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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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eres una espada de Dios, instrumento suyo, confío en ello, y un vaso de elección para llevar su<br />

nombre. En gran medida, según la pureza y la perfección del instrumento, será el éxito. No<br />

bendice Dios los grandes talentos tanto como la semejanza que se tiene con Jesús. Un ministro<br />

santo es una arma poderosa en la mano de Dios."<br />

Para el heraldo del Evangelio, el estar espiritualmente desarreglado en su propia persona,<br />

es tanto para él <strong>mis</strong>mo como para su trabajo, una verdadera calamidad; y con todo, hermanos<br />

míos, ¡cuán fácilmente se produce tal mal! ¡Cuánta vigilancia, por lo <strong>mis</strong>mo, se necesita para<br />

prevenirlo! Viajando un día por expreso de Perth a Edinburgo, nos vimos repentinamente<br />

detenidos, a consecuencia de haberse roto un pequeño tornillo de una de las dos bombas de que<br />

virtualmente constan las locomotoras empleadas en los ferrocarriles; y cuando de nuevo nos<br />

pusimos en camino, tuvimos que avanzar al impulso de un solo émbolo que funcionaba en lugar<br />

de los dos. Sólo un pequeño tornillo se habla inutilizado, y si ese hubiera estado en su lugar, el<br />

tren habría andado sin pararse todo su camino; pero la falta de esa insignificante pieza de hierro<br />

desarregló todo lo demás. Se dice que un tren se paró en uno de los ferrocarriles de los Estados<br />

Unidos, con motivo de haberse llenado de moscas los depósitos de grasa de las ruedas de los<br />

carros. La analogía es perfecta: un hombre que bajo todos conceptos posea las cualidades<br />

necesarias para ser útil, puede por algún pequeño defecto que tenga, sentirse extraordinariamente<br />

entorpecido, o reducido a un estado absoluto de incapacidad. Semejante resultado es de sentirse<br />

en extremo, por estar relacionado con el Evangelio que en el sentido más alto, está adaptado a<br />

producir los mejores resultados. Es cosa terrible que un bálsamo curativo pierda su eficacia<br />

debido a la impericia del que lo aplica. Todos vosotros conocéis los perjudiciales efectos que con<br />

frecuencia se producen en el agua que corre por cañerías de plomo; pues de igual modo el<br />

Evangelio <strong>mis</strong>mo al correr por hombres espiritualmente dañados, puede perder su mérito hasta el<br />

grado de hacerse perjudicial a sus oyentes. Es de temerse que la doctrina calvinista se convierta<br />

en la enseñanza peor, si se predica por hombres de vida poco edificante, y se presenta como una<br />

capa que puede cubrir toda clase de licencias; y el arminianismo, por otra parte, con su amplitud<br />

en ofrecer la <strong>mis</strong>ericordia, puede causar un serio daño a las almas, si el tono ligero del predicador<br />

da lugar a que sus oyentes crean que pueden arrepentirse cuando les plazca, y que de<br />

consiguiente no hay urgencia en acatar desde luego las prescripciones del mensaje evangélico.<br />

Además, cuando un predicador es pobre en gracia, cualquier bien duradero que pudiera ser el<br />

resultado de su ministerio, será por lo general débil, y no guardará ninguna proporción con lo que<br />

habría derecho de esperar. Una siembra abundante será seguida por una cosecha escasa; el<br />

interés producido por los talentos será en extremo pequeño. En dos o tres de las batallas perdidas<br />

en la última guerra americana, se dice que las derrotas se debieron a la mala clase de la pólvora<br />

ministrada por ciertos contratistas falsarios del ejército, pues eso fue causa de que no se<br />

obtuviera el efecto buscado por el cañoneo. Lo <strong>mis</strong>mo puede acontecernos a nosotros. Podemos<br />

no dar con nuestra mira, desviarnos del camino que intentamos seguir y desperdiciar nuestro<br />

tiempo, por no poseer verdadera fuerza vital dentro de nosotros <strong>mis</strong>mos, o no poseerla en tal<br />

grado que conforme a ella pueda el Señor bendecirnos. Cuidaos de ser predicadores falsarios.<br />

2<br />

Uno de Nuestros Principales Cuidados Debe Ser<br />

el que Nosotros Mismos Seamos Salvos<br />

El que un predicador del Evangelio sea ante todo participante de él, es una verdad simple,<br />

pero al <strong>mis</strong>mo tiempo una regla de la mayor importancia. No vivimos entre los que aceptan la<br />

sucesión apostólica de los jóvenes, tan sólo porque éstos pretenden asumirla. Sí la vida de

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