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Julián Henríquez Caubín. Madrid (ejemplo) - Luarna

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na de su amplia mesa, quitando sin el menor cuidado una pila<br />

de expedientes de las muchas que la cubrían. Los papeles los<br />

acumulaba por todas partes y formaba con ellos verdaderas<br />

montañas. Pero estaba dotado Don Lucio de una memoria<br />

prodigiosa, y cuando necesitaba un documento o lo pedía alguien,<br />

con una rapidez de movimientos sorprendente en<br />

hombre de tal volumen, se iba recto a un montón, y del lugar<br />

más insospechado tiraba de un ángulo y salía siempre el papel<br />

requerido.<br />

—Me marcho ya, Don Lucio -dije-. Hasta el lunes.<br />

Sin variar de postura me preguntó.<br />

—¿Cómo sigue su mujer?<br />

—Se encuentra bastante bien -repuse- hasta ahora todo<br />

va bien. El tocólogo sigue afirmando que será un parto normal…<br />

salvo imprevistos.<br />

—¿Salen ustedes fuera este fin de semana? -y esta vez<br />

su tartamudeo se hizo patente con más intensidad que otras<br />

veces.<br />

—Hoy, por lo menos, no. Ya no está mi mujer para viajes<br />

largos. Si acaso, mañana nos iremos a La Granja, a visitar a<br />

unos amigos que dejamos allí el pasado sábado.<br />

Los ojillos de Don Lucio se cerraron fuertemente.<br />

—¡No… no… no…! -yo creí que tartamudeaba otra<br />

vez-. No… mañana domingo no saldrá usted. Y hoy sábado…<br />

-Incorporóse rápidamente y abriendo del todo sus ojos, puso<br />

las manos sobre la mesa - Y hoy sábado, siga mi consejo, no<br />

salgan ustedes. A ninguna parte. Ya saben usted y su mujer<br />

cuanto les quiero.

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