempre se sometía a las directrices<br />

de sus jefes.<br />

—Supongo que anoche me fui de la lengua —comenté con ironía—. Me negué a descartar una oferta.<br />

Le dije que, si era eso lo que quería, ya podía encomendarle el trabajo a otro.<br />

Lisle se dejó caer en una silla, a mi lado. Estuvo un rato callado.<br />

—Catherine, en el mundo de los negocios hay muchas cosas que pueden parecer inmorales a<br />

alguien de tu edad, pero las cosas no siempre son lo que parecen.<br />

—Esta lo es.<br />

—Te aseguro que si Jock Upham te ha pedido que lo hagas, sus motivos tendrá.<br />

—¡Y un cuerno! Sospecho que tiene motivos por valor de treinta o cuarenta mil —repliqué y volví<br />

a concentrarme en el papeleo.<br />

—¿Te das cuenta de que te la estás jugando? —le preguntó—. No se juega con un tipo como Jock<br />

Upham. No volverá a su rincón como un buen chico. Tampoco se dará la vuelta y se hará el muerto. Si<br />

quieres mi consejo, creo que deberías ir a su despacho y pedirle disculpas. Dile que harás todo lo que te<br />

pida, hazle la pelota. Estoy convencido de que, si no lo haces, tu carrera se irá a pique.<br />

—No puede despedirme por negarme a hacer algo ilegal —declare.<br />

—No hará falta que te despida. Está en condiciones de hacerte la vida tan imposible que lamentarás<br />

haber pisado esta empresa. Catherine, eres una buena chica y me caes bien. Ya conoces mi opinión.<br />

Me voy, te dejo que escribas tu propio epitafio.<br />

<br />

Desde aquellos acontecimientos había pasado una semana. No le había pedido disculpas a Jock.<br />

Tampoco había comentado con nadie aquella conversación. De acuerdo con lo programado, el día de<br />

Nochebuena envié mis recomendaciones al cliente. <strong>El</strong> candidato de Jock no ganó la licitación. Desde<br />

entonces todo había estado muy tranquilo en la venerable empresa de Fulbright, Cone, Kane & Upham.<br />

Mejor dicho, todo había estado muy tranquilo hasta esa mañana.<br />

La sociedad había demorado exactamente siete días en decidir a qué tipo de tortura me sometería.<br />

Esa mañana Lisle se presentó en mi despacho con las buenas nuevas.<br />

—Lo lamento, pero te lo advertí —dijo—. Ésta es la pega de las mujeres, jamás se atienen a razones.<br />

Alguien tiró de la cadena en el "despacho" contiguo al mío y esperé a que cesara el ruido de la cisterna.<br />

Fue una premonición.<br />

—¿Sabes cómo se denomina el razonamiento luego de ocurridos los hechos? —pregunté—. Recibe<br />

el nombre de racionalización.<br />

—Tendrás tiempo de sobra para racionalizar en el sitio que te ha tocado en suerte —respondió-. La<br />

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