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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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Apenas podremos hacernos cargo de cuántas son las bendiciones que hemos perdido por<br />

habernos mostrado re<strong>mis</strong>os en la oración, y ninguno de nosotros podría calcular cuan pobres<br />

somos en comparación de lo rico en gracia que podríamos haber sido si hubiésemos vivido<br />

habitualmente más cerca de Dios por medio de la oración. De ninguna utilidad nos serán el vano<br />

arrepentimiento, y aprensiones falsas que tengamos, pero sí nos servirá de gran provecho una<br />

sincera determinación de indemnizarnos de lo que hemos perdido, en lo futuro. No sólo debemos<br />

orar más, sino estamos estrictamente obligados a ello. Es un hecho innegable que el secreto de<br />

todo buen éxito ministerial, estriba en nuestra constancia en acercarnos al trono de la<br />

Misericordia.<br />

La gloriosa bendición que la oración privada atrae sobre el ministerio, es algo indescriptible e<br />

inimitable que mejor se entiende que se explica; es un rocío que viene del Señor, una presencia<br />

divina que reconoceréis en el acto cuando os digo que es ' una unción del Santísimo." ¿Y esto<br />

qué es? No sé cuánto tiempo tendríamos que devanarnos los sesos antes de expresar por medio<br />

de palabras, con la conveniente claridad, lo que se significa con la frase de predicar con unción;<br />

con todo; el que predica conoce la presencia de ella; y el que oye advierte pronto su ausencia.<br />

Samarla, presa del hambre, tipifica un discurso sin unción; Jerusalén con sus festines hechos de<br />

animales cebados llenos de gordura, puede representar un sermón enriquecido con ella. Todo el<br />

mundo sabe lo que es la frescura de la mañana cuando se ostentan multitud de perlas orientales<br />

en cada una de las hojas de las yerbas; pero ¿quién puede describirla, ni mucho menos hacer que<br />

se produzca por si <strong>mis</strong>ma? Semejante a este es el <strong>mis</strong>terio de la unción espiritual: nosotros lo<br />

conocemos, pero no podemos decir a los demás lo que es. Es una cosa tan fácil como necia el<br />

contrahacerla como acostumbran algunos empleando expresiones que llevan por objeto mostrar<br />

un ferviente amor, pero que muy a menudo indican un sentimentalismo enfermizo o mera<br />

jerigonza, tales son: "¡Querido Señor! ¡Dulce Jesús!" etc.-, vertidas por mayor, al grado de<br />

fastidiar.<br />

Estas familiaridades pueden haber sido no sólo tolerables, sino aun hermosas, al ser vertidas por<br />

los labios de un santo de Dios que hablaba, por decirlo así, como salido de la <strong>mis</strong>ma gloria; pero<br />

cuando se repiten petulantemente, son no sólo intolerables, sino indecentes, si es que no<br />

profanas. Algunos se han esforzado en simular unción, dando a su voz un tono afectado y<br />

quejumbroso, volteando en blanco los ojos, y levantando las manos del modo más ridículo. Otros<br />

hermanos hay que llaman la inspiración haciendo contorsiones y lanzando gritos, pero no por eso<br />

les viene. A algunos hemos conocido también que interrumpen su discurso y exclaman: "Dios os<br />

bendiga;" y a otros, por último, que gesticulan grotescamente, y se clavan las uñas en las palmas<br />

de las manos como si estuvieran sufriendo convulsiones de celestial ardor. ¡Bah! Todo eso no<br />

pasa de ser pura ficción. Tratar de avivar el fervor en el auditorio por el fingimiento de él de<br />

parte del predicador, es en éste un defecto repugnante que debe ser evitado por todo hombre de<br />

bien. "Afectar sentimiento," dice Richard Cecil, "es cosa nauseabunda y que pronto se descubre;<br />

pero poseerlo realmente es el camino más expedito para llegar al corazón de los demás." La<br />

unción es una cosa que no se puede manufacturar, y sus falsificaciones no sirven para nada; con<br />

todo, es en sí <strong>mis</strong>ma de un precio inestimable y de todo punto necesario, si es que deseamos<br />

edificar a los creyentes y llevar los pecadores a Jesús.<br />

Al que en secreto se pone en comunicación con Dios, se le hace poseedor de este secreto: cae<br />

sobre él el rocío del Señor, y en su torno se esparce el perfume que alegra el corazón. Si la<br />

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