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ceptores de televisión, lanzando una línea de ESPN Sports Bars provistos<br />

de enormes pantallas de televisión. El proceso de creación de la<br />

marca va más allá de los tan comercializados relojes de pulsera Swatch,<br />

y se lanza la «Internet Time», una nueva empresa del Grupo Swatch<br />

que divide el día en mil «pulsaciones Swatch». Ahora la empresa suiza<br />

está tratando de convencer al mundo de Internet para que abandone<br />

los relojes tradicionales y se apunte a este tiempo sin zonas horarias y<br />

de marca.<br />

El efecto, si no la intención original, de la creación más moderna<br />

de las marcas es poner a la cultura anfitriona en un segundo plano y<br />

hacer que la marca sea la estrella. No se trata de patrocinar la cultura,<br />

sino de ser la cultura. ¿Y por qué no? Si las marcas no son productos<br />

sino ideas, actitudes, valores y experiencias, ¿por qué no pueden ser<br />

también cultura? Como veremos después en este capítulo, el proyecto<br />

ha tenido tanto éxito que la separación entre los patrocinadores culturales<br />

y la cultura patrocinada ha desaparecido por completo. Pero esta<br />

fusión no ha sido un proceso unidireccional; los artistas no se han<br />

mostrado pasivos ni se han dejado oscurecer por las agresivas empresas<br />

multinacionales. Muchos artistas, muchas figuras de los medios de<br />

comunicación, directores de cine y estrellas del deporte se han esforzado<br />

en imitar el juego de la creación de marcas. Michael Jordán, Puff<br />

Daddy, Martha Stewart, Austin Powers, Brandy y Star Wars reproducen<br />

ahora la estructura de empresas como Nike y The Gap, y, al igual<br />

que éstas, se sienten encantadas con la posibilidad de desarrollar y potenciar<br />

su propio potencial como marca, igual que los antiguos fabricantes<br />

de productos. De modo que lo que antes consistía en el proceso<br />

de vender cultura a un patrocinador a cambio de dinero ha sido<br />

reemplazado por la lógica de la «co-marca», una asociación fluida entre<br />

personajes y marcas muy conocidos.<br />

El proyecto de transformar la cultura en poco más que una colección<br />

de extensiones de las marcas no hubiera sido posible sin las políticas<br />

de desregulación y de privatización de las últimas tres décadas.<br />

En Canadá con Brian Mulroney, en los EE.UU. con Ronald Reagan y<br />

en Gran Bretaña con Margaret Thatcher (así como en muchas otras<br />

partes del mundo), se redujeron enormemente los impuestos que pagan<br />

las empresas, una medida que hizo disminuir los ingresos fiscales<br />

y acabó gradualmente con el sector público. (Véase la tabla 2.1, en la<br />

página 60). A medida que el gasto público se reducía, las escuelas, los<br />

museos y las emisoras de radio trataban desesperadamente de equili-

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