Julián Henríquez Caubín. Madrid (ejemplo) - Luarna
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La pesada mole de Don Lucio se agitó en su sillón. Me<br />
miró maliciosamente y encendiendo su puro dijo lentamente:<br />
—Es inútil que le guarde el secreto un momento más.<br />
Es la una y media de la tarde, y a estas horas ya debe ser<br />
público todo lo que sucede. Ya sabe que no tengo necesidad<br />
de jactarme de nada ante usted… pero sí le digo, que sin moverme<br />
de aquí sé que a estas horas…<br />
Se interrumpió unos momentos para dar unas chupadas<br />
a su puro. Tuvo que prender otra cerilla.<br />
—¿Ve usted? Lo que siempre he dicho… si las cerillas<br />
se hubiesen inventado después de los encendedores… ¡qué<br />
gran invento serían! -y rió estremeciendo su gruesa papada.<br />
—Al grano, Don Lucio, al grano, ¿decía usted que a estas<br />
horas…?<br />
—Pues a estas horas, el Gobierno ya sabe que Franco<br />
se ha sublevado en Canarias. La pistola que hirió a Balmes no<br />
se disparó casualmente.<br />
Esta vez me toco a mí revolverme nerviosamente en<br />
mi asiento. El día anterior, la prensa había hablado del “accidente”<br />
ocurrido al Comandante Militar de Las Palmas de<br />
Gran Canaria, general Balmes. Decía que examinando una<br />
pistola se le había disparado hiriéndole gravemente en el<br />
vientre. Poco después se dio la noticia de la muerte del citado<br />
general, a cuyo entierro asistiría el jefe de la guarnición del archipiélago<br />
general Franco, quien con tal motivo salía de la isla<br />
de Tenerife para la de Gran Canaria.<br />
<br />
Don Lucio terminó por fin de encender su puro.<br />
—¡Sí, sí! -prosiguió- Balmes no quería adherirse a la<br />
buena causa… Era muy izquierdista…Ya estaba sentenciado