001-288 Corazon herido.indd - La romántica booket
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Corazón <strong>herido</strong><br />
<strong>La</strong> Romántica
Lucía Ortiz<br />
Corazón <strong>herido</strong>
El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está<br />
calificado como papel ecológico.<br />
No se permite la reproducción total o parcial de este libro,<br />
ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión<br />
en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,<br />
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos,<br />
sin el permiso previo y por escrito del editor. <strong>La</strong> infracción<br />
de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito<br />
contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).<br />
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita<br />
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con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com<br />
o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47<br />
© Lucía Ortiz, 2013<br />
© Editorial Planeta, S. A., 2013<br />
Avinguda Diagonal, 662, 6.ª planta. 08034 Barcelona (España)<br />
www.planetadelibros.com<br />
Ilustración de la cubierta: © Vanessa Ho / hovanessa.com<br />
Primera edición en Colección Booket: febrero de 2013<br />
Depósito legal: B. 642-2013<br />
ISBN: 978-84-08-00530-8<br />
Composición: Moelmo, SCP<br />
Impreso y encuadernado en Barcelona por:<br />
Printed in Spain - Impreso en España
Biografía<br />
Lucía Ortiz vive en una sencilla casa de campo situada en<br />
un pueblecito de la sierra granadina con Alberto, su pareja,<br />
y dos hijas de su primer matrimonio, Marta y Ana. Aunque<br />
se ve a sí misma como una mujer plenamente integrada<br />
en el siglo XXI, y se dedica al diseño de joyas, su auténtica<br />
pasión es escribir. Se recuerda a sí misma de pequeña<br />
siempre con un lápiz y un papel, imaginando cuentos<br />
infantiles primero, y novelas <strong>romántica</strong>s más tarde. En la<br />
actualidad, al igual que entonces, conviven en su mente la<br />
realidad que la rodea y un mundo imaginario, regido sólo<br />
por las reglas del amor. Lucía es muy reservada y siempre<br />
guardó celosamente sus novelas <strong>romántica</strong>s en privado,<br />
hasta que Marta y Ana leyeron una de ellas a escondidas<br />
e insistieron en que la publicara. Por fin consiguieron<br />
convencerla y Corazón <strong>herido</strong> es la primera que sale<br />
a la luz.
1<br />
Marie, una muchachita de la aldea cercana, de apenas<br />
catorce años, había sido contratada por la enérgica Giselle,<br />
dueña y señora de las cocinas y fogones de la casa<br />
ducal, junto con otras tres jóvenes, para que ayudaran<br />
en la preparación de los exquisitos manjares que se servirían<br />
durante el banquete de bodas de Adéle, la hija<br />
menor de los duques de Velons.<br />
Más tarde, al marcharse a casa, Marie le contó a su<br />
madre, con los ojos brillantes y las mejillas arreboladas,<br />
todos los detalles mientras ambas ordeñaban en la vaquería<br />
familiar:<br />
—¡Nunca había visto nada igual!<br />
—Cuenta, hija, cuenta —la apremiaba la robusta<br />
granjera que servía huevos y leche en el palacio de los<br />
nobles, pero que nunca había entrado más allá de las cocinas;<br />
tan sólo en alguna lejana ocasión había puesto un<br />
pie en el interior de la enorme despensa, cuyas llaves<br />
pendían junto a otras muchas del cinturón con que anudaba<br />
su inmaculado delantal la propia Giselle.<br />
—Ay, madre, todos los nobles señores lucían pelucas;<br />
y las damas, tan pálidas y elegantes, llevaban tercio-<br />
7
pelos, tafetanes, sedas, plumas... y los talles tan ceñidos<br />
que no sé cómo podían respirar.<br />
—¿Y la novia, la bella Adéle? ¿Y su madre, la duquesa?<br />
Marie puso los ojos en blanco y suspiró:<br />
—¡Parecía una princesa de cuento! Llevaba un vestido<br />
de seda que a veces parecía blanco y a veces no.<br />
—Humm —dijo la granjera—, sería color crema o<br />
blanco... ¿cómo lo llama Claire, la costurera? Ah, sí, blanco<br />
roto.<br />
—Todo el cuerpo del vestido estaba bordado con<br />
florecillas —continuó Marie— y en el centro de cada flor,<br />
una perla, madre, una perla pequeñita. ¿Serían de verdad?<br />
—Por supuesto, los duques siempre quieren lo mejor<br />
para ellos y sus hijas. ¿Y el peinado? Ya te he preguntado<br />
por la duquesa, ¿cómo iba vestida?<br />
—Ay, madre, espera un momento, no me atosigues.<br />
—Y siguió evocando—: <strong>La</strong> novia me recordó a un hada,<br />
su pelo estaba trenzado alrededor de la cabeza y de esa<br />
misma trenza caía sobre la frente el velo que hacía juego<br />
con el bordado de su traje pero ¡las flores del velo<br />
eran naturales! Y llevaba una tiara de piedras brillantes...<br />
—Serían diamantes —la interrumpió la mujer.<br />
—Por detrás era largo y se unía a la cola que tres niñas<br />
rubias llevaban recogida, para que no rozara la alfombra<br />
mientras subía la escalera hasta la capilla. Más<br />
atrás, iba un niño vestido con calzón corto de terciopelo<br />
azul cielo y blusa blanca con corbatín también azul,<br />
y en la cabeza llevaba un gracioso sombrerillo adornado<br />
con una pluma.<br />
—<strong>La</strong>s niñas serían las trillizas de su prima, la marquesa<br />
de Rovanserre, la que vive en Amberes con su<br />
8
esposo desde que se casó —comentó la chismosa mujerona.<br />
—¿Y el niño, madre?<br />
—Sería algún otro pariente, no lo sé, ¿llevaba algo<br />
en las manos?<br />
Marie intentó recordar y de pronto sus ojos se iluminaron:<br />
—Ya lo creo, una bandeja donde brillaban unas monedas<br />
que al llegar al altar le entregó al novio.<br />
—<strong>La</strong>s arras, son trece monedas que se dan los nobles<br />
en la ceremonia de matrimonio; figura que con eso se<br />
van a mantener, ¡como si las fueran a necesitar! —bufó<br />
la mujer.<br />
Y volvió a urgir:<br />
—Venga, cuéntame cómo iba ella, la duquesa, quiero<br />
decir.<br />
—El vestido era verde, pero tenía como un relieve,<br />
no sé, un...<br />
—Eso es brocado, lo he visto en las estampas que le<br />
llegan a Claire desde París, con el correo de postas cada<br />
tres meses. Me las enseña sólo a mí —se ufanó, mientras<br />
sus manos ejercían más presión sobre las ubres hinchadas<br />
de la vaca y empujaba hábilmente con uno de<br />
sus pies el cubo colmado y acercaba otro vacío para recibir<br />
el líquido blanco, sustento de toda la familia.<br />
Y así, dicharacheras, siguieron hablando madre e hija<br />
hasta que se presentó el granjero en el establo:<br />
—¡A ver cuántos cubos de leche tenéis ya!, he de<br />
entregarlos esta misma noche a Dondón para que prepare<br />
mantequilla y crema y la reparta mañana a primera<br />
hora en los palacios y mansiones: los ricos no esperan<br />
para desayunar, ya lo sabéis —reclamó en tono seco a<br />
su rolliza esposa.<br />
9
Cuando el hombre se hubo retirado con dos cubos,<br />
las mujeres continuaron su charla, esta vez cuchicheando,<br />
porque sabían que éste volvería varias veces a por<br />
más leche —no en vano servían casi la tercera parte de<br />
la que se consumía en los alrededores, directamente o<br />
en forma de productos lácteos.<br />
Y Marie siguió contándole a su madre los platos que<br />
habían compuesto el opíparo banquete: pavos, lechones,<br />
terneras y venados de caza reciente se habían dispuesto<br />
en fuentes de oro y plata; las frutas exóticas,<br />
traídas especialmente de los trópicos y cuyos nombres<br />
Marie no sabía siquiera pronunciar, se habían colocado<br />
en perfectas pirámides y había pastelitos de mil sabores,<br />
dulces y salados. ¡Y qué decir del champán, los vinos<br />
y los refrescos! ¡Ay, qué placeres se daban los ricos!<br />
<strong>La</strong>s mesas estaban cubiertas con manteles de hilo de<br />
Irlanda, perfectamente almidonados, con ricos bordados,<br />
y adornadas con flores y candelabros lujosos que,<br />
a lo largo de más de cinco generaciones, habían alumbrado<br />
todos las celebraciones y fiestas familiares.<br />
<strong>La</strong> jovencita se relamió en el recuerdo, porque a los<br />
criados les habían servido pequeñas porciones de cada<br />
uno de los platos y manjares degustados durante la boda,<br />
para hacerlos partícipes de la alegría de los amos. Éstos,<br />
a pesar de haber mantenido un trato distante con<br />
ellos, siempre se habían comportado con rectitud y bondad.<br />
Especialmente Adéle, la muchacha que se había<br />
casado, quien trataba a todo el mundo con franca cordialidad<br />
y hasta con camaradería, sin hacer distingos de<br />
condición social o económica.<br />
Marie le comentó extasiada a su madre:<br />
—Cuando nos sirvieron el pastel de boda a nosotros,<br />
los novios acudieron en persona a la cocina a<br />
10
saludarnos y la joven duquesa nos dio las gracias a<br />
cada uno.<br />
—Sí, señor, así es Adéle, buena como el pan.<br />
<strong>La</strong> chica continuó con sus evocaciones:<br />
—Oh, ¡qué salones de baile!<br />
Y recordó las paredes cubiertas de espejos que reflejaban<br />
a las graciosas parejas de baile: elegantes caballeros<br />
que tendían sus manos enguantadas a damas con<br />
los rostros empolvados de blanco, que lucían delicados<br />
velos que cubrían sus chispeantes y misteriosos ojos y<br />
que a cada giro hacían bailar las flores que adornaban<br />
los casquetes que se mantenían en milagroso equilibrio<br />
sobre sus delicadas cabezas.<br />
-<br />
En las escalinatas del palacio, los duques despedían a<br />
los últimos invitados. Los lacayos alumbraban la explanada<br />
sosteniendo hachones encendidos que iluminaban<br />
la escena y, luego, el breve recorrido a través del<br />
cual acompañaban, uno tras otro a los nobles, solos o<br />
en parejas, hasta sus carruajes, donde los esperaban los<br />
cocheros para conducirlos a sus mansiones.<br />
<strong>La</strong> duquesa intercambiaba saludos de despedida y<br />
aceptaba reverencias y agradecimientos, mientras pensaba<br />
en su hija y su flamante marido que hacía ya un rato se<br />
habían retirado a la cámara nupcial, cuya decoración ella<br />
misma había supervisado y donde no faltaba detalle. Allí<br />
pasarían la noche los recién casados, antes de emprender<br />
al día siguiente el largo viaje por mar hacia el lejano<br />
reino de Brisqul, donde su yerno era tesorero de la corte.<br />
Aunque sentía una gran tristeza al pensar que su pequeña<br />
se marcharía a vivir muy lejos de Francia, a la vez<br />
11
la embargaba un sentimiento de alivio al haber casado<br />
a la más díscola y rebelde de sus hijas —aunque también<br />
la más hermosa e inteligente, y la preferida de su<br />
padre y tal vez también de ella misma—. Echaría de<br />
menos sus ocurrencias y locuras, pero ya no tendría que<br />
protegerla de sí misma; en adelante se ocuparía su esposo,<br />
un caballero maduro y locamente enamorado de<br />
la hermosa Adéle. Con el paso de los años y los hijos<br />
que, sin duda, pronto tendría la pareja, la muchacha sentaría<br />
la cabeza y moderaría su vehemencia y sus ideas<br />
sorprendentes, y hasta un punto escandalosas para esa<br />
época, en alguien de su condición.<br />
12<br />
-<br />
Adéle y Sadyran se conocieron en la recepción anual que la<br />
embajada del reino de Brisqul ofrecía a diplomáticos, autoridades<br />
y notables franceses con motivo de su fiesta nacional.<br />
Ella no solía acudir a fiestas o reuniones. Cada vez que<br />
los invitaban a una de ellas se excusaba ante sus padres:<br />
—Es que son tan aburridas, todas iguales. Y aunque me<br />
encanta bailar, ni siquiera encuentro buenas parejas de baile.<br />
O son unos viejos carcamales o son de aquellos que a poco<br />
que te descuides, intentan... ya sabéis qué.<br />
Su madre no opinaba igual:<br />
—Hija, no exageres, a esas fiestas también acuden caballeros<br />
jóvenes y agradables de la corte y muy bien educados,<br />
por cierto, que no intentan «ya sabemos qué», como tú<br />
dices. De modo que esta vez no hay excusas, has de acompañarnos,<br />
como tus hermanas.<br />
—Sí, querida, ya es hora de que se te vea en alguna recepción<br />
—intervino el duque para apoyar las palabras de su<br />
esposa—. No has vuelto a pisar un salón de baile, a pesar de
que dices que te gusta bailar, desde tu presentación en sociedad<br />
y...<br />
—¡Y hay que ver lo que me aburrí entonces! —lo interrumpió<br />
la joven.<br />
—...Y —continuó el caballero con paciencia— hay quienes<br />
deben estar preguntándose si te estamos ocultando, por<br />
algún oscuro secreto, y si será ése el motivo por el que nunca<br />
apareces en público con nosotros.<br />
Ella captó la ironía del señor de Velons e intentó seguirle<br />
el juego:<br />
—¡Eso sería perfecto, pero qué buena idea! Madre, padre,<br />
dejad caer por ahí que a vuestra hija menor le ha crecido<br />
una fea verruga en la nariz y que por eso...<br />
Sus progenitores se echaron a reír ante la terquedad de<br />
su hija y su absurda propuesta y el duque, atrayéndola hacia<br />
sí, la abrazó con fuerza y trató de convencerla:<br />
—Te pido como un favor especial que nos acompañes,<br />
sólo por esta vez.<br />
Ella, con la cara oculta en su pecho, preguntó con voz<br />
atenuada:<br />
—Pero prométeme que sólo será por esta vez. Madre, ¿tú<br />
también lo prometes? —Y levantó la cabeza para mirar a la<br />
duquesa.<br />
Risueños, ambos le ofrecieron un «solemne juramento»<br />
con las manos en alto, afirmando que así sería.<br />
<strong>La</strong> joven suspiró:<br />
—¡Vamos! Que no hay quien se lo crea, ¿verdad? Está<br />
bien, iré, ¡qué remedio! Habéis ganado por esta vez, pero<br />
¡tened presente que este combate no acaba aquí!<br />
Los tres se echaron a reír sin sospechar que sería esa noche,<br />
y en esa fiesta, donde Adéle conocería al hombre del<br />
que se enamoraría y con el que meses más tarde contraería<br />
matrimonio.<br />
13
14<br />
-<br />
Dos doncellas esperaron a que la joven duquesa, ya en<br />
la antecámara nupcial, guardara en un cofre que su madre<br />
había dispuesto especialmente para ello, las trece<br />
monedas de oro que Sadyran, su flamante marido, le<br />
había dado como arras durante la emotiva y brillante<br />
ceremonia religiosa que había oficiado el obispo de la<br />
región, junto a dos sacerdotes —uno de ellos el párroco<br />
local que había bautizado a la joven—, y en la que había<br />
cantado un coro de voces verdaderamente angelicales.<br />
Luego, la ayudaron a quitarse el precioso vestido de<br />
boda y los zapatos, forrados de la misma seda natural<br />
del traje. Adéle, que habitualmente prefería no contar<br />
con las doncellas en esos menesteres, aquella noche<br />
aceptó su ayuda porque quitarse ella sola el vestido de<br />
boda, con tantos corchetes y botones, le hubiera resultado<br />
imposible; además, la embargaba la emoción y el<br />
nerviosismo por lo que se aproximaba.<br />
De modo que se revolvía impaciente, dificultando la<br />
tarea de las criadas:<br />
—Vaya, si ya lo digo yo, que estos vestidos tan complicados<br />
no hay quien se los ponga ni quien se los quite.<br />
Con lo cómoda que voy con mi falda de montar y mis<br />
botas o con un sencillo vestido de verano. —Hablaba<br />
atropelladamente.<br />
Alice, la experta doncella que habitualmente atendía<br />
a la duquesa y que la dama había asignado al servicio<br />
de su hija en aquel día tan especial, trataba de calmarla:<br />
—Un poquito de paciencia, querida, que ya estamos.<br />
Un minuto más y estaréis lista...
—Eso, señorita, ya queda poco —añadió Gertrude,<br />
su compañera, mientras tiraba suavemente del vestido<br />
nupcial hacia arriba, para que pasara por la cabeza de<br />
Adéle sin que las horquillas que aún sujetaban su peinado<br />
la hirieran.<br />
<strong>La</strong> vistieron con el delicado camisón, ligeramente<br />
transparente y el rico peinador del mismo tono adornado<br />
con cintas de raso que caían en forma de lazos a la<br />
altura de sus pechos erguidos, aunque ya no los sujetaba<br />
ningún corsé. Deshicieron el peinado y cepillaron<br />
sus cabellos, que ella deseaba tener sueltos para el encuentro<br />
con el que ya era su esposo.<br />
Finalmente, el buen humor de la recién casada y la<br />
afabilidad con que trataba al servicio prevaleció por encima<br />
de los nervios:<br />
—Os prometo que no se volverá a repetir. ¡<strong>La</strong> próxima<br />
vez que Sadyran me pida en matrimonio, le diré que<br />
prefiero seguir soltera a sufrir vestida de novia! —exclamó<br />
antes de echarse a reír a carcajadas.<br />
El aposento con el que comunicaba la cámara donde<br />
se había vestido para su noche de bodas sólo estaba iluminado<br />
por los rayos de luna que penetraban a través<br />
del amplio ventanal, recortando la elegante silueta de<br />
su marido, cubierta por un batín de raso. Al oír sus tenues<br />
pasos se volvió y se aproximó a ella.<br />
Los ojos claros de Adéle y los oscuros de Sadyran se<br />
fundieron en una mirada electrizada por la pasión, previendo<br />
las ardientes caricias que no tardarían en prodigarse<br />
el uno al otro. Lo primero que hizo él fue quitarle<br />
delicadamente el peinador que cubría su camisón. Luego<br />
tomó una de sus manos, mientras con la otra la enlazaba<br />
por el talle. Ella se sentía como en una nube. Los<br />
senos femeninos se erizaron y todo su cuerpo se estre-<br />
15
meció al sentir los fuertes músculos del pecho de él,<br />
tensos por el contacto con su amada. <strong>La</strong>s bocas se unieron<br />
ávidas y la joven fue alzada en volandas por unos<br />
brazos firmes y expertos que la llevaron hasta el lecho y<br />
la depositaron sobre la superficie cubierta con sábanas<br />
de raso, asegurándose de que su cabeza descansara sobre<br />
una torre de almohadas perfumadas y rellenas del<br />
más suave plumón, libre ya del complicado peinado,<br />
porque las doncellas acababan de cepillar y arreglar con<br />
peines de plata su larga melena.<br />
El hombre se despojó del batín que cubría su desnudez<br />
y sentándose en el borde de la cama se inclinó para<br />
besarla en los párpados, la frente, el rostro entero mientras,<br />
hábiles, sus dedos comenzaban a bajar los tirantes<br />
del camisón de su deseada esposa. En ese mismo instante<br />
sonó un estampido y ella aún alcanzó a pensar,<br />
como en un ensueño, que no recordaba que sus padres<br />
hubieran previsto lanzar fuegos artificiales como broche<br />
de oro de su boda. Notó una opresión, un peso sobre<br />
el pecho...<br />
16<br />
-<br />
También se oyó el estallido en los aposentos de los duques,<br />
comunicados entre sí por una puerta que ahora<br />
estaba abierta, mientras ellos reían y charlaban sobre<br />
los pormenores de la boda de su hija. Entre las dos butacas,<br />
que ocupaban uno frente al otro, había una mesita<br />
de estilo rococó y, sobre ella, una botella de champán,<br />
que, al igual que todas las que se habían bebido en<br />
el banquete, había sido un obsequio de su buen amigo<br />
el marqués de Pralinand, dueño de unas excelentes<br />
bodegas. El marqués había hecho imprimir una etique-
ta especial para la ocasión. <strong>La</strong> botella descansaba en<br />
una bandeja de plata junto a dos altas copas de cristal<br />
tallado. Pauline y Gerard de Velons se habían reunido<br />
a brindar en la intimidad por la boda de su hija y por el<br />
éxito de la fiesta.<br />
Estaban bromeando acerca del sombrero de cierta<br />
dama ya entrada en años, pero de la que se decía que en<br />
sus años de juventud había hecho estragos en los corazones<br />
de varios caballeros galantes, que la amaron hasta<br />
el delirio.<br />
—Pero si parece un loro —rió el duque—, no puedo<br />
imaginar que fuera tan bella como dicen.<br />
—Debe haberlo sido —respondió la dama—. Mi tía<br />
Lisette, que tiene aproximadamente su misma edad, lo<br />
ha relatado mil veces. Es que el tiempo, esposo mío,<br />
se lleva por delante todo y, más que nada, la lozanía de<br />
la juventud.<br />
En ese momento lo oyeron. El duque se irguió como<br />
impelido por un resorte. <strong>La</strong> duquesa se llevó una mano<br />
al pecho y susurró:<br />
—Dios mío, Gerard, ¿dónde ha sido eso?<br />
—No sé dónde ha sido —dijo su marido en voz muy<br />
baja y con el rostro súbitamente pálido—, pero lo que<br />
sé con certeza es que ha sonado como un tiro de mosquete.<br />
Con resolución y como si se hubieran puesto de<br />
acuerdo, ambos —pese a que ya estaban vestidos con<br />
sus ropas de dormir— se cubrieron con sendos batines.<br />
Gerard de Velons tomó uno de los candelabros<br />
que iluminaban la estancia en la que se hallaban y ambos<br />
salieron cautelosamente a la galería, a lo largo de la<br />
cual se distribuían las habitaciones de la planta alta del<br />
palacio.<br />
17
—Quizá deberíamos separarnos para averiguar dónde<br />
ha sido —sugirió la duquesa, mirando angustiada a<br />
su esposo.<br />
—¡Ni hablar! —contestó el duque—. No quiero que<br />
corras ningún peligro. —Y la tomó del brazo.<br />
Juntos y andando de puntillas se dirigieron hacia la<br />
izquierda y, a los pocos minutos, se les unió el mayordomo<br />
y dos criados, que les informaron de que ya habían<br />
comprobado las estancias situadas en el otro extremo<br />
del pasillo y que por allí todo estaba en orden.<br />
—Giselle está preparando chocolate caliente, té y<br />
bebidas para confortar a las jóvenes duquesas y a algunos<br />
de los invitados que han pernoctado en el palacio,<br />
ya que posiblemente estén nerviosos y alterados, señor<br />
—anunció el mayordomo.<br />
—Bien pensado —respondió Pauline, adelantándose<br />
a su marido—, pero ahora urge saber qué es lo que<br />
ha ocurrido y si el edificio ha sufrido daños...<br />
—En los dormitorios del servicio hemos creído oír<br />
ruido de cristales rotos, señora —comentó un criado.<br />
—Sí, Axel, también aquí se han oído —le respondió<br />
el duque y, súbitamente, recuperando su habitual presencia<br />
de ánimo, ordenó con serenidad—: Vosotros dos<br />
—dijo mirando alternativamente al mayordomo y a uno<br />
de los jóvenes del servicio que le acompañaban— daos<br />
prisa en ir a ver cómo se encuentran los invitados alojados<br />
en el ala oeste del palacio, y tú, Jacques —siguió,<br />
dirigiéndose al otro criado— acompáñanos a la duquesa<br />
y a mí a ver cómo están nuestras hijas.<br />
A lo largo del pasillo, que describía una curva, se hallaban<br />
las habitaciones de Camille, y de las gemelas Julie<br />
y Marie. <strong>La</strong>s tres hermanas, asustadas y al mismo tiempo<br />
intrigadas, estaban juntas en la puerta del dormito-<br />
18
io de la mayor. Temblaban un poco de frío y también de<br />
miedo, ya que sólo vestían sus finos camisones, mientras<br />
que sus pies descalzos destacaban pálidos sobre la<br />
mullida alfombra de color rojo vino.<br />
Al ver a sus progenitores comenzaron a hablar todas<br />
al mismo tiempo, mientras Julie corría a refugiarse en<br />
los brazos de su padre y sus hermanas se abrazaban a su<br />
madre.<br />
—¡Qué miedo! —decía una.<br />
—Al principio creí que era una pesadilla... —comentó<br />
su hermana.<br />
Y la tercera:<br />
—No es época de caza, ¿verdad, padre?<br />
—No, no lo es, hija —contestó el duque—. No son<br />
horas para andar de caza y ni siquiera parece posible<br />
que se trate de algún cazador descuidado al que se le<br />
haya escapado un tiro limpiando su arma. ¡Me temo algo<br />
mucho más grave!<br />
—¿Dónde están Adéle y Sadyran? ¿Los habéis visto?<br />
—exclamó Julie de pronto.<br />
—Aún no —dijo la duquesa y sintió que su corazón<br />
daba un vuelco—. Precisamente íbamos ahora tu padre<br />
y yo a ver cómo están...<br />
Gerard de Velons, haciendo un esfuerzo, esbozó<br />
una sonrisa para tranquilizar a su hija y alcanzó a musitar:<br />
—Estarán bien. Podéis esperarnos aquí o bajar al saloncito<br />
a beber un chocolate caliente que os animará;<br />
entretanto, nosotros nos acercaremos discretamente hasta<br />
la cámara nupcial. —Y superando un oscuro presentimiento,<br />
volvió a sonreír y acarició el pelo de Julie.<br />
Durante una de las reformas que se habían realizado<br />
en el antiquísimo palacio ducal, hacía ya muchos años,<br />
19
se había modificado la estructura de la cámara nupcial<br />
de los Velons. Si bien se situaba, como las demás alcobas,<br />
alrededor del pasillo circular de la primera planta<br />
de la mansión, estaba en un ángulo del mismo y se accedía<br />
a ella subiendo tres escalones. Si se observaba el<br />
palacio desde los jardines, podía verse una estancia<br />
cuyo tejado se elevaba por encima del que cubría el resto<br />
del edificio, mostrando un tragaluz inclinado, que la<br />
iluminaba durante el día.<br />
Hacia allí se dirigieron los duques y el criado que los<br />
acompañaba.<br />
<strong>La</strong> duquesa iba pensando en que tal vez los jóvenes<br />
esposos, embelesados el uno en el otro, no hubieran<br />
oído o no hubiesen dado importancia al estruendo, ya<br />
que estaba segura de que aún no se habrían dormido.<br />
Cuando llegaron a los pies de la corta escalinata, los<br />
duques se detuvieron como si se hubieran puesto de<br />
acuerdo e intercambiaron una mirada. Con un gesto<br />
de asentimiento, el duque indicó a su mujer que tocara<br />
a la puerta.<br />
Ella lo hizo con toda discreción, después de ascender<br />
rápidamente los tres escalones que conducían a la<br />
estancia, pero no obtuvo respuesta.<br />
Se volvió interrogando a su marido con una mirada<br />
donde ya se dibujaba la alarma.<br />
Gerard de Valons quiso calmar su ansiedad y dijo tan<br />
serenamente como pudo:<br />
—Ya conoces a Adéle, puede haber conducido a<br />
Sadyran al invernadero o al jardín para iniciar su vida<br />
de casados. —Pero ni él mismo creía en sus palabras.<br />
Desde la mayor altura en que se encontraba, su mujer<br />
negó con la cabeza y musitó:<br />
—No lo creo, Gerard, y tú tampoco.<br />
20
Volvió a girarse y tentó la manilla de la puerta. Enrojeció,<br />
muy incómoda por tener que violar la intimidad<br />
de los recién casados, pero la puerta no cedió, estaba<br />
cerrada por dentro.<br />
El duque no necesitó más y volviéndose al criado, que<br />
había permanecido todo el tiempo junto a ellos y en silencio,<br />
ordenó:<br />
—Busca una escala y colócala en el jardín junto a las<br />
ventanas de esta cámara; también trae algunas herramientas<br />
que podríamos necesitar; me reuniré allí contigo<br />
en cinco minutos, ¡de prisa!<br />
El joven se marchó de inmediato a cumplir con la orden<br />
de su señor.<br />
—Pauline, ve al saloncito con las niñas y yo averiguaré<br />
qué ocurre.<br />
—Quiero acompañarte —dijo ella con decisión.<br />
—Es mejor que no —respondió el duque con rotundidad<br />
y, besándola en la frente, la condujo hacia la pequeña<br />
estancia aledaña a la cocina, donde los criados,<br />
obedeciendo las órdenes dadas por el dueño de la casa,<br />
servían desde hacía un rato infusiones y bebidas a las<br />
hijas de los duques y a otros familiares que se habían<br />
reunido allí, aunque otros habían preferido tomarlas en<br />
sus habitaciones.<br />
Una vez que la duquesa estuvo sentada junto a las<br />
chicas, el señor de Velons fue a reunirse con Jacques en<br />
el jardín. Y, rechazando el ofrecimiento del criado de subir,<br />
decidió ascender él mismo por la ligera escala de<br />
mano para asomarse a la habitación donde debían estar<br />
pasando la noche de bodas su hija y su yerno.<br />
<strong>La</strong> alcoba nupcial se componía de la antecámara,<br />
donde se había preparado poco antes Adéle para su noche<br />
nupcial, y del aposento propiamente dicho. Ambos<br />
21
espacios tenía una ventana que daba al exterior. El duque<br />
subió en dirección a la primera de ellas, para no<br />
irrumpir en la que albergaba el lecho matrimonial. Llevaba<br />
un martillo para romper el cristal con el mayor<br />
cuidado y acceder así a la manilla interior y abrir la ventana;<br />
pero no le hizo falta, porque la habían dejado<br />
entornada. Entró con sigilo y le sorprendió el profundo<br />
silencio que reinaba. Su primera intención había<br />
sido abrir la puerta que comunicaba con el pasillo y<br />
entrar luego a la antecámara, y sólo en caso de no obtener<br />
respuesta cuando llamara por sus nombres a Adéle<br />
y Sadyran, irrumpir en la alcoba, para verificar si los jóvenes<br />
estaban allí y si se encontraban bien; pero ése sería<br />
el último recurso.<br />
Sin embargo, al no oír ningún ruido, ni siquiera el de<br />
una leve respiración, lo dominó la impaciencia y se dirigió<br />
a la zona del dormitorio.<br />
<strong>La</strong> escena que contemplaron sus ojos lo llenó de horror.<br />
El lecho estaba cubierto de sangre; la cabeza de su<br />
yerno caía inerte sobre el pecho de su hija. Se acercó<br />
más y oyó el débil aliento de la muchacha. Tocó su frente<br />
con dos dedos y la notó tibia, además de apreciar el<br />
latido de sus sienes. Ella vivía, aunque no podía determinar<br />
si estaba herida; intentó levantar el cuerpo<br />
de Sadyran, tomándolo por los hombros, pero pesaba<br />
mucho y, pese a que su piel no estaba demasiado fría<br />
aún, supo con certeza que estaba muerto.<br />
Aunque desde el jardín no había podido percibirlo,<br />
al elevar la vista comprobó que el cristal de la ventana<br />
por la que no había querido acceder a la habitación,<br />
para preservar la intimidad de los esposos, estaba roto<br />
y habían caído al suelo fragmentos. Por allí habían entrado<br />
los proyectiles de mosquete y habían impactado<br />
22
en el corazón y en la frente del que había sido su yerno<br />
durante escasas horas. Todavía podía percibirse en el<br />
aire el efluvio ya debilitado de la pólvora.<br />
Consternado y confuso, decidió abandonar la estancia<br />
cuanto antes y ordenar que llamaran al médico de la<br />
familia y a la prefectura de policía. Lo dominaba la angustia,<br />
por no saber si su hija sufría un desmayo, si estaba<br />
inconsciente o si su cuerpo, al igual que el de su<br />
esposo, había sido alcanzado por algún disparo. Tenía los<br />
ojos anegados en lágrimas y los pensamientos se agolpaban<br />
en su mente de manera incoherente: «No puedo<br />
decir nada todavía... Pauline y las niñas no pueden verme<br />
en este estado... he de vestirme y peinarme...»<br />
De manera que salió a los jardines y se dirigió a las<br />
habitaciones donde dormían los caballerizos, junto a<br />
las cuadras. Los hombres estaban despiertos y alertas<br />
ya, porque como todos en el palacio y sus alrededores<br />
habían oído el ruido de los disparos. Balbuceando, el<br />
duque encomendó al propio Baptiste, por la confianza<br />
que le tenía, y no a un recadero, que ensillara un caballo<br />
y sin más tardanza se ocupara de dar las alarmas y<br />
avisos correspondientes:<br />
—Adéle, Sadyran, mi alegría, mi orgullo..., avisa al<br />
doctor y también a la prefectura.<br />
Baptiste no necesitó oír ni una palabra más para cumplir<br />
con lo que se le mandaba.<br />
-<br />
Los cada vez más frecuentes robos de ganado, insólitos<br />
en aquella tranquila región donde apenas se conocían<br />
delitos, habían llevado a los pastores y granjeros a organizar<br />
guardias por turnos, que comenzaban al anoche-<br />
23
cer, sobre las ocho de la tarde y finalizaban alrededor<br />
de las seis de la mañana, al clarear el alba, tanto para<br />
disuadir como para apresar a los ladrones si éstos osaban<br />
presentarse. Por decisión unánime, comandaba y organizaba<br />
los turnos el joven Démian, un apuesto y fuerte<br />
pastor, hijo tardío de un matrimonio de arrendatarios<br />
de varias parcelas de cultivo, de las fértiles tierras propiedad<br />
de los duques de Velons, donde además regentaban<br />
una granja de su propiedad.<br />
Su guardia comenzaba aquella noche sobre las dos<br />
de la madrugada y realizó una ronda completa, controlando<br />
que en cada punto hubiera tres hombres apostados<br />
para sorprender a los ladrones. Luego saludó a los<br />
voluntarios que le tocaba remplazar, a la espera de que<br />
llegaran otros dos jóvenes que lo acompañarían; y fue<br />
en ese preciso momento cuando se oyó la lejana detonación.<br />
Una idea cruzó la mente de Démian: pocos minutos<br />
antes había oído cascos de caballos por la senda que<br />
conducía al norte, hacia la distante París, que había<br />
identificado como pertenecientes a dos caballos distintos.<br />
Acababan de llegar los jóvenes que esperaban y se<br />
preguntaron unos a otros:<br />
—¿Qué ha sido eso? ¿Habéis oído?<br />
—Sí, ha sonado por la zona del palacio ducal.<br />
—A fe mía que ha sido un disparo de mosquete.<br />
—Puede que se le haya escapado a algún cochero.<br />
—Quizá alguien sorprendió a un zorro rondando su<br />
corral.<br />
Él movió la cabeza a un lado y al otro, en señal de<br />
negación, y mirando con sus cálidos ojos claros al hombre<br />
que acababa de hablar, dijo con voz firme y serena:<br />
24
—Pero ¿qué decís?, sabéis todos tan bien como yo<br />
que ha sido un tiro de mosquete y que nadie usaría un<br />
arma como ésa para dispararle a un zorro.<br />
Los demás asintieron.<br />
—Pronto sabremos qué ha pasado —volvió a decir<br />
el pastor, cuyo aspecto recordaba más al de un noble<br />
señor que al de un campesino—. Cuando acabe mi guardia,<br />
dentro de un par de horas, me daré una vuelta por<br />
ahí y llegaré hasta la verja que rodea el jardín ducal.<br />
Nada más decir esas palabras pensó que en el palacio<br />
precisamente ese mismo día se había truncado la ilusión<br />
que vivía en su interior desde que había visto por<br />
primera vez a Adéle. Pocas horas antes se había desposado<br />
la niña, la adolescente y la muchacha que él había<br />
amado y seguía amando. Apenas conseguía recordar<br />
cómo era su vida antes de conocerla: había compartido<br />
con ella juegos, aventuras y charlas durante horas;<br />
no concebía el sol ni las nubes sin que la joven estuviera<br />
en el paisaje, no podía mirar una flor y no pensar en<br />
cómo aumentaría la hermosura de sus pétalos si la llevara<br />
prendida en su pelo.<br />
Siempre había sabido que alimentaba un amor imposible:<br />
él era un pastor, vasallo e hijo de vasallos de los<br />
duques y, ella, por más que se riera de las diferencias<br />
sociales y las ignorara, seguía siendo una de las herederas<br />
de la casa ducal. Sus vidas jamás podrían llegar<br />
a unirse. Sin embargo, ése era el discurrir de su mente<br />
sensata, la llave para poder encerrar y reprimir sus sentimientos<br />
y sus ardientes impulsos, que no sabía cómo<br />
controlar cuando la tenía cerca.<br />
Era la voz que le ordenaba reprimir sus ganas de tocarla,<br />
de besarla, de acurrucarla contra su pecho y ver<br />
en sus hermosos ojos que compartía sus deseos. ¡Cómo<br />
25
le hubiera gustado dejar de imaginar la suavidad de su<br />
piel y sentirla realmente mientras acariciaba de verdad<br />
a la joven! O no estremecerse cuando ella se acercaba<br />
demasiado y él podía oler la femenina esencia que emanaba<br />
de todo su cuerpo y encendía el suyo, como el heno<br />
seco al acercarle una yesca.<br />
Pero el lenguaje de su corazón era muy distinto y<br />
cuando éste se imponía, él no conseguía acallar ese<br />
susurro esperanzado que lo excitaba sólo de pensar en<br />
ella.<br />
Sus ensoñaciones dieron paso a la alarma y la impaciencia<br />
por que llegara la hora de su relevo, para ir<br />
cuanto antes a ver qué había ocurrido en el palacio de<br />
Velons. ¿Y si su amada estaba en peligro? ¿Y si algo le<br />
había ocurrido precisamente a ella? Hizo un esfuerzo<br />
por serenarse, por calmar su miedo. Rogó en lo más íntimo<br />
de su ser que estuviera sana y salva, incluso aunque<br />
debiera aceptar con resignación —como ya lo había<br />
hecho— que no serían sus brazos los que la estarían<br />
cobijando y protegiendo, sino los de aquel otro hombre,<br />
que había merecido su amor y con el que había<br />
contraído matrimonio: ella, la del corazón noble y generoso,<br />
tan apasionado como tierno. ¡Quién mejor que<br />
él para saberlo, ya que la conocía desde su niñez y se le<br />
había entregado en cuerpo y alma!<br />
Fueron muy pocos los vecinos que no despertaron<br />
de su sueño, cuando aquel mismo estruendo rasgó el<br />
silencio de la noche clara y fresca por efecto de la brisa<br />
que recorría los campos y mecía las espigas de trigo y<br />
cebada que en ellos crecían.<br />
26<br />
-
Un líquido caliente y pegajoso traspasó la fina tela del<br />
camisón de Adéle, que apenas si consiguió erguirse,<br />
venciendo con gran esfuerzo la resistencia que ofrecía<br />
la cabeza de su marido caída entre sus senos. Sus ojos<br />
reflejaban el horror que sentía al ver cómo se extendía<br />
la sangre sobre su ropa y, sin darse apenas cuenta, perdió<br />
el conocimiento.<br />
Así la halló su padre cuando acudió a comprobar<br />
cómo estaban ella y su marido.<br />
El duque y Démian habían coincidido en su juicio.<br />
Porque el pastor, cuando se quedó a solas, repasó la<br />
conversación que había mantenido con sus compañeros<br />
de patrulla y llegó a la conclusión de que, sin duda,<br />
había detonado un mosquete y había sido en las inmediaciones<br />
o en el propio palacio ducal. No cabía ninguna<br />
otra posibilidad.<br />
Criados diligentes retiraron el cuerpo rígido ya del<br />
infeliz recién casado y el médico de los duques, que<br />
hacía menos de dos horas se había retirado de la fiesta<br />
ofrecida en palacio, y al que Baptiste había ido a<br />
buscar a toda prisa, a petición del angustiado Gerard<br />
de Velons, confirmó su muerte por un disparo que<br />
le había atravesado limpiamente la frente, comprobando<br />
además que había sido <strong>herido</strong> también en el<br />
pecho.<br />
Luego, trasladaron a Adéle a otra alcoba, aquella<br />
que había ocupado hasta el día anterior, cuando se<br />
celebraron sus esponsales y, mientras ella seguía profundamente<br />
dormida o inconsciente —como opinaba<br />
el médico—, las dos doncellas que antes la habían<br />
ayudado a quitarse el vestido de novia cambiaron sus<br />
ropas manchadas de sangre por un camisón inmaculado.<br />
27
Una de las muchachas no pudo evitar echarse a llorar<br />
ante la tremenda tragedia y, la otra, si bien no derramó<br />
ninguna lágrima, sintió una enorme tristeza.<br />
«Precisamente Adéle —pensó—, una joven tan bondadosa,<br />
que trata tan bien a todos los criados y que conoce<br />
hasta el nombre de sus hijos, si los tienen, o de sus<br />
padres, si son solteros.» Adéle hasta recordaba los aniversarios,<br />
y solía aparecer por el ala que ocupaba la servidumbre<br />
en el palacio o en las cocinas con presentes en<br />
las fechas señaladas.<br />
<strong>La</strong> doncella que lloraba se lamentó:<br />
—¡No hace ni tres horas que la vestimos para su<br />
noche de bodas! ¡Y se la veía tan feliz! —Luego recordó—.<br />
Cuando falleció mi padre nos acompañó toda<br />
la noche; no soltó la mano de mi madre en ningún momento<br />
y vino con nosotras al camposanto.<br />
—Lo sé, y eso que los duques enviaron a buscarla.<br />
—Pero ella se negó a marcharse.<br />
—Tiene un corazón que no le cabe en el cuerpo. ¿Por<br />
qué le ha tocado sufrir esta tragedia a ella? <strong>La</strong> más buena<br />
de las señoritas a las que he servido.<br />
<strong>La</strong>s doncellas retomaron sus quehaceres cotidianos<br />
y comentaron los detalles con el resto de los criados, que<br />
esperaban expectantes y entristecidos.<br />
Después de auscultar a Adéle, el doctor Philippe Durand<br />
informó a sus padres:<br />
—Sus constantes vitales no indican nada extraño,<br />
parece tranquilamente dormida, su respiración es natural<br />
y el ritmo del pulso y el corazón son normales.<br />
—Pero ¿no es eso algo raro? —preguntó ansiosa la<br />
duquesa.<br />
—Lo es —afirmó el facultativo— pero, hasta que<br />
despierte, no sabremos ni lo ocurrido ni cuál es su es-<br />
28
tado. Señores —añadió—, puede que haya sufrido una<br />
tremenda impresión y que de ese trance pasara a un<br />
sueño profundo.<br />
—¿Y eso es posible? ¿Cómo? —lo urgió afligido el<br />
duque, interrumpiéndolo.<br />
—Todo es posible —dijo el médico meneando la cabeza—<br />
cuando se trata de ese complejo mundo que es<br />
la mente. Lo he visto en otras ocasiones. Y ahora —continuó,<br />
conduciéndolos suavemente fuera del dormitorio—<br />
dejémosla descansar.<br />
Cuando salieron del aposento, los duques pidieron<br />
al doctor que permaneciera en palacio, a la espera del<br />
despertar de su hija que, como era lógico suponer, se<br />
preveía traumático.<br />
—Por supuesto —confirmó el médico—. Iba a rogarles,<br />
apreciados señores, que dispusieran de una habitación<br />
para poder estar aquí cuando su hija se recupere<br />
y todo el tiempo que sea necesario; deseo verla bien<br />
tanto como ustedes, aunque...<br />
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire; había<br />
empezado a soplar un viento racheado que agrupaba las<br />
nubes que, poco a poco, iban cubriendo la luz de la luna,<br />
como lamentando la tragedia ocurrida y presagiando<br />
malos tiempos para la noble familia.<br />
-<br />
Durante la recepción en los salones de la embajada de Brisqul,<br />
a la que por complacer a sus padres, Adéle había aceptado ir,<br />
aunque a regañadientes, sucedió lo impensable, lo que nadie<br />
hubiera podido predecir y mucho menos ella misma.<br />
Un hombre alto, moreno y apuesto contemplaba desde<br />
lejos y algo distraído la llegada de los invitados, mientras sos-<br />
29
tenía una alta copa de cristal tallado en su mano y departía<br />
amablemente con un veterano diplomático francés.<br />
Fue entonces cuando vio a una joven que parecía prestar<br />
muy poca atención a los saludos de bienvenida del alto<br />
personal de la embajada; a él le pareció que hubiera preferido<br />
saltarse el larguísimo y formal besamanos. Pero lo que<br />
lo dejó sin aliento fue su increíble belleza, diferente y singular,<br />
tan poco convencional que parecía irreal. Y a lo largo de<br />
su vida había conocido muchas beldades.<br />
—¿Quién es aquella muchacha? —preguntó a su interlocutor.<br />
El hombre con quien hablaba miró en la dirección que<br />
indicaba Sadyran y le explicó:<br />
—Oh, mi buen amigo, veo que vuestros gustos son selectos<br />
en materia de damas. Es una de las duquesitas de Velons,<br />
la más pequeña, si no recuerdo mal. Me sorprende que haya<br />
venido, ya que nunca acompaña a sus padres y hermanas a<br />
las fiestas de sociedad.<br />
—¿Y eso por qué? —volvió a preguntar intrigado el tesorero<br />
de Brisqul, que hallándose en París por unos días, a fin<br />
de realizar ciertas gestiones relacionadas con su cargo, no<br />
podía faltar a la fiesta de la embajada de su país natal.<br />
—He oído todo tipo de comentarios: que es una excéntrica,<br />
una de esas intelectuales, muy rebelde, de ideas liberales<br />
con respecto a las relaciones entre nobles y plebeyos.<br />
—Interesante —respondió Sadyran, sin dejar de mirar a<br />
Adéle, que en aquel momento, con gesto aburrido, contemplaba<br />
melancólicamente los amplios ventanales del salón en<br />
que se hallaban, como si quisiera atravesarlos y salir volando<br />
de allí.<br />
—También se dice que es una verdadera fierecilla, que<br />
ha roto varios corazones en la corte las pocas veces que se ha<br />
dejado ver en ella, y que hace caso omiso de cualquier in-<br />
30
tento de flirteo e incluso de propuestas de entablar relaciones<br />
serias, que le han ofrecido hombres casaderos de lo más<br />
selecto de nuestra nobleza y excelentes partidos.<br />
En aquel mismo instante, el extranjero al que Adéle había<br />
deslumbrado a la distancia, se juró que en algún momento de<br />
la noche la abordaría.<br />
Y así lo hizo.<br />
Siguió observándola atentamente, para seguir sus evoluciones<br />
a lo largo del transcurso de la velada. Por esa razón,<br />
cuando se iniciaba el quinto discurso —y aún faltaban por<br />
intervenir tres oradores más, además del propio embajador,<br />
que cerraría esa parte de la recepción, antes de dar comienzo<br />
a la cena y baile posterior—, pudo ver que se escabullía<br />
discretamente en dirección a la galería exterior, con vistas a<br />
los hermosos jardines orientales de la embajada.<br />
«Por eso miraba hacia los ventanales, deseaba escapar y<br />
no la censuro, puesto que yo haré lo mismo», pensó mientras<br />
se dibujaba una sonrisa en su rostro. Y la siguió.<br />
Halló a Adéle con ambos antebrazos apoyados en la bella<br />
balaustrada de mármol y observando el cielo con gran<br />
atención.<br />
Llevaba un vestido de seda color malva, con un generoso<br />
escote que descubría su espalda prácticamente hasta la<br />
estrecha cintura, y que como él ya había visto, por delante<br />
dejaba ver incluso el nacimiento de los senos pequeños y<br />
altos. Eso contrastaba con las mangas que cubrían los brazos<br />
hasta las muñecas. <strong>La</strong>s únicas joyas que llevaba eran una<br />
tiara, que caía sobre su frente marfileña y sujetaba su cabello<br />
rojizo, a juego con unos largos pendientes de oro y amatistas<br />
y una gargantilla.<br />
Se acercó a ella y, situándose a su lado, dijo:<br />
—No la hay.<br />
Sorprendida, lo miró interrogante.<br />
31
—No hay en el cielo de París, estrella más brillante que<br />
vuestros ojos, mademoiselle.<br />
Antes de responder, ella miró inquisitivamente los del<br />
hombre, que la contemplaban con un oscuro destello de<br />
admiración, pero con una serenidad tal que le inspiró inmediata<br />
confianza. De modo que le habló con la naturalidad<br />
con la que trataba a sus conocidos, como si ya existiera un<br />
vínculo entre ellos:<br />
—Oh, debería ver el cielo que contemplo yo en Velons,<br />
señor...<br />
—Me llamo Sadyran y estoy dispuesto a contemplar junto<br />
a ti ese cielo del que hablas, si es que me invitas —dijo él,<br />
abandonando el tratamiento formal—. Por mi parte, yo prometo<br />
llevarte a conocer el de mis noches en Brisqul. —Y sin<br />
más preámbulos, preguntó—: Y tú ¿cómo te llamas?<br />
—Adéle, Adéle de Velons. ¡Y me encantaría viajar a Oriente<br />
y a Brisqul! Allá en mi tierra tengo un telescopio, y suelo<br />
mirar constelaciones en compañía de Démian, mi amigo de<br />
toda la vida.<br />
—Envidio a tu amigo, antes de conocerlo.<br />
Y aquélla fue la única vez que Adéle mencionó al pastor<br />
durante su relación con Sadyran.<br />
Se sentía subyugada por aquella voz, por la conversación<br />
brillante del hombre, que pronunciaba el francés con<br />
un dulce acento oriental.<br />
Hablaron de estrellas y libros, de viajes y aventuras, tan<br />
largamente, que en algún momento, la muchacha, con la sencillez<br />
y ausencia de convencionalismos que la caracterizaban<br />
exclamó:<br />
—¡Estoy muerta de hambre!, ¿y tú?<br />
Él sintió deseos de besarla en aquel mismo instante, pero<br />
se contuvo. En cambio, tomó una de sus manos y le susurró<br />
al oído:<br />
32
—¡Soy el hombre que necesitas! El jefe del servicio de<br />
cocina me debe la vida. —Y con gesto serio que a ella no la<br />
engañó, siguió diciendo—: Y me la paga con caviar, patés,<br />
jamones...<br />
Adéle no pudo evitar reír, y al oír esa risa que recordaba<br />
campanillas de plata entrechocando entre sí, Sadyran supo<br />
que la amaría por el resto de sus días.<br />
Tomados de la mano, él la condujo por la galería exterior<br />
hasta la cocina, evitando el salón, donde como había prometido,<br />
el jefe de servicio les preparó una bandeja repleta de los<br />
mismos manjares que los invitados estaban tomando dentro.<br />
En seguida, la joven duquesa se puso a conversar con los<br />
cocineros, ayudantes y camareros como si los conociera de<br />
toda la vida, alabando la comida y preguntando por sus nombres.<br />
Sadyran la miraba admirado y ella se justificó:<br />
—Me siento cómoda en las cocinas y con estas personas.—<br />
Y bajando un poco el tono de voz—: Casi te diría que<br />
más que en los salones con los frívolos señorones.<br />
Lo miró para comprobar qué impresión habían causado<br />
sus palabras y él dijo:<br />
—¿Me permite, mademoiselle? —Y sin más transición,<br />
tomó su mano y la besó.<br />
«Al parecer —pensó el chef que los espiaba con el rabillo<br />
del ojo—, nuestro ilustre tesorero ha hecho una conquista, y<br />
no es para menos, ¡la joven es una verdadera beldad! ¡Quién<br />
fuera noble, tuviera esa estampa y la juventud de la que él<br />
goza!»<br />
Ya saciados, Sadyran y Adéle oyeron los primeros compases<br />
del minué con el que la orquesta daba inicio al baile:<br />
—¿Te gusta bailar? —le preguntó él.<br />
—Ya lo creo —contestó ella suspirando—, pero no sé hacerlo<br />
y corres el riesgo de hacer el ridículo si bailas conmigo.<br />
—Y sonrió pícara.<br />
33
—No te creo, tú debes de ser muy mentirosa. Pero, por si<br />
estuvieras diciendo la verdad, como soy un hombre valiente,<br />
me arriesgaré.<br />
No dejaron de bailar en toda la noche. Y cada vez que<br />
los pasos de baile los acercaban, los ojos verdes de Adéle<br />
y los oscuros de Sadyran se encontraban y buceaban en<br />
sus respectivas almas, confirmando ambos que estaban<br />
hechos el uno para el otro y que el destino los había unido<br />
contra todo pronóstico. Un guapo y maduro tesorero<br />
de la remota Brisqul y una hermosa heredera de la casa<br />
ducal más prestigiosa de Francia habían sucumbido al<br />
amor.<br />
34<br />
-<br />
Adéle despertó tarde a la mañana siguiente del trágico<br />
suceso ocurrido durante su noche de bodas y mirando<br />
hacia la ventana comprobó que caía una fina llovizna<br />
que empañaba los cristales y dejaba entrar en la habitación<br />
una tenue luz grisácea.<br />
No sintió ninguna sorpresa y sí algún fastidio, mientras<br />
pensaba:<br />
—¡Uf! Hoy no podré salir a cabalgar. —Y se dispuso<br />
a abandonar el lecho y bajar a tomar el desayuno en<br />
la cocina, lo que había estado haciendo desde los doce<br />
años, pese al disgusto que causaba en su madre: «Una<br />
señorita ha de desayunar en su dormitorio o en el comedor<br />
con su familia, y no con los criados», le reprochaba<br />
continuamente.<br />
Pero ella, libre de convencionalismos, no le hacía<br />
mucho caso. Solía reírse y darle un beso en la nariz, sin<br />
renunciar a hacer su santa voluntad. Y lo mismo pensó<br />
hacer aquel día.
—Quizá más tarde escampe y aún pueda montar y<br />
acercarme hasta donde están los segadores de cebada,<br />
para sentarme a almorzar con ellos junto al fogón donde<br />
ponen a hervir el cocido.<br />
Bajó la escalera de tres en tres y entró rauda en la<br />
cocina donde todo movimiento se suspendió al verla.<br />
Giselle dejó quieto y en alto el cuchillo con el que cortaba<br />
gruesas rebanadas de pan, que disponía luego en<br />
cestos para el desayuno de los criados; su ayudante, que<br />
revolvía unas escudillas de avena con leche, detuvo el<br />
rodar del cucharón de madera, dejando que espesaran<br />
más allá de lo conveniente. En la limonada hecha con<br />
frutos recién exprimidos, la azorada criadita de cocina,<br />
echó sal en lugar de azúcar para endulzarla. Y una ristra<br />
de longanizas se quemó en la plancha de hierro que<br />
estaba encima de la cocina a carbón de leña.<br />
<strong>La</strong> joven, que notó el ambiente enrarecido y los ánimos<br />
decaídos, miró con asombro a los criados; ellos<br />
la adoraban por su bondad y porque siempre los había<br />
tratado con cariño, de modo que ella aprovechaba<br />
para hacerlos cómplices de sus travesuras desde la más<br />
tierna infancia.<br />
—¿Ha pasado algo? —preguntó con inocencia y auténtica<br />
curiosidad, de la manera directa y sencilla con la<br />
que siempre se expresaba.<br />
Le respondió el silencio.<br />
—¿No me digáis que os han reñido otra vez por mi<br />
culpa? —Y mirando a Giselle, a la que se dirigía cariñosamente<br />
como «comandanta en jefa» de la cocina, añadió—:<br />
¡Venga, cuéntamelo, ya sabes que no temo a nadie!<br />
¿Se han enterado de que me llevé la confitura de<br />
frambuesas al bosque para regalársela a los críos del<br />
deshollinador?<br />
35
Los criados ya no tuvieron ninguna duda. De inmediato<br />
comprendieron que en la mente de Adéle algo se<br />
había trastornado. El suceso de la confitura había ocurrido<br />
dos semanas antes de la boda y había causado un<br />
enorme revuelo.<br />
<strong>La</strong> duquesa quiso servirla cuando invitó a merendar<br />
en el jardín a la esposa del alcalde regional y no pudo<br />
hacerlo. Y pese a que Giselle, para proteger a la joven<br />
duquesa, había preparado su famosa tarta de chocolate<br />
y nueces, rebosante de nata fresca y adornada con arándanos<br />
que coronaban artísticamente la preparación, y<br />
que sólo hacía en grandes y contadas ocasiones, la dama<br />
se había sentido humillada, porque minutos antes se había<br />
jactado ante su invitada de la confitura que aquel año,<br />
dijo, «había resultado excepcionalmente buena».<br />
Una vez que se marchó la visita, la dama había mandado<br />
llamar a Adéle y se la vio enfadada como pocas<br />
veces en su vida; se notaba que no pensaba dejar sin<br />
castigo la enésima travesura de su rebelde hija menor,<br />
que cuando se presentó ante ella tuvo que oír durísimas<br />
palabras de la duquesa. Y además, ésta decidió castigarla,<br />
privándola de una de sus actividades favoritas: no<br />
volvería a montar por un plazo indefinido, hasta que<br />
su comportamiento, a juicio de su progenitora, fuese el<br />
correcto. Y por más que la joven rogó, lloró, suplicó y<br />
propuso otros castigos alternativos, su madre no cedió<br />
un ápice y la mantuvo estrechamente vigilada, impidiendo<br />
que con la complicidad de sus hermanas y los criados,<br />
pudiera escaparse.<br />
Para Adéle, que no pudo montar durante cuatro semanas<br />
enteras, fue muy frustrante y hasta doloroso, pero<br />
pareció surtir efecto, ya que durante un tiempo no se<br />
atrevió a coger nada de la despensa sin permiso.<br />
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Pero lo que en aquel momento advirtieron los criados<br />
presentes en la cocina era que nada de eso había<br />
quedado en su recuerdo: el semblante de la muchacha<br />
no expresaba ni tristeza ni preocupación; no se apreciaba<br />
ningún trastorno que quebrara su lisa y pura frente.<br />
Estaba claro que la boda y lo ocurrido después no se<br />
habían quedado grabados en su mente. Había vuelto<br />
atrás, incluso más atrás de su noviazgo con el apuesto<br />
noble oriental y del tiempo de intensa ilusión que<br />
había sentido mientras duró el cortejo.<br />
En un impulso, Giselle dejó el cuchillo del pan y recogiendo<br />
la punta de su delantal inmaculado —tenía<br />
a gala cambiárselo tres veces al día— se lo llevó a la comisura<br />
de uno de los ojos donde pugnaba por asomar<br />
una lágrima y se aproximó a la muchacha para darle un<br />
abrazo.<br />
Adéle le respondió a su vez con otro y dijo despreocupadamente:<br />
—Bueno, ya me diréis qué he hecho esta vez..., pero<br />
ahora dadme algo para comer, que me muero de hambre.<br />
Y así fue como los criados supieron antes que nadie<br />
que la hija menor de los duques sufría un ataque de amnesia,<br />
lo que después confirmaron las pruebas y el diagnóstico<br />
de monsieur Durand.<br />
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