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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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en más de lo que valía, y carecía del juicio espiritual y de la experiencia que son requisitos<br />

indispensables para un trabajo de tan gran importancia."<br />

Lo dicho hasta aquí podría bastaros, pero puedo presentar a vuestra consideración el <strong>mis</strong>mo<br />

asunto si os pormenorizo algo de la experiencia que he adquirido en mi trato con los aspirantes al<br />

ministerio. Tengo que llenar constantemente el deber que caía en suerte a ciertos empleados de<br />

Cromwell llamados Triers o probadores. Tengo que formar una opinión en cuanto a la cordura de<br />

ayudar a ciertos hombres en sus tentativas para hacerse pastores. Este es un deber de suma<br />

responsabilidad, y el desempeño del cual requiere un cuidado nada común No me constituyo, por<br />

supuesto, en juez para fallar si un hombre debe ingresar o no al pastorado; sino que mi examen<br />

lleva meramente por mira contestar a la pregunta de si esta institución tiene que ayudarle o que<br />

abandonarle a sus propios esfuerzos. Algunos de nuestros caritativos vecinos nos acusan de tener<br />

aquí una fábrica de pastores, pero semejante cargo no es cierto absolutamente. Nunca hemos<br />

tratado de hacer un ministro, y fracasaríamos si tal pretendiéramos: no recibimos en el Colegio<br />

sino a los que profesan el ser ministros ya. Se acercarían más a la verdad los que me llamaran<br />

destructor de pastores, porque un buen número de principiantes han sido desahuciados por mí, y<br />

tengo enteramente tranquila la conciencia al reflexionar en lo que así he hecho. Ha sido siempre<br />

para mí una tarea penosa el desanimar a un hermano joven y lleno de esperanza que ha solicitado<br />

su ad<strong>mis</strong>ión al Colegio. Mi corazón se ha inclinado siempre al lado de la condescendencia, pero<br />

mi deber para con las iglesias me ha obligado a juzgar con toda imparcialidad. Después de oír lo<br />

que el candidato ha tenido que decir, de leer sus excusas, y de hacerme cargo de sus respuestas a<br />

<strong>mis</strong> preguntas, si ha entrado en mi ánimo la convicción de que el Señor no lo había llamado, me<br />

he visto precisado a manifestárselo así. Algunos de esos casos pueden ser tipos de todos. Se<br />

presentan algunos jóvenes que ardientemente desean entrar al ministerio, pero con pena se ve<br />

trasparentárseles el motivo principal que a ello los impele, que no es otro que el deseo de brillar<br />

entre los hombres. A hombres de esta clase, considerados desde un punto común de vista, hay<br />

que recomendárseles por su aspiración; pero es de tenerse en cuenta que el pulpito no debe ser la<br />

escalera por la cual tenga que encaramarse la ambición. Si hombres así hubieran entrado al<br />

ejército, nunca habrían estado satisfechos sino hasta haber llegado al rango superior, vista su<br />

determinación de seguir adelante en su camino, lo cual hasta cierto punto merece ser encomiado;<br />

pero están alucinados con la idea de que si ingresaran al ministerio, se distinguirían en gran<br />

manera: han sentido brotar en ellos los pimpollos del genio, y se han considerado superiores a las<br />

personas ordinarias, y por lo <strong>mis</strong>mo, miran al ministerio como una plataforma donde desplegar<br />

sus supuestas habilidades. Siempre que esto ha sido visible, no he podido menos que dejar al<br />

hombre "to gang his ain gate" (ir por su propio camino) como los escoceses dicen: persuadido de<br />

que tales espíritus llegan siempre a nulificarse si entran al servicio del Señor. Hablamos que no<br />

tenemos nada de qué gloriarnos, y si algo tuviéramos, el peor lugar para exhibirlo sería un<br />

pulpito, pues allí somos llevados diariamente a sentir nuestra propia insignificancia y nulidad.<br />

A hombres que desde su conversión han mostrado gran debilidad de espíritu, y pueden ser<br />

inducidos con facilidad a abrazar doctrinas extrañas, o a frecuentar malas compañías y a caer en<br />

pecados groseros, nunca me dictará el corazón que los anime a entrar en el ministerio, sea cual<br />

fuere su palabra. Que se mantengan, si verdaderamente se han arrepentido, en la retaguardia de<br />

las filas. Inestables como el agua, no podrán sobresalir.<br />

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