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Figúrense mis leyentes que se hallan presenciando una sesión de nuestro cabildo, en que<br />
amén de los seis municipales hay cuatro repartidores nombrados por el mismo<br />
Ayuntamiento, y son: un ganadero, un labrador ricote, otro mediano y un bracero<br />
acomodado. La sala capitular en donde están reunidos sobre ser estrecha de suyo, se halla<br />
ocupada por un arcón viejo de tres cerraduras, que servía en lo antiguo para guardar los<br />
caudales que ya no hay; por dos bancos de respaldo carcomidos y rotos; por una mesa<br />
travesera de aspa; por la marca para tallar los mozos, y principalmente por un montoncillo<br />
de tranquillón que llaman el pósito. Abre la sesión don Deogracias, sentado a la derecha del<br />
alcalde; se cala las antiparras de muelle, y lee un presupuesto de contribuciones y gastos<br />
para el año entrante. Advierte a los oyentes que el ascender a trescientos ducados más que<br />
en el año anterior consiste en que quedó un déficit por partidas incobrables, en las costas de<br />
causa criminal del que dio de navajadas al Monito, suplidas por la Villa a falta de bienes del<br />
reo, y que el pliego de cargo aumenta mil quinientos reales para indemnización de daños<br />
causados por las facciones. Y mientras el secretario se pone a extender la cabeza del acta<br />
con una Pluma de pavo mojada en tintero de vidrio del Recuenco se entabla entre los<br />
repúblicos la siguiente discusión.<br />
El procurador síndico dice que todos los años va subiendo el presupuesto como la<br />
espuma; que cuando se reparte se excluye a los pobres, viudas y vecinos inútiles, y no debe<br />
haber fallidos si se quiere cobrar; que el autor de las heridas tiene un solar de casa, y no es<br />
justo que pague la Villa sus delitos, y que el recargo para indemnizaciones es indebido,<br />
porque todos han experimentado daños en la guerra y se trata de indemnizar a los<br />
embrollones agibílibus, que han supuesto lo que no hubo y centuplicado lo que perdieron.<br />
Esfuerza un repartidor lo expuesto por el preopinante, añadiendo que, si no se pone coto al<br />
desorden que hay en las gabelas, será cosa de abandonar el pueblo; que antes se excusaban<br />
las derramas con la guerra, y ahora que no la hay (gracias a Dios de los cielos y a los dioses<br />
de la tierra, que de balde y de bóbilis-bóbilis nos han dado la paz), se saca lo mismo y más,<br />
no se sabe para quién; porque, según dicen los papeles católicos que lee el señor cura, todos<br />
están rabiando de hambre, y el dinero se desaparece entre los músicos y danzantes que<br />
andan por Madrid y por las oficinas de amortización. Al llegar a este punto, don Deogracias<br />
interpela al alcalde para que haga guardar el orden, increpando duramente a los que sin<br />
saber critican a las autoridades, y amenazando a los que vierten doctrinas republicanas<br />
contrarias a la Regencia del reino y a la religión de nuestros padres. Concluye con decir que<br />
allí son llamados a hacer el reparto, y que todo lo que se hable fuera de esto es nulo y de<br />
ningún valor con arreglo a la ley de febrero. El alcalde se conforma, el regidor decano es de<br />
la misma opinión, y los demás se encogen de hombros dándose por cachiporrados.<br />
Sale el librete cobratorio del año anterior para que vean lo que cada vecino tiene de<br />
cuota, y regulen si está alta o baja, si ha decaído o medrado desde entonces. Generalmente<br />
se opina por la subida, porque a excepción de los diez presentes, todos parecen<br />
beneficiados, y sobre todo los forasteros.<br />
-Echarle a ese más, que le ha caído dos veces a la lotería -dice un repartidor.<br />
-Ese otro bien puede pagar hogaño -replica el síndico-, que heredó un buche de su<br />
señora.