001-288 Corazon herido.indd - La romántica booket

Cuando el hombre se hubo retirado con dos cubos,
las mujeres continuaron su charla, esta vez cuchicheando,
porque sabían que éste volvería varias veces a por
más leche —no en vano servían casi la tercera parte de
la que se consumía en los alrededores, directamente o
en forma de productos lácteos.
Y Marie siguió contándole a su madre los platos que
habían compuesto el opíparo banquete: pavos, lechones,
terneras y venados de caza reciente se habían dispuesto
en fuentes de oro y plata; las frutas exóticas,
traídas especialmente de los trópicos y cuyos nombres
Marie no sabía siquiera pronunciar, se habían colocado
en perfectas pirámides y había pastelitos de mil sabores,
dulces y salados. ¡Y qué decir del champán, los vinos
y los refrescos! ¡Ay, qué placeres se daban los ricos!
Las mesas estaban cubiertas con manteles de hilo de
Irlanda, perfectamente almidonados, con ricos bordados,
y adornadas con flores y candelabros lujosos que,
a lo largo de más de cinco generaciones, habían alumbrado
todos las celebraciones y fiestas familiares.
La jovencita se relamió en el recuerdo, porque a los
criados les habían servido pequeñas porciones de cada
uno de los platos y manjares degustados durante la boda,
para hacerlos partícipes de la alegría de los amos. Éstos,
a pesar de haber mantenido un trato distante con
ellos, siempre se habían comportado con rectitud y bondad.
Especialmente Adéle, la muchacha que se había
casado, quien trataba a todo el mundo con franca cordialidad
y hasta con camaradería, sin hacer distingos de
condición social o económica.
Marie le comentó extasiada a su madre:
—Cuando nos sirvieron el pastel de boda a nosotros,
los novios acudieron en persona a la cocina a
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