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pasaporte en regla, y garantidos con suscripciones de todos los prelados y magnates de<br />
España, me los sopló en la trena, les siguió causa, les sacó los cien mil y más reales que<br />
llevaban de ofrendas, y tuvieron que largarse a contar en Roma lo que es un alcalde de<br />
monterilla en los dominios del rey católico. Y para decirlo de una vez, nuestro don Lesmes<br />
fue el Sancho de la ínsula Daganzaria, el Abdón Terradas de la Campiña, el non plus ultra<br />
de los alcaldes tozudos e indomables.<br />
Reverso de esta medalla es don Caraciolo Benavides, alcalde de un pueblo andaluz, que<br />
guarda su atestuzamiento para ser ministerial incansable de todos los gabinetes presentes y<br />
futuros. Da por razón de esta conducta que los alcaldes deben atender a las mejoras<br />
materiales de sus localidades, y que el gobierno las concede y el enemigo las niega; que por<br />
haber ayuntamientos hostiles han tomado tirria contra ellos los doctrinarios, y piensan en<br />
poner alcaldes reales, y que el buen liberal debe ayudar al que manda, para que no le<br />
derriben los serviles y carlistas. Con estas bases previas, es un constitucional furibundo, del<br />
movimiento rápido, progresista legal, y tan exaltado, que al escribano su secretario le tiene<br />
hechas estas prevenciones terminantes: 1.ª Que jamás use en los escritos real de vellón, sino<br />
nacional de vellón; 2.ª Que no ponga ni por pienso real orden, sino orden nacional, y 3.ª<br />
Que en las escrituras públicas en vez de empezar invocando la Santísima Trinidad,<br />
sustituya esta cláusula: «En el nombre de las inspecciones de infantería y de milicia, y de la<br />
secretaría de S. A., que son tres cosas distintas regidas por un solo hombre verdadero», etc.<br />
Y al que no abunda en estos sentimientos, lo tiene por absolutista, moderado, afrancesado y<br />
mal patriota.<br />
Con las pinceladas, rasguños y brochazos antecedentes creo haber pintado alcaldes de<br />
monterilla de fisonomía bien marcada; concluiré dando por vía de epílogo algunas reglas<br />
para conocer las pertenencias de sus mercedes.<br />
Si veis a una lugareña oronda de vanidad que grita a otra vecina: «¡Tú pagarás la<br />
desvergüenza!», tened por seguro que es la alcaldesa la que habla.<br />
El joven labriego a quien llaman de usted los ancianos de su misma clase, o es alcalde<br />
en la actualidad, o lo ha sido en años precedentes.<br />
Cuando entre los niños que juegan en la plaza oigáis a uno que exclama ofendido:<br />
«¡Mira que se lo he de decir a mi padre!», aquel es hijo del alcalde.<br />
La zagala que a pesar de su desgraciada figura sale la primera a bailar y recibe el primer<br />
mayo de los mozalbetes, cuéntala por hija de su merced.<br />
¿Ves aquel gañán que con imperio exige de otro labrador que le haga lado para pasar<br />
con la yunta sin detenerse? Criado del alcalde, sin falta.<br />
Aquel forastero viajante que cerca del pueblo y a la vista del guarda entra con desenfado<br />
a coger uvas de las viñas, es huésped del alcalde y lobo de su camada.