Julián Henríquez Caubín. Madrid (ejemplo) - Luarna

Don Lucio se había puesto en pie. Sus mofletes se habían
coloreado intensamente de rojo allí donde las pecas no
los habían teñido de un más fuerte color castaño oscuro.
—Espere un momento -me dijo- todavía tiene usted
tiempo de pensarlo.
—¿Pensar qué?
Don Lucio quedó sin saber que contestarme. Había dejado
caer su puro fuera del cenicero, sobre el cristal de la mesa.
Meditó unos momentos y luego dijo:
—Es inútil tratar de convencerle a usted. Hace tanto
tiempo que le conozco y hemos hablado mucho de ello… es
asunto perdido. En fin: ya veremos.
—Querido Don Lucio, francamente le digo que no
comprendo ni su actitud ni sus palabras. Yo espero que el lunes
nos veamos otra vez por aquí sin novedad alguna.
Don Lucio parecía desalentado.
—El lunes… -murmuró gravemente- el lunes… el lunes
nos veremos bajo otro signo.
Creí notar en sus palabras un dejo de amargura.
—No sea usted pesimista -le dije creyendo debía consolarle
por anticipado-. A usted nada le ocurrirá. Seguiremos
discutiendo como siempre. Los que estén complicados son los
que pagarán las consecuencias. Ninguna militarada encontrará
ambiente en España. El Gobierno tiene en sus manos las
riendas. No se preocupe, pues -le aseguré con íntimo convencimiento-.
No es posible que el Gobierno esté desprevenido.
Tendrá conocimiento de todo. Y se hará dueño de la situación
inmediatamente. No son estos tiempos en que una conspira-