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El ocho

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Katherine Neville<br />

—Venga ya, sólo era una diversión —Llewellyn quitó hierro al asunto—. Lamento que saliera así,<br />

pero lo cierto es que la pitonisa mencionó el ajedrez, ¿no? Esa historia de "dar jaque mate" y todo lo<br />

demás. Es bastante siniestro. Supongo que sabes que jaque mate, mejor dicho, «mate», proviene del<br />

vocablo persa Shahmat. Significa "muerte al rey". Si a todo esto sumamos el hecho de que te dijo que<br />

corres peligro... ¿estás absolutamente segura de que para ti no tiene ningún significado? —Llewellyn<br />

podía ser muy insistente.<br />

—Corta el rollo, déjalo estar —propuso Harry—. Me equivoqué al pensar que mi porvenir estaba<br />

relacionado con Lily. Evidentemente todo esto es un disparate. Olvídalo o tendrás pesadillas.<br />

—Lily no es la única conocida que juega al ajedrez —respondí—. En realidad, tengo un amigo que<br />

solía participar en torneos...<br />

—¿De veras? —preguntó Llewellyn con evidente interés—. ¿Lo conozco?<br />

Meneé la cabeza. Blanche estaba a punto de decir algo cuando Harry le pasó la copa de champaña.<br />

Se limitó a sonreír y beber.<br />

—Ya está bien —concluyó Harry—. Brindemos por el nuevo año, nos depare lo que nos depare.<br />

En media hora terminamos el champaña. Recogimos nuestros abrigos, salimos y subimos a la limusina<br />

que mágicamente había aparecido en la puerta del bar. Harry pidió a Saul que me dejara en mi apartamento,<br />

cercano al East River. Al llegar a la puerta de mi casa, Harry se apeó y me dio un fuerte abrazo<br />

de oso.<br />

—Espero que el nuevo año te sea venturoso. Tal vez puedas hacer algo con mi intratable hija.<br />

Sinceramente, estoy seguro de que lo harás, lo he visto en mis astros.<br />

—Pronto veré las estrellas si no me voy a dormir —respondí e intenté disimular un bostezo—.<br />

Gracias por el ponche de huevo y el champaña.<br />

Estreché la mano de Harry, que se quedó mirándome mientras entraba en el vestíbulo casi a oscuras.<br />

<strong>El</strong> portero dormía, sentado muy tieso junto a la puerta. Ni se movió cuando atravesé el amplio y<br />

umbrío vestíbulo y subí en el ascensor. <strong>El</strong> edificio estaba mudo como una tumba.<br />

Apreté el botón y las puertas del ascensor se cerraron. Mientras subía, saqué del bolsillo del abrigo<br />

la servilleta y volví a leer los garabatos. Los descarté porque no tenían el menor sentido. Ya tenía<br />

bastantes problemas sin necesidad de imaginar otros por los que preocuparme. Sin embargo, cuando las<br />

puertas del ascensor se abrieron y caminé por el oscuro pasillo en dirección a mi apartamento, me detuve<br />

a pensar unos segundos por qué la pitonisa estaba enterada de que el cuarto día del cuarto mes era<br />

mi cumpleaños.<br />

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