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tener mujer más joven y bonita, o porque no le hacen el zalamelí, o porque no convidaron<br />
los chicos a un bautizo ni pueden usar armas ni reciben las cartas a tiempo ni rondan por la<br />
noche ni venden vino al por menor ni son de la Milicia Nacional.<br />
Poniendo en miniatura este boceto, resulta un alcalde andrógino, cuya parte bominal<br />
corresponde a las autoridades provinciales y a los protocolos en los encabezamientos y en<br />
las firmas, quedando la parte femenina en la región de los hechos que presencian los<br />
vecinos. El varón suena, la mujer obra; el marido suscribe, la esposa dicta; el alcalde lleva<br />
la vara, la alcaldesa tiene la autoridad; en suma, lo masculino es una abstracción, que reina<br />
y no gobierna, y doña Eduvigis, ejerce en nombre de este autómata el gobierno supremo.<br />
De aquí debió de sacarse la teoría constitucional de la inviolabilidad del monarca y la<br />
responsabilidad de los ministros. Semejante administración suele proporcionar al alcalde<br />
enemistades, choques, cuentos y chismes; pero sus intereses materiales ganan comúnmente,<br />
porque como vale más ochavo de mujer que real de hombre, queda equipada la casa,<br />
renovada la labor, repuestas las paneras y aumentado el terrazgo con alguna haza adquirida<br />
en las glorias del reinado.<br />
Otro género bastante común de alcaldes de monterilla es el que se funda en un carácter<br />
bronco, crudo y aferrado, cuya suprema ley es el capricho. Sea para lo bueno o para lo<br />
malo, lo que aprende sostiene y lo que se propone lleva adelante, sin que le retraigan de su<br />
empeño ni influencias ni dificultades. Este puede reputarse el prototipo del alcalde de<br />
monterilla, el que mantiene la fama de la entereza concejil, el que aún sirve para hacer el<br />
coco a los muchachos y a los gobernantes débiles, y el que ha dado al proverbio de<br />
Señor alcalde, vinagre<br />
¿se vende en este lugar?<br />
Uno de estos alcaldes tremebundos hubo en un pueblo del partido de Alcalá, provincia<br />
de Madrid. Había reunido bienes de fortuna con su actividad y natural despejo, que<br />
instrucción maldita la que tenía, pues la señal de la cruz era su firma y no conocía la Q.<br />
Tomó la manía de no dar cumplimiento a las cédulas y pragmáticas, y la lógica de Lesmes<br />
Cabezudo era esta. Leíaselas el escribano; escuchaba atento la retahíla cancilleresca de «rey<br />
de Castilla, de León, de Toledo, de Sevilla, de Valencia, de Murcia, de Jerusalén, etc.», y<br />
notando que no decía «rey de Daganzuelo», mandaba cesar al secretario y que archivara la<br />
orden, porque era visto que con ellos no hablaba.<br />
Con la misma frescura que obraba en tiempo del extinguido Consejo Real, se resistió a<br />
obedecer órdenes de la Diputación y del jefe político, siendo alcalde por la Constitución de<br />
la Monarquía. Tres veces seguidas negó el cumplimiento al juez de primera instancia, que<br />
venía comisionado para presidir las elecciones municipales, en ocasión de hallarse el<br />
pueblo dividido en bandos. Decía, y decía como un ángel, que él era el presidente nato, el<br />
exclusivo por la ley; y como se mantuvo tieso en sus trece, presidió, escrutó, ganó la<br />
votada, a pesar de superioridades y de adversarios. Pedirle el jefe político partes diarios de<br />
las elecciones de diputados estando él en la mesa de su distrito, era lo mismo que pedir<br />
peras al olmo: contestaba a su señoría que la ley electoral no le marcaba otro deber que fijar<br />
al público el resultado, y que allí podía verlo si gustaba. Cuestar en su jurisdicción nadie lo<br />
hacía impunemente: a dos pedigüeños italianos, con bulas del obispo de Rímini, con