Descargar - Biblioteca Virtual Universal
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lana y a todo otro color sustituye el lúgubre negro, y en la casa suele revestirse de un raído<br />
talar que fue balandrán de su difunto tío. Huye del trato con los profanos, ya por aparentar<br />
retraimiento del mundo y ocupaciones de su ministerio ya por evitar que le recuerden<br />
bromas y simplezas asadas, ya por quitar la confianza a los que le tuteaban. Pasea solo por<br />
los parajes más extraviados y camina con los ojos bajos, aunque al soslayo y a hurtadillas<br />
guste de enterarse de todo y especialmente de las perfecciones de las criaturas.<br />
Lo común es separarse de la familia y poner casa aparte; y a pesar del empeño de una y<br />
otro hermana por emanciparse a título de cuidarle, él prefiere para sirvienta a la hija del<br />
tamborilero, que es una muchacha rolliza, desenvuelta y de disposición para todo. En los<br />
antiguos cánones se llamaba esta ayuda de parroquia, compañera y barragana del clérigo;<br />
hoy se titula el ama por decencia clerical, pero jamás se confunde ni en el trato, ni en el<br />
porte, ni en el nombre con la simple criada.<br />
Otra variedad causa en don Zoilo el cambio de estado. Antes embotaba sus potencias el<br />
ejercicio corporal; ahora, si bien no han ganado mucho en despejo, suelta algunas<br />
sentencias tradicionales contra libertinos y filósofos aunque ignora qué casta de pájaros<br />
son; habla de duendes, brujas y de ánimas aparecidas y contradice todo lo que suena a<br />
invenciones y novedades. En una palabra, se considera tan otro desde el día en que se abrió<br />
la corona y se vistió los hábitos, que por inmunidad entiende que ningún juez del mundo<br />
tiene que ver con él, sino el obispo o el papa, y al príncipe temporal le considera como un<br />
pobre penitente rendido a sus pies, que espera humildemente su absolución o que le envía<br />
por ella a Roma, si no ha comprado la bula de la santa cruzada.<br />
Andando el tiempo va volviendo el capellán, sin sentirlo a su pristino ser, como la cabra<br />
que siempre tira al monte. Su única obligación es decir los días de precepto misa de alba en<br />
la sementera y de once en los agostos; y aunque el resto del año nunca deja de celebrar,<br />
estando sano, ni tiene precisión de madrugar, ni de estarse en ayunas hasta el medio día. En<br />
veinte minutos hace su deber y su negocio, y como dos horas le bastan para comer y diez<br />
para dormir, el resto del día en algo ha de ocuparlo. Ya le cansa la conversación perpetua<br />
de su sirvienta; no le satisface su exclusiva privanza, y se aburre del retraimiento por los<br />
andurriales. Empieza a salir de la monotonía entrando en alguna casa de más confianza; va<br />
por las tardes y noches a echar un truque con la gente de su estambre, y anuda relaciones<br />
que los humos clericales habían interrumpido. Recobra la anterior franqueza, tira el<br />
cuellecillo reservándolo para los oficios eclesiásticos; sale en mangas de camisa durante la<br />
canícula; se detiene a hablar con las mujeres que lo merecen, mirándola de hito en hito, y si<br />
le enfadan los muchachos, o el ruido de los perros, o las rondas a deshoras, echa sus tacos y<br />
votivas, como un hombre de carne y hueso. El genio bravío y los resabios de la educación<br />
no le abandonarán hasta la fuesa; y guarte no le duren, como diz que dura el carácter<br />
sacerdotal; hasta en los infiernos.<br />
Este es el período álgido de los goces clericales, supuesto que a la compostura afectada<br />
y al aparato exterior ha sucedido la naturalidad grotesca y sin aprensión. El ama procura por<br />
todos los medios que en su casa encuentre el señor lo que necesite, y que le parezca mejor<br />
que lo ajeno; ni la madre Celestina sería más diestra en aderezar tónicos, corroborantes,<br />
excitantes, dulcificantes y sustancias suculentas. Del agua no prueba más gota que la que<br />
destila con la cucharilla en el cáliz; pero todas las vinajeras del vino le parecen chicas, y