Julián Henríquez Caubín. Madrid (ejemplo) - Luarna

—Creo que si lo que usted dice es cierto, si no son
bromas, quienes tienen más que perder son los sublevados y
quienes les sigan. Cualquier tontería que hagan las derechas
con motivo de lo de Calvo Sotelo no podrá tener otras consecuencias
sino que la República se limpie por fin de… -iba a
decir las alimañas, pero me contuve pensando que Don Lucio
podría ser una de ellas. Y proseguí.- Que se limpie por fin de
todos los que jugando a los conspiradores están manteniendo
el país en un estado de inquietud permanente…
—Pues no señor - contestó sin alterarse lo más mínimo-,
no son chiquilladas. Esta vez va de veras. Ahora se acabará
definitivamente con Largo Caballero y con todos los que
quieren llevar a España al comunismo.
—¿Y qué tiene que ver Largo Caballero con todo esto?
Si ni siquiera está en el Gobierno, ni hay en él un solo socialista.
Y en cuanto a los comunistas ¿Qué peligro hay de que tengan
poco más de una docena de Diputados en el Parlamento?
Don Lucio se exaltó:
—¿Que no tienen nada que ver? -gritó casi, elevando
los brazos al techo- ¿Y la huelga de la construcción? ¿Y la Ley
de readmisión de despedidos de todos los revolucionarios de
Octubre de 1934? ¿Y los desvergonzados discursos de “Pasionaria”
en el Congreso? ¿Y sus obscenidades en los cafés? Todo
es un caos, y es ya hora de acabar con el caos. En el campo incluso
donde los campesinos no respetan nada…
—Mire, Don Lucio -le interrumpí viendo que la pasión
se le desbordaba-, nada de eso lo podemos arreglar aquí usted
y yo. Me marcho, pues se me hace tarde. Hasta el lunes.
Y cogiendo mi sombrero me dirigí hacia la puerta.