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El ocho

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Katherine Neville<br />

pequeños, redondos y brillantes.<br />

La adivina guardó silencio: al parecer, no tenía prisa por decirme qué me deparaba el destino. Al<br />

cabo de algunos minutos todos estábamos nerviosos.<br />

—¿No debería leerme la mano? —pregunté.<br />

—¡No debes hablar! —exclamaron Harry y Llewellyn a la vez.<br />

—¡Silencio! —pidió la pitonisa con tono imperativo—. Es un caso complicado. Necesito concentrarme.<br />

Pensé que realmente se estaba concentrando. Desde que se había sentado, no me había quitado los<br />

ojos de encima. Miré el reloj de Harry. Eran las doce menos siete. La pitonisa no se movía. Daba la sensación<br />

de que se había convertido en piedra.<br />

<strong>El</strong> entusiasmo crecía a medida que se acercaba la medianoche. Las voces de los reunidos en el bar<br />

eran estridentes, las botellas de champaña giraban dentro de los cubos, todos probaban sus matracas y<br />

repartían bolsas de cotillón. La tensión del año vivido estaba a punto de estallar como una caja de sorpresas.<br />

Recordé las razones por las que prefería quedarme en casa en Nochevieja. La pitonisa parecía<br />

ajena a todo lo que ocurría: no dejaba de mirarme.<br />

Aparté la mirada. Harry y Llewellyn estaban inclinados y hablaban en voz baja. Blanche estaba<br />

repantigada y observaba impertérrita el perfil de la pitonisa. Cuando volví a mirar a la anciana, comprobé<br />

que no se había movido. Parecía estar en trance y ver más allá de mi persona. Lentamente sus ojos<br />

se clavaron en los míos. Volví a sentir el mismo escalofrío de un rato antes, pero esta vez parecía proceder<br />

de mi interior.<br />

—No digas nada —me susurró la adivina. Tardé un segundo en darme cuenta de que había movido<br />

los labios, de que había sido ella la que habló. Tanto Harry como Llewellyn se acercaron para oírla—<br />

. Corres un gran riesgo. En este mismo momento percibo un gran peligro a mi alrededor.<br />

—¿Peligro? —preguntó Harry con voz grave. En ese instante llegó la camarera con el champaña.<br />

Harry le hizo señas de que lo dejara y se retirara—. ¿De qué habla? ¿Se está burlando?<br />

La pitonisa miraba el sujetapapeles y golpeaba el gancho de metal con el bolígrafo como si no<br />

supiera si debía proseguir. Yo estaba cada vez más enfadada. ¿Acaso la adivina pretendía asustarme?<br />

Súbitamente alzó la mirada. Debió de notar mi expresión de disgusto, pues adoptó una actitud muy formal.<br />

—Eres diestra —declaró la adivina—. En consecuencia, tu mano izquierda describe tu destino. La<br />

derecha establece la dirección en que te mueves. Déjame ver tu mano izquierda.<br />

Reconozco que es extraño, pero mientras la adivina contemplaba en silencio mi mano izquierda,<br />

tuve la sobrecogedora sensación de que realmente veía algo. Los dedos débiles y sarmentosos que sujetaban<br />

mi mano parecían de hielo.<br />

—¡Caray! —exclamó con expresión de sorpresa—. Jovencita, ¡vaya mano la tuya!<br />

La adivina siguió mirando mi palma sin pronunciar palabra y abrió los ojos desmesuradamente tras<br />

las gafas adornadas con falsa pedrería. <strong>El</strong> sujetapapeles resbaló de su regazo al suelo y nadie lo recogió.<br />

Una energía contenida se acumulaba en torno a nuestra mesa y nadie parecía deseoso de tomar la palabra.<br />

Todos me observaban mientras el barullo crecía a nuestro alrededor.<br />

A medida que la pitonisa sujetaba mi mano entre las suyas, sentí un dolor creciente en el brazo.<br />

Intenté apartarme, pero me aferraba la mano como en un torno letal. Por algún motivo fui presa de una<br />

cólera irracional. También estaba algo asqueada a causa del ponche de huevo y del hedor a chicle.<br />

Separé sus dedos largos y huesudos con mi otra mano e intenté hablar.<br />

—Préstame atención —me interrumpió la adivina con voz tierna, totalmente distinta al chillido<br />

agudo de hacía unos minutos.<br />

Aunque no logré deducir de dónde provenía, me di cuenta de que su acento no era norteamericano.<br />

Pese a que el pelo gris y el cuerpo encorvado me hicieron suponer que era una mujer entrada en años,<br />

noté que era más alta de lo que al principio me había parecido y que su cutis terso prácticamente no tenía<br />

arrugas. Quise volver a hablar. Harry se había levantado y se cernía sobre nosotras.<br />

—Es demasiado melodramático para mi gusto —afirmó y posó una mano en el hombro de la pitonisa.<br />

Se había metido la otra mano en el bolsillo y sacó unos cuantos dólares más para dárselos a la<br />

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