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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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consagraron levantando cada uno su mano derecha y haciendo todos, una solemne oración. Su<br />

padre entonces predicó un sermón tomando por texto a 2 Tim. 2:1. "Pues tú, hijo mío, esfuérzate<br />

en la gracia que es en Cristo Jesús." Enviado de esta manera, predicó en la tarde sobre 2 Tes. 1:7,<br />

8. "Que el Señor le bendiga y le dé gran éxito." (Apuntes biográficos del Rev. Robert Hall, por J.<br />

M. Morris, 1833).<br />

Debe darse una considerable importancia al juicio de los hombres y de las mujeres que viven<br />

cerca de Dios, y en la mayor parte de los casos su veredicto no será equívoco. Sin embargo, esta<br />

apelación no es final ni infalible, y tiene que ser estimada sólo en proporción a la inteligencia y a<br />

la piedad de las gentes consultadas. Recuerdo bien cuan encarecidamente me disuadía de<br />

predicar una señora cristiana de las más piadosas que hayan existido jamás; yo procuré apreciar<br />

el valor de su opinión con sinceridad y paciencia, pero fue de mayor peso el juicio de personas<br />

de más vasta experiencia. Los jóvenes que se hallen en duda, harán bien en llevar consigo a sus<br />

amigos más sensatos la próxima vez que tengan que ir a la capilla o lugar de reunión del campo o<br />

de la aldea, para ensayarse delante de ellos en la predicación de la Palabra. Yo he notado, que<br />

vosotros, señores, como cuerpo de <strong>estudiantes</strong>, en el juicio que formáis los unos de los otros,<br />

pocas veces o nunca os engañáis. Con dificultad podría hallarse un caso en que la opinión<br />

general del colegio entero relativa a un hermano, haya sido errónea. Los hombres no son tan<br />

incapaces para formarse una opinión exacta unos de otros, como algunas veces se supone que lo<br />

son. Juntándoos como lo hacéis en clase, en las reuniones de oración, en pláticas familiares y en<br />

varios ejercicios religiosos, os aforáis entre vosotros; y un hombre sensato no podrá fácilmente<br />

desatender el veredicto de sus compañeros.<br />

No completaría yo este punto si no agregase que la mera habilidad para edificar y aptitud para<br />

enseñar, no son bastantes, pues son menester otros talentos para completar el carácter pastoral.<br />

Un sano juicio y una sólida experiencia deben instruiros; modales finos y afecciones cariñosas,<br />

caracterizaros, y la firmeza y el valor manifestarse en vosotros, en quienes a la vez no debe faltar<br />

ternura y simpatía por los demás. Dotes administrativos para gobernar bien, son tan necesarios<br />

como dotes de erudición para enseñar bien. Debéis ser idóneos para dirigir, estar preparados para<br />

afrontarlo todo, y tener fuerza para perseverar. Con respecto a gracia debéis tener la cabeza y los<br />

hombros sobre los demás, a fin de que podáis ser su padre y consejero. Leed atentamente cuáles<br />

son las cualidades que necesita tener un obispo, en I Tim. 3:2-7, y en Tito 1:6-9. Si tales dotes y<br />

gracias no residen y abundan en vosotros, puede suceder que-tengáis éxito como evangelistas;<br />

pero como pastores, no podréis servir.<br />

3. Para que un hombre ponga más a prueba su vocación, después de haber ejercitado un poco sus<br />

dotes tales como los de que he hablado ya, es preciso que vea algo que indique que la obra de la<br />

conversión camina bajo sus esfuerzos, pues de lo contrario, puede concluir que se ha equivocado,<br />

y por tanto, debe desistir del mejor modo posible. No es de esperarse que en el primero, ni aun en<br />

el vigésimo esfuerzo hecho en el público, podamos siempre notar un buen resultado; y un<br />

hombre puede sujetarse mientras viva a la prueba de predicar, si se siente llamado a hacerlo; pero<br />

me parece que como hombre consagrado al ministerio, su co<strong>mis</strong>ión carecerá de sello hasta que<br />

las almas sean traídas por su medio al conocimiento de Jesús. Como obrero, tiene que llevar<br />

adelante su trabajo tenga o no buen éxito; pero como ministro no puede estar seguro de su<br />

vocación, sino hasta que los resultados sean patentes. ¡Cómo me palpitó el corazón de alegría<br />

cuando se me dio la noticia de mi primer convertido! Nunca pude sentirme satisfecho sólo con<br />

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