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Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre<br />
el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido<br />
prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se<br />
removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro:<br />
una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba.<br />
No había aquí yace todavía: el escultor no quería mentir; pero los nombres del difunto<br />
saltaban a la vista ya distintamente delineados.<br />
¡Fuera, exclamé, la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces!<br />
¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia! Todas estas palabras parecían<br />
repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de<br />
Difuntos de 1836.<br />
Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas.<br />
Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón,<br />
lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.<br />
¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué<br />
dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!<br />
¡Silencio, silencio!!!<br />
Fermín Caballero<br />
El clérigo de misa y olla<br />
Érase un labradorcillo de mediana fortuna (que medianía en los pueblos cortos es tener<br />
pan moreno que comer, seis gallinas que pongan huevos y un pedazo de tierra donde coger<br />
algunas patatas y berzas), casado con una aldeana misticona, buena hilandera y en extremo<br />
hacendosa. Vivían en una paz sepulcral sólo interrumpida por los lloros de los chiquillos,<br />
que eran doce hembras y un varón. Éste se dedicó de tierna edad al cultivo del campo, en el<br />
cual despuntaba por sus fuerzas hercúleas, por su dureza en aplicarlas, por su asiduidad de<br />
yunque y porque nada le distraía sino el azadón o la esteva. ¡Qué pesar sentían sus padres<br />
viéndole en la pubescencia sin medios para librarle de la quinta! Porque ni él daba muestras<br />
de inclinarse al matrimonio, ni podía ordenarse a título de insuficiencia; ni contaban<br />
recursos para ponerle un sustituto (caso de que entonces existiesen empresas y comercio de<br />
sangre humana); ni tenía hernia ni otro defecto corporal que le eximiera de ser soldado.<br />
Mas la Providencia, que hasta de los pájaros cuida, vino a proporcionar un consuelo a<br />
esta familia predestinada. Cayole al chico una capellanía colativa por muerte de un clérigo<br />
su pariente, y cátate abierto un ancho campo de esperanzas risueñas a los ancianos padres y<br />
a las desvalidas hermanas. Ya se creían en el goce de prebendas y de diezmos; ya se<br />
repartían de memoria la copia y los derechos de estola y ya se figuraban a su neófito todo<br />
un capellán de honor, un abad mitrado vere nullius, o un obispo in partibus infidelium.El