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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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co<strong>mis</strong>ionados con mensajes para el propiciatorio, por amigos y oyentes en general. Tal es<br />

siempre la suerte que me cabe, y me siento gozoso al tener que presentar semejantes súplicas a<br />

mi Señor. Nunca os mostréis parcos en asuntos para la oración aun cuando no os los sugiriera<br />

nadie. Pasad revista a vuestra congregación. Siempre hay ovejas enfermas en el rebaño, y<br />

muchas más que lo están en lo moral. Algunas no están salvas, otras están buscando y aún no<br />

pueden hallar. Muchas se sienten desesperanzadas, y no pocas creyentes están expuestas a<br />

resbalar o se hallan en aflicción. Hay lágrimas de viudas y suspiros de huérfanos que echar en<br />

nuestra redoma para irla luego a vaciar ante el trono del Señor. Si sois ministros verdaderos de<br />

Dios, estaréis como los sacerdotes ante Jehová, llevando puestos espiritualmente el efod y el<br />

pectoral con los nombres inscritos de los hijos de Israel, rogando por ellos dentro del velo. He<br />

conocido a hermanos que han acostumbrado llevar una lista de las personas por quienes se<br />

sentían movidos a orar de una manera especial, y no pongo en duda que semejante registro les<br />

haya traído a la memoria con frecuencia, lo que de otro modo habrían quizás olvidado. Ni debéis<br />

concretaros tan sólo a vuestra gente: la nación y el mundo reclaman también su parte. El hombre<br />

perseverante en la oración, será un muro de fuego alrededor de su país, su ángel guardián y su<br />

escudo. Todos nosotros hemos oído decir cómo los enemigos de la causa protestante temían a las<br />

oraciones de Knox, más que a ejércitos de diez mil hombres. El famoso galés era también un<br />

gran intercesor por su país. Acostumbraba decir que se admiraba de que un cristiano pudiese<br />

permanecer acostado toda la noche en su lecho, sin levantarse a orar. Cuando su esposa temiendo<br />

que se resfriara le siguió al cuarto donde él se había retirado, oyó que decía en frases<br />

entrecortadas: "¿Señor, no me concederás a Escocia?" ¡Ojalá que nosotros pudiéramos ser vistos<br />

a media noche luchando de esa manera y exclamando: "¿Señor, no nos concederás las almas de<br />

nuestros oyentes?"<br />

El ministro que no ora fervientemente por su obra, es preciso que sea un hombre vano y<br />

presuntuoso. Se porta como si se juzgase suficiente por sí <strong>mis</strong>mo, y sin necesidad por lo tanto, de<br />

recurrir a Dios. ¡Y qué orgullo tan infundado se muestra al concebir que nuestra predicación<br />

puede ser por sí <strong>mis</strong>ma alguna vez tan poderosa que haga volver a los hombres de sus pecados, y<br />

traerlos a Dios sin la operación del Espíritu Santo! Si verdaderamente somos humildes de<br />

corazón, no nos aventuraremos a presentarnos en la pelea, sino hasta que el Señor de los ejércitos<br />

nos haya revestido de todo poder, y dichones: "Anda en esta tu fuerza." El predicador que<br />

descuida la práctica de orar mucho, es menester que sea muy negligente en cuanto a su<br />

ministerio. No puede haber comprendido bien su llamamiento, computado el valor de una alma,<br />

o estimado lo que significa la voz eternidad. Es preciso que sea un mero empleado, tentado a<br />

ocupar un pulpito porque el pedazo de pan que pertenece al cargo del ministro le es muy<br />

necesario, o un hipócrita detestable que aspira a las alabanzas de los hombres y no se cuida de<br />

merecer las alabanzas de Dios. El que así procede llegará a ser con seguridad un orador<br />

puramente superficial, bien aceptado donde la gracia sea lo que menos se valorice, y una vana<br />

ostentación lo que más se admire. No puede ser de aquellos que aran bien la tierra para obtener<br />

una abundante cosecha. Es un mero holgazán, no un trabajador. Como predicador tiene un<br />

nombre para vivir, pero está muerto. Da traspiés en su vida como el hombre cojo de quien se<br />

habla en los proverbios, cuyas piernas no eran iguales, porque su oración es más corta que su<br />

predicación.<br />

Mucho me temo que, en mayor o menor grado, una gran parte de nosotros necesitemos<br />

examinarnos interiormente en cuanto a este asunto. Si alguno de los que están aquí se aventurase<br />

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