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El ocho

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Katherine Neville<br />

zar y comprar una que lleva años buscando, podré pasar al frente y seré independiente.<br />

—¿De modo que lo que busca tu cliente está en Argelia? —pregunté y miré a Blanche, que bebía<br />

un cóctel de champaña y no parecía prestar atención—. Si finalmente voy a Argelia, pasarán tres meses<br />

antes de que me concedan el visado. Llewellyn, ¿por qué no vas personalmente?<br />

—No es tan sencillo —replicó Llewellyn—. Mi contacto en Argelia es un anticuario. Sabe dónde<br />

está la pieza, pero no la posee. <strong>El</strong> dueño es un ermitaño. Podría requerir muchos esfuerzos y dedicación.<br />

Tal vez sea más simple para alguien que esté residiendo...<br />

—¿Por qué no le muestras la foto? —propuso Blanche en voz baja.<br />

Llewellyn la miró, asintió y sacó del bolsillo una foto en color, plegada, que parecía arrancada de<br />

un libro. La extendió sobre la mesa ante mí.<br />

Reproducía una talla de grandes dimensiones, al parecer de marfil o de madera clara, de un hombre<br />

sentado en una silla tipo santuario, montado a lomos de un elefante. De pie, en el lomo de la bestia<br />

y sujetando la silla semejante a un trono, había varios soldados de infantería; en la base de las patas del<br />

elefante había hombres de mayor tamaño, montados, que portaban armas medievales. Era una talla<br />

extraordinaria, evidentemente muy antigua. Aunque no sabía a ciencia cierta qué significaba, al contemplarla<br />

sentí un escalofrío. Miré los ventanales próximos a nuestra mesa.<br />

—¿Qué te parece? —quiso saber Llewellyn—. ¿No es excepcional?<br />

—¿Notas la corriente de aire? —pregunté.<br />

Llewellyn negó con la cabeza. Blanche aguardaba a que diera mi opinión. Llewellyn volvió a tomar<br />

la palabra.<br />

—Es la copia árabe de una talla india en marfil. Ésta, en concreto, se encuentra en la Biblioteca<br />

Nacional de París. Podrás echarle un vistazo si pasas por Europa. Tengo entendido que la pieza india de<br />

la que fue copiada era, en realidad, copia de una mucho más antigua que aún no se ha encontrado. Se la<br />

conoce como "el rey Carlomagno".<br />

—¿Carlomagno montaba a lomos de un elefante? Creía que fue Aníbal.<br />

—No es una talla de Carlomagno, sino el rey de un ajedrez que, al parecer, perteneció a<br />

Carlomagno. Y ésta es la copia de otra copia. La pieza original es legendaria. No conozco a nadie que<br />

la haya visto.<br />

—¿Y cómo sabes que existe? —me interesé.<br />

—Existe —replicó Llewellyn—. En La leyenda de Carlomagno se describe el juego completo de<br />

ajedrez. Mi cliente ya ha comprado varias piezas de la colección y le interesa completarla. Está dispuesto<br />

a pagar cifras astronómicas por las que le faltan. Sólo quiere permanecer en el anonimato.<br />

Querida mía, todo esto es muy confidencial. Según la información que poseo, los originales son de oro<br />

de veinticuatro quilates y están incrustados de piedras preciosas.<br />

Miré a Llewellyn, pues no estaba segura de haber comprendido bien. Luego me di cuenta del montaje<br />

que se llevaba entre manos.<br />

—Llewellyn, hay leyes que prohíben sacar oro y joyas de otras naciones, por no hablar de objetos<br />

de gran valor histórico. ¿Te has vuelto loco o pretendes que me encierren en una cárcel árabe?<br />

—Ah, ahí está Harry —intervino Blanche con displicencia y se puso en pie como si quisiera estirar<br />

su largas piernas.<br />

Llewellyn dobló la foto deprisa y se la guardó en el bolsillo.<br />

—No comentes una sola palabra de todo este asunto con mi cuñado —susurró—. Volveremos a<br />

hablar antes de que viajes. Si te interesa, puede que haya un buen pastón para los dos.<br />

Meneé la cabeza y también me puse de pie cuando llegó Harry con una bandeja con vasos.<br />

—Vaya, vaya —dijo Llewellyn con voz normalAquí está Harry con el ponche de huevo. ¡Ha traído<br />

uno para cada uno! ¡Qué generoso! —Se inclinó hacia mí y susurró—: Aborrezco el ponche de<br />

huevo. Es pura mierda.<br />

Llewellyn cogió la bandeja de manos de Harry y lo ayudó a repartir los vasos.<br />

Blanche consultó su reloj de pulsera salpicado de gemas y dijo:<br />

—Querido, puesto que Harry ha vuelto y ya estamos todos reunidos, ¿por qué no vas a buscar a la<br />

pitonisa? Son las doce menos cuarto, y Cat debería conocer su porvenir antes de que comience el nuevo<br />

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