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Doña Acepción -Alcalde de monterilla designa un alcalde lego, liso, llano y abonado; un<br />
alcalde común de pueblo o aldea.<br />
¡Vive Dios que las dos señoras catedráticas me dejan tan confuso como antes, si ya no<br />
redoblan mis dudas sus encontrados pareceres como embrollan la inteligencia de las leyes<br />
las aclaraciones covachuelísticas! Porque una de dos: o el hábito hace este monje, es decir,<br />
o alude la denominación a la prenda de vestuario, y entonces es alcalde de monterilla el que<br />
la gasta, aunque sepa más leyes que Gregorio López y ejerza su jurisdicción en la ciudad<br />
más culta, o atañe a la rústica simplicidad del juez, o su torpeza innata, y en este caso hay<br />
alcaldes de monterilla con birretes y bandas, aunque estén aposentados por arte del diablo<br />
en el consistorio de la Corte. Mas haciendo una coalición de las dos opiniones antedichas,<br />
se encontrará la solución del enigma, el voto de la mayoría parladora.<br />
Entiéndese en esta España de conejos y gazapos por alcalde de monterilla un alcalde<br />
zote, sin carrera literaria, que necesita asesor para actuar en negocios graves, que obra a<br />
tontas y a locas cuando le guía su instinto zopenco, o que cede a las inspiraciones de un<br />
mentor petulante y enredador; un alcalde labriego más o menos burdo. Y como esta rudeza<br />
se ha creído propia de los alcaldes campesinos de chupa y garrote, que ordinariamente<br />
usaban montera, se dio el apodo de alcalde de monterilla al que hace alcaldadas de patán,<br />
aunque tenga más sombreros que las fábricas de Leza, y más condecoraciones que un vía<br />
crucis. Y nota bien que no dijeron alcalde montera, sino diminutivando de monterilla, modo<br />
despreciativo, usual en los cortesanos orgullosos, siempre que han de tratar de las cosas y<br />
de las personas, antes plebe y ahora masa inerte de la sociedad.<br />
Entre tanto que la gente de letras se ocupaba del distintivo capital de los alcaldes, la<br />
moda caprichosa, que todo lo lleva por delante, como el espíritu reformador del siglo, hizo<br />
en nuestras provincias un pronunciamiento general contra las monteras. Así debía de ser a<br />
fe. Las cabezas constitucionales no era razón que continuasen cubriéndose con el aparato<br />
que cobijara las testas del servilismo. A la sombra del árbol de la libertad progresaron los<br />
sombreros, y las fanáticas monteras fueron a esconderse avergonzadas con los señoríos y<br />
los diezmos, con las vinculaciones y las santas hermandades. Coincidencia fue que oriundo<br />
el régimen constitucional de la Andalucía, vino también por Sierra Morena la inundación de<br />
calañeses, gachos, chambergos y de chozo, que, tan pronto como los sarracenos, se<br />
apoderaron de Castilla, sin dejar cabeza con montera.<br />
Deducirás de aquí, lector benévolo, que hoy puede caer bajo el dictado de alcalde de<br />
monterilla todo mandarín municipal simple y atestuzado, ora le cubra un pavero, un tres<br />
candiles o un copudo sombrero, ora vista al modelo del último figurín de París. Tan<br />
variados, y multiformes son en nuestros días. los alcaldes de monterilla como los rateros de<br />
Corte, y los esbirros de Policía. Si entre político y naturalista me propusiera hacer una<br />
clasificación botánica lineana del reino alcaldesco monterillal, verían ustedes cuántos<br />
órdenes, géneros, especies y variedades. A pintarlos todos, era cosa de alquilar conventos<br />
para formar galerías y museos. Iré describiendo algunos, y por ligeras que sean las<br />
pinceladas, no será difícil al curioso observador el cotejarlos con ciertos originales de los<br />
que funcionan por estos mundos. de Dios, si es que este mundo no está dejado de su mano<br />
y entregado a mandones del otro.