Descargar (1 de 2) - IES Canarias Cabrera Pinto
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ahí que sea mejor y más pru<strong>de</strong>nte no hablar <strong>de</strong> ellos, ya que<br />
sólo podría hacerlo <strong>de</strong> pocos más <strong>de</strong> la mitad; pero también,<br />
en parte, porque entonces, salvo alguna excepción, la relación<br />
interpersonal solía ser escasa. El profesor era el profesor<br />
y el alumno era el alumno. Se mantenía a rajatabla una<br />
clara distancia, favorecida por el clima <strong>de</strong> autoritarismo<br />
generalizado <strong>de</strong> la época. En todo caso <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que guardo<br />
<strong>de</strong> la mayoría <strong>de</strong> ellos el mejor recuerdo y, sin duda, el<br />
poso <strong>de</strong> gratitud que se nos va acumulando en el espíritu a<br />
medida que transcurre el tiempo, conscientes cada vez más<br />
<strong>de</strong> lo que se esforzaron en enseñarnos.<br />
La nómina <strong>de</strong>l personal <strong>de</strong> servicio la formaban tres porteros<br />
y dos celadoras. Uno, mutilado <strong>de</strong> guerra aunque,<br />
cuando cogía carrerilla, arrastrando siempre el bastón, no<br />
había quien lo alcanzara, se pavoneaba <strong>de</strong> haber participado<br />
en la contienda europea, enrolado en la División Azul.<br />
La simpatía por la causa nazi le rezumaba por todos los<br />
poros. Eso sí, era la mar <strong>de</strong> atento. Como no podía cuadrarse<br />
bien, por mor <strong>de</strong> las supuestas secuelas bélicas, a los profesores,<br />
en particular a los tres catedráticos, les hacía unas<br />
espectaculares reverencias <strong>de</strong> casi noventa grados. Otro,<br />
Miguel, el más veterano <strong>de</strong> ellos, era el hombre <strong>de</strong> confianza<br />
para recados, compras y transacciones y el cesto <strong>de</strong> mano<br />
ante cualquier imprevisto, así como el responsable <strong>de</strong> las<br />
llaves. Debía <strong>de</strong> tener juanetes o sabañones en los pies, lo<br />
que dificultaba un tanto su andar, torpón, como si se meciera<br />
a la vez que pisando huevos. Trataba a todo el mundo<br />
como a chiquillería. Hasta los mayores le obe<strong>de</strong>cían sin<br />
rechistar. Cuando estaba <strong>de</strong> malas pulgas era temible. El<br />
tercero, al que muy educadamente llamábamos siempre<br />
don Gregorio, persona circunspecta y un tanto socarrona,<br />
se sabía al <strong>de</strong>dillo su trabajo, no menos que el que no le<br />
EVOCACIÓN LEVE DEL TIEMPO DEL CENTENARIO<br />
correspondía. Su relación con los alumnos fue siempre discreta<br />
y jamás le dio pie a nadie para cualquier confianza. De<br />
las dos celadoras, Can<strong>de</strong>laria, quizás por ser más antigua<br />
en el puesto, atendía la ventanilla <strong>de</strong> la secretaría: matrículas,<br />
certificados, papeletas, expedientes, libros escolares...;<br />
tiempos en que el cargo oficial era una cosa y quien lo <strong>de</strong>sempeñaba<br />
en la práctica, otra. Le gustaba sentirse dueña y<br />
señora en la trastienda. Lo que ella no supiera <strong>de</strong> intríngulis<br />
y manejos <strong>de</strong> puertas a<strong>de</strong>ntro no lo sabía nadie. Según<br />
con quién, así su genio. De Irene, por el contrario, apenas<br />
retengo en la memoria su <strong>de</strong>sdibujado perfil <strong>de</strong> mujer <strong>de</strong>lgada,<br />
vestida <strong>de</strong> gris y negro y peinada con un moño tipo<br />
arriba España ––como el <strong>de</strong> doña Avelina, la <strong>de</strong> Francés––,<br />
muy <strong>de</strong> la época.<br />
¿Y los alumnos? Quizás lo más significativo, la diferencia<br />
<strong>de</strong> edad <strong>de</strong> los componentes <strong>de</strong> un mismo curso, como consecuencia<br />
<strong>de</strong>l tajo <strong>de</strong> la guerra civil y, poco <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l mentado gobernador sátrapa, <strong>de</strong> suprimir temporalmente<br />
el Instituto <strong>de</strong> La Laguna. Los mayores se jactaban<br />
<strong>de</strong> ser los cabecillas y quienes, fuera <strong>de</strong> las aulas,<br />
imponían su ley. El Paisa y un tal Pedrín dominaban en mi<br />
curso el cotarro. Uno <strong>de</strong> los entretenimientos en los recreos,<br />
entre otros menos crueles, consistía en incitar a una<br />
pobre anciana ––alpargatas <strong>de</strong> goma, saya oscura hasta los<br />
tobillos, blusa con puños y cuello <strong>de</strong> encaje, justillo ribeteado,<br />
en invierno pañoleta sobre los hombros, pañuelo negro<br />
cubriéndole la cabeza y sombrerillo canario <strong>de</strong> palma trenzada<br />
y cinta <strong>de</strong> terciopelo <strong>de</strong>svaído–– que acudía puntualmente<br />
a media mañana a que la azuzáramos y así po<strong>de</strong>r<br />
meterse con nosotros y cubrirnos <strong>de</strong> insultos. Cierta mañana,<br />
el Paisa dio una or<strong>de</strong>n: Al que le diga hoy algo a la vieja<br />
le pego una trompada. Nadie, por supuesto, abrió la boca.