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El ocho

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Katherine Neville<br />

agradable que un cura muerto siga flotando y aconsejando a los jóvenes que visiten mi cabecera.<br />

Siempre distingo a sus enviados por esa inclinación babeante y metafísica de la boca, por el vano deambular<br />

de sus ojos, como los vuestros... ¡Si en Ferney el tráfago de visitantes era denso, aquí, en París, es<br />

una verdadera avalancha!<br />

Reprimí la irritación que me producía ser descrito de semejante manera. Me sorprendió y alarmó<br />

que Voltaire hubiese adivinado el motivo de mi visita, pues daba a entender que otros habían buscado<br />

lo mismo que yo.<br />

—Me gustaría atravesar definitivamente el corazón de ese hombre con una estaca —desvarió<br />

Voltaire—. Luego podré tener un poco de paz.<br />

Voltaire estaba muy alterado y sufrió un acceso de tos. Tuve la impresión de que se estaba ahogando<br />

en sangre. Intenté ayudarlo, pero me apartó.<br />

—¡Médicos y curas deberían ser ahorcados en el mismo patíbulo! —gritó e intentó coger el vaso<br />

de agua. Se lo alcancé y dio un sorbo—. Quiere los manuscritos. <strong>El</strong> cardenal Richelieu no soporta que<br />

sus queridos diarios privados hayan caído en manos de un viejo réprobo como yo.<br />

—¿Tenéis los diarios privados del cardenal Richelieu?<br />

—Sí. Hace muchos años, cuando todavía era joven, me apresaron por subversión contra la corona,<br />

en virtud de un modesto poema que escribí sobre la vida romántica del monarca. Mientras me pudría<br />

entre rejas, un acaudalado mecenas me entregó unos diarios para que los descifrara. Llevaban años en<br />

poder de su familia, pero estaban escritos con una— clave secreta que nadie consiguió descifrar. Como<br />

yo no tenía nada mejor que hacer, los descifré, y aprendí muchas cosas interesantes sobre nuestro querido<br />

cardenal.<br />

—Tenía entendido que los escritos de Richelieu fueron legados a la Sorbona.<br />

—Eso es lo que todos creen. Voltaire rió con picardía—. A menos que tenga algo que ocultar, ningún<br />

cura conserva diarios íntimos escritos en clave. Sé perfectamente a qué cosas se dedicaban los<br />

sacerdotes de su época: a pensamientos masturbatorios y actos libidinosos. Me dediqué a descifrar esos<br />

diarios con el mismo ahínco con que un caballo se lanza sobre el morral, pero, en lugar de la confesión<br />

chusca que esperaba, sólo descubrí un opúsculo erudito. Mejor dicho, el mayor caudal de tonterías que<br />

he visto en mi vida.<br />

Voltaire tosió tanto que pensé que debía llamar a un sacerdote porque yo no estaba facultado para<br />

administrar el último sacramento. Luego de emitir un espantoso sonido semejante a—un cascabeleo<br />

mortal, me pidió que le acercara varios chales. Se cubrió, utilizó uno como turbante para envolverse la<br />

cabeza y continuó temblando.<br />

—¿Qué descubristeis en esos diarios y dónde están? —lo apremié.<br />

—Aún los conservo. <strong>El</strong> mecenas murió durante mi estancia en la cárcel y no tenía herederos. Es<br />

posible que cuesten mucho dinero por su valor histórico. En mi opinión, sólo son un montón de necedades<br />

plagadas de supersticiones, brujería y hechicería.<br />

—¿No habíais dicho que estaban cargados de erudición?<br />

—Sí, en la medida en que un sacerdote es capaz de objetividad. Veréis, cuando no encabezaba ejércitos<br />

contra todas las naciones de Europa, el cardenal Richelieu consagraba su vida al estudio del poder.<br />

<strong>El</strong> objetivo de sus estudios secretos se basaba en... ¿por casualidad habéis oído hablar del ajedrez de<br />

Montglane?<br />

—¿<strong>El</strong> juego de ajedrez de Carlomagno? —pregunté e intenté mostrarme sereno a pesar de que el<br />

corazón parecía escapárseme del pecho.<br />

Me acerqué un poco más a la cama y, pendiente de cada palabra, lo acicateé amablemente para no<br />

provocarle otro ataque de tos. Yo había oído hablar del ajedrez de Montglane y creía que llevaba siglos<br />

perdido. Según la información de que disponía, su valor superaba todo lo imaginable.<br />

—Tenía entendido que sólo es una leyenda —dije.<br />

—Richelieu no opinaba lo mismo—aseguró el viejo filósofo—.Sus diarios abarcan mil doscientas<br />

páginas de investigación sobre sus orígenes y significado. Viajó a Aquisgrán, o Aix—la—Chapelle, e<br />

incluso investigó Montglane, pues creía que allí estaba enterrado, pero no tuvo éxito. Veréis, nuestro cardenal<br />

opinaba que dicho ajedrez alberga la clave de un misterio, un misterio más antiguo que el ajedrez,<br />

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