Julián Henríquez Caubín. Madrid (ejemplo) - Luarna

—Sé, porque usted me lo ha dicho, que guarda en su
casa la colección de “El Socialista”. ¡Mi consejo es que hoy
mismo la queme usted!
Quedé aun más sorprendido. Los ojillos de Don Lucio
brillaban. No dudé que era sincero. Resplandecía en ellos un
sentimiento de afecto hacia mí. Ante mi actitud interrogativa,
Don Lucio prosiguió:
—Crea usted que se lo digo porque le estimo. Eso lo
sabe usted bien.
Y girando sobre la punta del cono que sostenía la ancha
ojiva de su cuerpo, desapareció bruscamente sin decir
más.
Las palabras del Secretario del Consejo de Administración
me dejaron perplejo unos minutos. Apresuradamente
abrí “El Socialista” y pasé la vista por sus titulares. Conocía
muy bien todas sus secciones, y en ninguna de ellas encontré
la clave de las palabras que acababa de oír.
Despreocupadamente cerré el periódico y llamando al
bedel, le entregué los legajos. Con calma terminé de ordenar
los papeles de mi mesa y me dispuse a marcharme. Ya iba a
girar el picaporte para salir al corredor, cuando recordé que
no me había despedido de Don Lucio, cosa que acostumbraba
hacer siempre. Abrí la puerta de comunicación con su despacho
y lo encontré arrellanado en su sillón, los ojos semicerrados,
la cabeza ladeada y las manos regordetas entrelazadas
sobre el abultado vientre. Las adiposas caderas rebosaban
por encima de los brazos del sillón, y los cortos pies apenas
tocaban el suelo con la punta de los zapatos.
No abandonó su postura al entrar yo. Sus vivos ojillos
siguieron mis movimientos hasta que me senté en una esqui-