14.05.2013 Views

¿Quieres descargar el primer capítulo de esta novela?

¿Quieres descargar el primer capítulo de esta novela?

¿Quieres descargar el primer capítulo de esta novela?

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Desliz fortuito<br />

La Romántica


Anne Gracie<br />

Desliz fortuito<br />

Jinetes oscuros IV<br />

Traducción <strong>de</strong> Aurora Elizal<strong>de</strong>


El pap<strong>el</strong> utilizado para la impresión <strong>de</strong> este libro es cien por cien libre <strong>de</strong> cloro y está<br />

califi cado como pap<strong>el</strong> ecológico.<br />

Ésta es una obra <strong>de</strong> fi cción. Los nombres, personajes, lugares e inci<strong>de</strong>ntes son producto<br />

<strong>de</strong> la imaginación <strong>de</strong> la autora o están usados <strong>de</strong> manera fi cticia. Cualquier parecido con<br />

personas reales, vivas o muertas, con <strong>esta</strong>blecimientos comerciales, escenarios o acontecimientos<br />

es pura coinci<strong>de</strong>ncia.<br />

No se permite la reproducción total o parcial <strong>de</strong> este libro,<br />

ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión<br />

en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste <strong>el</strong>ectrónico,<br />

mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos,<br />

sin <strong>el</strong> permiso previo y por escrito d<strong>el</strong> editor. La infracción<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos mencionados pue<strong>de</strong> ser constitutiva <strong>de</strong> d<strong>el</strong>ito<br />

contra la propiedad int<strong>el</strong>ectual (Art. 270 y siguientes d<strong>el</strong> Código Penal).<br />

Diríjase a CEDRO (Centro Español <strong>de</strong> Derechos Reprográfi cos) si necesita<br />

fotocopiar o escanear algún fragmento <strong>de</strong> <strong>esta</strong> obra. Pue<strong>de</strong> contactar<br />

con CEDRO a través <strong>de</strong> la web www.conlicencia.com<br />

o por t<strong>el</strong>éfono en <strong>el</strong> 91 702 19 70 / 93 272 04 47<br />

Título original: The Acci<strong>de</strong>ntal Wedding<br />

© Anne Gracie, 2010<br />

Publicado <strong>de</strong> acuerdo con Berkley Publishing Group, un s<strong>el</strong>lo <strong>de</strong> Penguin Group<br />

(USA) Inc.<br />

© por la traducción, Aurora Elizal<strong>de</strong>, 2012<br />

© Editorial Planeta, S. A., 2012<br />

Avinguda Diagonal, 662, 6.ª planta. 08034 Barc<strong>el</strong>ona (España)<br />

www.planetad<strong>el</strong>ibros.com<br />

Ilustración <strong>de</strong> la cubierta: Shutterstock<br />

Primera edición en Colección Booket: enero <strong>de</strong> 2012<br />

Depósito legal: B. 36.476-2011<br />

ISBN: 978-84-08-11056-9<br />

Composición: La Nueva Edimac, S. L.<br />

Impreso y encua<strong>de</strong>rnado en Barc<strong>el</strong>ona por:<br />

Printed in Spain - Impreso en España


Biografía<br />

Anne Gracie nació en Australia, pero creció en distintos países,<br />

como Escocia, Grecia o Malasia. Compagina su pasión por la<br />

escritura con la enseñanza y todavía hoy enseña a leer<br />

y a escribir a adultos. Es autora <strong>de</strong> El beso perfecto, Un<br />

caballero galante y Un hombre conquistado, entre otros títulos.<br />

Booket ha publicado las <strong>primer</strong>as nov<strong>el</strong>as <strong>de</strong> la serie Jinetes<br />

oscuros: Princesa furtiva, Cautiva <strong>de</strong> ti, Amante atrapada y<br />

Desliz fortuito. Ha ganado numerosos galardones, entre <strong>el</strong>los<br />

<strong>el</strong> Premio al Mejor Protagonista Masculino por Cautiva <strong>de</strong> ti.<br />

Amante atrapada fue s<strong>el</strong>eccionada por The Library Journal<br />

(EE. UU.) entre los mejores libros <strong>de</strong> 2009.


Agra<strong>de</strong>cimientos<br />

Hay muchas personas a quienes dar las gracias: en Berk<strong>el</strong>ey a mi<br />

editora, Wendy McCurdy, por su paciencia, a Judy York y George<br />

Long por la preciosa portada, y a<strong>de</strong>más al equipo <strong>de</strong> corrección.<br />

Gracias también a mis amigas escritoras, Barbara S., Linda<br />

B., K<strong>el</strong>ly y Trish; a mis amigas Maytone por <strong>esta</strong>r siempre ahí, y<br />

a Dave, como <strong>de</strong> costumbre, por las enfermeda<strong>de</strong>s y heridas.


En memoria <strong>de</strong> mis padres, Jack y Betty Dunn,<br />

que amaron toda una vida, enseñaron<br />

a los niños y criaron abejas


Bath, Inglaterra, 1819<br />

Prólogo<br />

—¿Que te busque una esposa a<strong>de</strong>cuada?<br />

La tía d<strong>el</strong> honorable Nash Renfrew clavó su mirada en él a<br />

través <strong>de</strong> sus impertinentes. A Mau<strong>de</strong>, lady Gosforth, le gustaba<br />

usar los impertinentes. Ampliaban su penetrante mirada <strong>de</strong> una<br />

forma espantosa y, por lo general, hacían que <strong>el</strong> <strong>de</strong>stinatario <strong>de</strong><br />

dicha mirada se sintiera violento.<br />

Nash nunca se sentía violento.<br />

—Si tienes la amabilidad, tía Mau<strong>de</strong>.<br />

Ella hizo un gesto <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso.<br />

—Por todo lo que he oído, no tienes ningún problema en<br />

encontrar mujeres. Ni aunque sea en San Petersburgo.<br />

Nash no parpa<strong>de</strong>ó siquiera. ¿Cómo diablos se había enterado<br />

<strong>de</strong> sus activida<strong>de</strong>s en San Petersburgo, si su resi<strong>de</strong>ncia principal<br />

<strong>esta</strong>ba en Bath? Pero sus contactos eran legendarios. Por eso le<br />

había pedido ayuda.<br />

En tono tranquilo dijo:<br />

—No es lo mismo.<br />

Su tía dio un resoplido.<br />

—No, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego. ¿Y también quieres que organice un baile<br />

para <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> cuatro semanas? ¿Un baile... a principios <strong>de</strong><br />

temporada?<br />

—Si no es una tarea <strong>de</strong>masiado fatigosa, querida tía.<br />

—¿Fatigosa? ¡Pues claro que lo es! ¡Ya soy <strong>de</strong>masiado mayor<br />

para dar fi <strong>esta</strong>s! —dijo <strong>el</strong>la, haciendo un intento por parecer<br />

débil.<br />

—Perdona, tía Mau<strong>de</strong>, no me había dado cuenta. Como tie-<br />

11


nes una apariencia tan radiante, ¿sabes?... Da igual, ya contrataré<br />

a alguien...<br />

—¿Contratar a alguien? No harás semejante cosa. Una gala<br />

organizada por mercenarios —pronunció la palabra con antipatía—<br />

no pue<strong>de</strong> resultar más que vulgar. Ya intentaré, no sé<br />

cómo, encontrar fuerzas para organizar algo... y para buscarte<br />

una muchacha a<strong>de</strong>cuada... Pero te lo advierto, Nash, con tan<br />

poca ant<strong>el</strong>ación y al principio <strong>de</strong> la temporada, cuando todas<br />

las invitaciones están ya repartidas, la fi <strong>esta</strong> será <strong>de</strong> lo más <strong>de</strong>slucida.<br />

—Lo sé. Y lo lamento —Nash no tenía la menor duda <strong>de</strong> que<br />

<strong>el</strong> baile sería espléndido; su voz tomó un aire <strong>de</strong>spreocupado—.<br />

¿Puedo convencerte para que le envíes una invitación a la tía d<strong>el</strong><br />

zar <strong>de</strong> Rusia, la gran duquesa Anna Petrovna Romanova?<br />

A lady Gosforth se le cayeron los impertinentes.<br />

—¿La tía d<strong>el</strong> zar <strong>de</strong> Rusia?<br />

—Llegará a Londres pocos días antes d<strong>el</strong> baile. No conoce a<br />

nadie allí y ha solicitado mi ayuda. No le importará que se trate<br />

<strong>de</strong> algo reducido.<br />

La gran duquesa era tan sociable como su tía y adoraba las<br />

fi <strong>esta</strong>s a lo gran<strong>de</strong>.<br />

—¿Una gran duquesa? —con los ojos cent<strong>el</strong>leantes <strong>de</strong> ambición,<br />

tía Mau<strong>de</strong> se puso <strong>de</strong>recha y consiguió dar un cansado suspiro—.<br />

Hay que ver cómo me haces <strong>de</strong>slomarme, muchacho.<br />

—Lo sé.<br />

Nash adoptó una expresión arrepentida. Con una gran duquesa<br />

rusa <strong>el</strong> baile sería <strong>el</strong> acontecimiento <strong>de</strong> la temporada, y su<br />

tía lo sabía.<br />

Nash Renfrew había solicitado permiso para regresar a Inglaterra<br />

por dos motivos: tomar posesión <strong>de</strong> una herencia y buscar<br />

esposa. Sabiendo lo difícil que la anciana gran duquesa podía<br />

ser, <strong>el</strong> embajador le había concedido <strong>el</strong> permiso a condición <strong>de</strong><br />

que Nash estuviera pendiente <strong>de</strong> <strong>el</strong>la en Londres.<br />

Él, le dijo <strong>el</strong> embajador, sabía cómo manejar a las damas ancianas<br />

<strong>de</strong> trato autoritario y difícil. Nash lo informó <strong>de</strong> que era<br />

consecuencia <strong>de</strong> haberse pasado toda la vida manejando a tías y<br />

tías abu<strong>el</strong>as excéntricas y autoritarias. Una <strong>de</strong> las cuales, por cier-<br />

12


to, le dirigía en aqu<strong>el</strong> momento una intensa mirada <strong>de</strong> concentración<br />

a través <strong>de</strong> sus impertinentes.<br />

—¿Así que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> bailes y gran<strong>de</strong>s duquesas, esperas<br />

que te saque <strong>de</strong> la nada a una esposa?<br />

—No sólo una esposa: la esposa a<strong>de</strong>cuada. Deseo hacer un<br />

exc<strong>el</strong>ente matrimonio.<br />

Lady Gosforth alzó una bien <strong>de</strong>pilada ceja.<br />

—Naturalmente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo eres un Renfrew. Eso es lo<br />

que hacemos nosotros. ¿Y qué entien<strong>de</strong>s tú, si pue<strong>de</strong> saberse,<br />

por un exc<strong>el</strong>ente matrimonio?<br />

Nash se había pensado mucho la cuestión.<br />

Aparte <strong>de</strong> clase, educación e int<strong>el</strong>igencia, su esposa no sólo<br />

tenía que ser <strong>de</strong> buena familia, sino que tenía que <strong>esta</strong>r bien r<strong>el</strong>acionada.<br />

Debía saber algo <strong>de</strong> política pero ser imparcial respecto<br />

a las «causas». Debía <strong>esta</strong>r bien instruida en <strong>el</strong> manejo <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong>s acontecimientos sociales y poseer cierto grado <strong>de</strong> encanto.<br />

Sobre todo <strong>de</strong>bía ser discreta, nada amiga <strong>de</strong> murmuraciones<br />

y tolerante con las excentricida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más.<br />

En cuanto a los hijos, él no tenía necesidad <strong>de</strong> here<strong>de</strong>ros ni<br />

interés alguno en los niños. Si su esposa quería un hijo, bueno, a<br />

él no le importaría tenerlo.<br />

—E imagino que esperas que este <strong>de</strong>chado <strong>de</strong> virtu<strong>de</strong>s sea<br />

hermosa y, a<strong>de</strong>más, una here<strong>de</strong>ra —dijo tía Mau<strong>de</strong> en tono cáustico<br />

cuando él terminó.<br />

Nash le dirigió su sonrisa más radiante.<br />

—Eso sería maravilloso, oh, la mejor <strong>de</strong> las tías.<br />

Ella se ablandó visiblemente.<br />

—¡Pamplinas! ¡Ah, los hijos menores...! —Pensativa, le dirigió<br />

aqu<strong>el</strong>la penetrante mirada que todos sus sobrinos conocían<br />

bien—. ¿Entonces no te interesa casarte por amor?<br />

Nash levantó una incrédula ceja.<br />

—¿Casarme por amor?<br />

—Tus hermanos lo han hecho y los dos son muy f<strong>el</strong>ices.<br />

—Gabri<strong>el</strong> y Harry no se criaron en Alverleigh, viendo <strong>el</strong><br />

ejemplo diario d<strong>el</strong> gran amor <strong>de</strong> mis padres —señaló Nash—. Si<br />

no, aún seguirían solteros, como Marcus y yo mismo.<br />

—A Gabri<strong>el</strong> y a Harry los crió tu tía abu<strong>el</strong>a solterona, en cuya<br />

13


escala vital los hombres fi guraban por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los perros y los<br />

caballos, y sólo levemente por encima <strong>de</strong> las cucarachas —replicó<br />

su tía con voz afable—. Sí que, por supuesto, veneraba la<br />

sangre Renfrew, y eso equilibraba las cosas un poco.<br />

Nash se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

—Lo que quiero <strong>de</strong>cir es que <strong>el</strong>los no han visto lo <strong>de</strong>structivos<br />

que son los matrimonios por amor. Mi matrimonio será una<br />

alianza cuidadosamente planifi cada, y basada en ambiciones personales,<br />

no en los turbios vericuetos <strong>de</strong> la pasión.<br />

Ella dio un resoplido <strong>de</strong> nuevo<br />

—Un arreglo sin sentimientos <strong>de</strong> por medio.<br />

—Eso me irá perfectamente.<br />

—Pero pasar por la vida sin amor ni pasión...<br />

—¿Pasión? —la interrumpió Nash—. Ya tuve bastante con la<br />

<strong>de</strong> mis padres. Y cuando no <strong>esta</strong>ban <strong>de</strong>strozándose... y <strong>de</strong>strozando<br />

nuestra familia con sus p<strong>el</strong>eas <strong>de</strong> c<strong>el</strong>os, <strong>esta</strong>ban dando<br />

vu<strong>el</strong>tas uno alre<strong>de</strong>dor d<strong>el</strong> otro como perros libidinosos —Nash<br />

contuvo un estremecimiento—. Preferiría vivir en... en una tundra<br />

<strong>de</strong> hi<strong>el</strong>o a vivir así.<br />

—Te equivocas, querido muchacho, pero no intentaré hacerte<br />

cambiar <strong>de</strong> opinión. Después <strong>de</strong> todo, tienes la legendaria t<strong>esta</strong>ru<strong>de</strong>z<br />

<strong>de</strong> los Renfrew. Te buscaré ese <strong>de</strong>chado <strong>de</strong> virtu<strong>de</strong>s, pero<br />

no me eches la culpa si al cabo <strong>de</strong> seis meses te mueres <strong>de</strong> aburrimiento.<br />

Él se encogió <strong>de</strong> hombros con gesto indiferente.<br />

—El matrimonio no tiene por qué ser divertido.<br />

Ella lo miró consternada.<br />

—Pero, querido niño, sí que lo es... El matrimonio <strong>de</strong>bería<br />

ser una continua aventura.<br />

—Mi trabajo me proporciona toda la aventura que <strong>de</strong>seo.<br />

Aunque, según tú, quizá lo que quiero sea un mal matrimonio.<br />

Tía Mau<strong>de</strong> se estremeció.<br />

—No bromees con esas cosas —le or<strong>de</strong>nó—. ¡Nunca!<br />

14


Capítulo uno<br />

El jinete apareció en la cr<strong>esta</strong> <strong>de</strong> la loma: una oscura silueta recortada<br />

sobre <strong>el</strong> fondo <strong>de</strong> un hirviente banco <strong>de</strong> nubes color <strong>de</strong><br />

plata. Tras quedarse inmóvil uno o dos segundos contemplando<br />

<strong>el</strong> panorama que se extendía a sus pies, inició <strong>el</strong> <strong>de</strong>scenso <strong>de</strong> la<br />

colina con un lento y controlado medio galope. Mientras avanzaba,<br />

una difusa cortina <strong>de</strong> r<strong>el</strong>ámpagos atravesaba <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o.<br />

—Pero qué apocalíptico —comentó Maddy Woodford <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

<strong>el</strong> porche d<strong>el</strong>antero <strong>de</strong> su casita <strong>de</strong> campo—. Sea quien sea, sabe<br />

hacer una buena entrada.<br />

Lizzie Brown siguió la dirección <strong>de</strong> su mirada.<br />

—Un caballero —<strong>de</strong>claró, al tiempo que se abotonaba <strong>el</strong><br />

abrigo.<br />

Maddy se echó a reír.<br />

—¿Cómo lo sabes? Los granjeros y los comerciantes también<br />

llevan buenos caballos. ¿Lo conoces?<br />

Lizzie <strong>de</strong>jó ver una amplia sonrisa y meneó la cabeza.<br />

—No lo había visto en mi vía, pero está atajando por <strong>el</strong> campo,<br />

¿no? Y es terreno privado —Se encogió <strong>de</strong> hombros y puso<br />

los ojos en blanco—. Sólo un caballero hace eso. La gente corriente<br />

no nos tomamos a la ligera eso’e entrar en la propiedad <strong>de</strong><br />

otro. A la gente la <strong>de</strong>portan por menos.<br />

—Ya me lo imagino.<br />

—Va a Fonthill o a Whitethorn Manor, creo —añadió Lizzie<br />

con una amplia sonrisa—. A lo mejor pasa justo por su lado.<br />

Ciérr<strong>el</strong>e usted <strong>el</strong> paso, señorita. Un caballero tendría que <strong>de</strong>tenerse.<br />

Nunca se sabe, a lo mejor se conseguía usted un marío<br />

bien rico.<br />

Maddy dio un resoplido.<br />

15


—Con la suerte que tengo, sería <strong>de</strong> los que me pasarían por<br />

encima con <strong>el</strong> caballo sin mirar siquiera, y allí me quedaría yo...<br />

—¡En un buen montón <strong>de</strong> estiércol! —terminó Lizzie, y las dos<br />

muchachas se echaron a reír—. No; se pararía, seguro, en particular<br />

<strong>esta</strong>ndo usted tan bonita, con <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o to <strong>el</strong>egante. —Lizzie<br />

le echó una ojeada crítica al cab<strong>el</strong>lo <strong>de</strong> Maddy—. Me ha salido<br />

muy bien, creo.<br />

Maddy se llevó una mano al cab<strong>el</strong>lo recién peinado. Lizzie<br />

practicaba con <strong>el</strong>la.<br />

—Buen trabajo, Lizzie. Te convertirás en la perfecta donc<strong>el</strong>la<br />

<strong>de</strong> alguna dama.<br />

—Ojalá, señorita Maddy. Estoy hasta la coronilla <strong>de</strong> or<strong>de</strong>ñar<br />

vacas. Y usted será una guapa esposa pa algún caballero, creo.<br />

—Siempre que no averigüen que no tengo dón<strong>de</strong> caerme muerta...<br />

—Maddy se rió—. A<strong>de</strong>más, no estoy convencida <strong>de</strong> que un<br />

marido merezca la pena.<br />

La risa se borró <strong>de</strong> la cara <strong>de</strong> Lizzie.<br />

—Ahí lleva usted razón.<br />

Rápidamente, Maddy le lanzó una mirada culpable.<br />

—Ay, Lizzie, perdona. No pretendía...<br />

Había hablado sin pensar. Lizzie tan sólo llevaba casada cuatro<br />

meses cuando su marido se fue a la ciudad con todos los<br />

ahorros y ya no volvió más.<br />

Lizzie se cubrió la cabeza con un chal y, con voz enérgica,<br />

dijo:<br />

—No se preocupe por mí; tie usted razón. Dar gato por liebre,<br />

eso es lo que es <strong>el</strong> matrimonio. No sabes lo que ties hasta<br />

que es <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>. Problemas, eso es lo que son los hombres,<br />

ya lo creo, aunque los problemas con dinero... bueno, así es<br />

más fácil.<br />

Maddy asintió con la cabeza en un gesto mecánico. Pero no<br />

<strong>esta</strong>ba <strong>de</strong> acuerdo. Los problemas con dinero eran lo peor. Y<br />

precisamente para evitarlo <strong>esta</strong>ba allí, viviendo en una <strong>de</strong>startalada<br />

casita <strong>de</strong> campo. Pero eso no lo sabía Lizzie.<br />

Nadie lo sabía. Maddy no se atrevía a rev<strong>el</strong>arlo.<br />

—Me voy —dijo Lizzie—. Esa tormenta <strong>esta</strong>rá aquí <strong>de</strong>ntro’e<br />

unos minutos. A ver si llego a casa sin ahogarme. Gracias otra<br />

16


vez, señorita Maddy. No sé lo que habría sío <strong>de</strong> mí sin usted y sus<br />

lecciones. El tío Bill l’está agra<strong>de</strong>cido, vaya que sí. —Le guiñó un<br />

ojo—. Soy la peor lechera que ha tenido, pero a la familia no se<br />

la pue <strong>de</strong>spedir, ¿no? Dice que si usted me enseña bastante para<br />

po<strong>de</strong>r librarse <strong>de</strong> mí, le dará a usted leche y mantequilla y nata y<br />

queso durante <strong>el</strong> resto’e su vía.<br />

Maddy se echó a reír.<br />

—Pues a lo mejor se lo recuerdo. Y no me llames señorita M...<br />

Pero Lizzie ya <strong>esta</strong>ba corriendo por <strong>el</strong> camino.<br />

Maddy meneó la cabeza. Había perdido la cuenta <strong>de</strong> la cantidad<br />

<strong>de</strong> veces que le había dicho a Lizzie que la llamara Maddy,<br />

pero Lizzie se negaba aunque las dos tenían la misma edad, veintidós<br />

años.<br />

«Usted es una señora por nacimiento y yo soy una ignorante<br />

chica’e granja, na más. A<strong>de</strong>más, si voy a ser donc<strong>el</strong>la, más vale<br />

que me acostumbre a mostrar respeto», <strong>de</strong>cía Lizzie.<br />

Maddy se estremeció. La tormenta se acercaba rápidamente,<br />

y <strong>el</strong>la tenía plantones que salvar.<br />

En los últimos días <strong>el</strong> tiempo se había vu<strong>el</strong>to gélido. Los brotes<br />

primaverales se habían h<strong>el</strong>ado en las ramas, los narcisos tempranos<br />

se habían convertido en hi<strong>el</strong>o, y lo peor <strong>de</strong> todo, las fuertes<br />

h<strong>el</strong>adas habían echado a per<strong>de</strong>r más <strong>de</strong> un tercio <strong>de</strong> sus jóvenes<br />

verduras <strong>de</strong> primavera.<br />

Fue a buscar unas t<strong>el</strong>as <strong>de</strong> saco que había junto al montón <strong>de</strong><br />

leña, al lado <strong>de</strong> la puerta trasera, y empezó a tapar sus preciados<br />

plantones poniéndolas sobre los palos <strong>de</strong> las guías para proteger<br />

los tiernos retoños.<br />

Había plantado sus <strong>primer</strong>as semillas a la edad <strong>de</strong> nueve<br />

años. En aqu<strong>el</strong> entonces había sido una encantadora novedad,<br />

pero aqu<strong>el</strong>las lechugas, que cuidó hasta que alcanzaron su pleno<br />

<strong>de</strong>sarrollo y luego entregó con orgullo a su abu<strong>el</strong>a, le enseñaron<br />

lo sufi ciente como para compren<strong>de</strong>r la diferencia entre supervivencia<br />

e inanición.<br />

De pequeña Maddy no soñaba con hortalizas. En sus sueños<br />

aparecían guapos príncipes, bailes, bonitos vestidos y amor...<br />

Poco a poco los guapos se fueron convirtiendo sencillamente<br />

en guapos caballeros, y los bailes... bueno, también se volvieron<br />

17


imposibles, pues aunque algún <strong>de</strong>sconocido le enviara una invitación,<br />

no tenía un vestido bonito que ponerse, ni tampoco dinero<br />

para comprar nada nuevo.<br />

Hoy día se conformaba con encontrar un buen hombre. Un<br />

granjero o un ten<strong>de</strong>ro, daba igual, siempre que fuera <strong>de</strong> su agrado<br />

y lo respetara, y siempre que él la respetara a <strong>el</strong>la. Ya no era<br />

una niña, y la vida no <strong>esta</strong>ba hecha <strong>de</strong> sueños, sino que era una<br />

continua batalla.<br />

Se en<strong>de</strong>rezó y arqueó la espalda mientras inspeccionaba la<br />

protección que cubría las jóvenes plantas. Los plantones sobrevivirían.<br />

Tenían que sobrevivir. De <strong>el</strong>lo <strong>de</strong>pendía su pequeña familia.<br />

Y <strong>el</strong>los sobrevivirían también. Sólo era cuestión <strong>de</strong> trabajar<br />

duro y ser frugales.<br />

Y cuestión <strong>de</strong> suerte. Miró las oscuras y agitadas nubes.<br />

El estruendo <strong>de</strong> unos cascos <strong>de</strong> caballo le indicó que <strong>el</strong> jinete<br />

<strong>esta</strong>ba justo frente a la casa. Efectivamente era un caballero.<br />

Todo en él lo proclamaba, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su espléndido purasangre hasta<br />

su <strong>el</strong>egante gabán <strong>de</strong> muchas capas color gamuza, sus botas altas<br />

y su chistera <strong>de</strong> ala rizada, tan a la moda. Cabalgaba con soltura,<br />

como si hubiera nacido a caballo.<br />

¿A quién iba a visitar? Sir Jasper Brownrigg, que era <strong>el</strong> dueño<br />

<strong>de</strong> Whitethorn Manor, había muerto hacía tres meses y, aparte<br />

d<strong>el</strong> párroco, <strong>el</strong> único otro caballero <strong>de</strong> la comarca era <strong>el</strong> hacendado,<br />

quien, más que caballero <strong>de</strong> nacimiento, tenía aires <strong>de</strong> caballero...<br />

una distinción sutil, pero en la que Maddy sabía que su<br />

padre habría insistido. Un tremendo esnob, su difunto papá.<br />

«Y mira adón<strong>de</strong> nos ha traído toda tu afectación, papá —pensó<br />

con amargura—. A una situación don<strong>de</strong> lo único que se interpone<br />

entre tus hijos y <strong>el</strong> hambre son unos cuantos sacos viejos,<br />

unos plantones <strong>de</strong> verduras y una lechera con ambiciones.»<br />

Eso era también lo que se interponía entre Maddy y Fyfi <strong>el</strong>d<br />

Place.<br />

El caballo franqueó con calma una ancha zanja y se dirigió<br />

hacia la larga y baja cerca <strong>de</strong> piedra seca. La cerca se extendía<br />

durante millas, y subía y bajaba acompañando <strong>el</strong> terreno como<br />

una ininterrumpida cenefa gris que cruzara serpenteando <strong>el</strong> paisaje.<br />

18


Des<strong>de</strong> que sir Jasper Brownrigg había envejecido y enfermado,<br />

<strong>el</strong> mantenimiento <strong>de</strong> la fi nca se había <strong>de</strong>scuidado, y se habían<br />

quitado piedras que no habían vu<strong>el</strong>to a colocarse. El jinete cambió<br />

ligeramente <strong>de</strong> rumbo y orientó su caballo hacia un punto <strong>de</strong><br />

la cerca don<strong>de</strong> faltaban algunas albardillas. A <strong>primer</strong>a vista parecía<br />

<strong>el</strong> sitio perfecto para saltar, pero...<br />

—¡No, por ahí no! —gritó <strong>el</strong>la—. ¡El tobogán <strong>de</strong> barro <strong>de</strong><br />

los chicos...!<br />

Sus palabras se las llevó <strong>el</strong> viento.<br />

Bajo su horrorizada mirada, <strong>el</strong> caballo se topó con la resbaladiza<br />

superfi cie d<strong>el</strong> tobogán <strong>de</strong> barro justo cuando los potentes<br />

músculos <strong>de</strong> sus cuartos traseros se tensaban para saltar por encima<br />

<strong>de</strong> la cerca.<br />

Patinó. Sus cascos buscaron agarre con frenesí, <strong>de</strong>sesperadamente,<br />

y fracasaron. Entonces <strong>el</strong> caballo se cayó, y su jinete salió<br />

<strong>de</strong>spedido por <strong>el</strong> aire y se estr<strong>el</strong>ló contra la cerca.<br />

En <strong>el</strong> repentino y estupefacto silencio posterior, <strong>el</strong> mundo<br />

pareció <strong>de</strong>tenerse. Luego <strong>el</strong> caballo se levantó como pudo, resopló,<br />

se sacudió y se alejó trotando, aparentemente ileso.<br />

La oscura forma que había quedado al pie <strong>de</strong> la cerca no se<br />

movió.<br />

En un abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos, Maddy salió corriendo y abrió <strong>de</strong><br />

un tirón la vieja y dura verja con la facilidad <strong>de</strong> la urgencia.<br />

El <strong>de</strong>sconocido <strong>esta</strong>ba tendido en <strong>el</strong> barro, medio hecho un<br />

ovillo contra la dura superfi cie <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong> la cerca. Tenía la<br />

cabeza en mala postura, y también una pierna. Su quietud no<br />

presagiaba nada bueno.<br />

Maddy <strong>de</strong>slizó dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>ntro d<strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo d<strong>el</strong> gabán, entre<br />

la fi na t<strong>el</strong>a <strong>de</strong> la camisa y la tibia pi<strong>el</strong>. Cerró los ojos y concentró<br />

todos sus sentidos en la punta <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos.<br />

Nada. Ni un latido, ni un movimiento.<br />

Recordó su frívolo comentario sobre <strong>el</strong> jinete d<strong>el</strong> Apocalipsis.<br />

¡No! No podía <strong>esta</strong>r muerto. Por favor, Dios mío...<br />

Le alisó <strong>el</strong> revu<strong>el</strong>to cab<strong>el</strong>lo oscuro hacia atrás, retirándos<strong>el</strong>o<br />

<strong>de</strong> la pálida frente <strong>de</strong> alabastro, y... no sintió nada.<br />

¡Claro! El intenso frío húmedo le había <strong>de</strong>jado los <strong>de</strong>dos insensibles<br />

por completo. Se frotó los h<strong>el</strong>ados <strong>de</strong>dos hasta que le<br />

19


ardieron y volvió a <strong>de</strong>slizarlos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la camisa, al tiempo que<br />

rezaba por encontrar un latido.<br />

Y volvió a respirar.<br />

De la cabeza d<strong>el</strong> hombre manaba sangre, que se le <strong>de</strong>rramaba<br />

por los <strong>de</strong>dos en un fl ujo cálido y pegajoso. No quería ver morir<br />

a otra persona ...<br />

—No va usted a morirse —le dijo Maddy con vehemencia—.<br />

¿Me oye? ¡No pienso consentirlo!<br />

En ese momento él le empujó las manos y movió la cabeza y<br />

las piernas con gesto nervioso. Era buena señal. No se movería<br />

así con la columna vertebral rota.<br />

Ella dobló su d<strong>el</strong>antal hasta hacer una almohadilla, con la<br />

parte limpia hacia fuera, la metió bajo la cabeza d<strong>el</strong> hombre y se<br />

la ató con las cintas d<strong>el</strong> d<strong>el</strong>antal. Luego le miró <strong>el</strong> cuerpo por si<br />

había más heridas y encontró una embarrada hu<strong>el</strong>la <strong>de</strong> herradura<br />

en la lustrosa superfi cie <strong>de</strong> las altas botas negras: <strong>el</strong> caballo le<br />

había pisado <strong>el</strong> tobillo.<br />

De pronto notó <strong>el</strong> escozor <strong>de</strong> algo en la mejilla. Aguanieve.<br />

—Tenemos que llevarlo a usted a cubierto —le dijo, como si<br />

pudiera oírla.<br />

Pero ¿cómo?<br />

Le metió los brazos bajo las axilas y se agarró las manos.<br />

—Una, dos y tres...<br />

Tiró.<br />

Con todo aqu<strong>el</strong> barro <strong>el</strong> hombre <strong>de</strong>bería haberse <strong>de</strong>slizado<br />

con facilidad, pero era gran<strong>de</strong>, y aunque d<strong>el</strong>gado, alto y más pesado<br />

<strong>de</strong> lo que Maddy esperaba. Y a<strong>de</strong>más tenía la ropa empapada<br />

y pesaba más por momentos. Después <strong>de</strong> tirar varios minutos<br />

<strong>de</strong> él, sólo lo había movido unos cuantos centímetros.<br />

—Es imposible —le dijo—. Pesa usted <strong>de</strong>masiado...<br />

«La carretilla», pensó sintiendo una repentina inspiración, y<br />

corrió a por <strong>el</strong>la. Era vieja, pesada y con la rueda d<strong>el</strong>antera torcida,<br />

pero funcionaba y eso era lo importante.<br />

El problema era cómo meterlo <strong>de</strong>ntro. Trató <strong>de</strong> levantarlo,<br />

pero aunque lo intentó <strong>de</strong> distintas formas, por los hombros o<br />

con las piernas por d<strong>el</strong>ante, tirando y forcejeando, sencillamente<br />

pesaba <strong>de</strong>masiado.<br />

20


—¡Maldición! —dijo Maddy cuando su último intento acabó<br />

con los dos en <strong>el</strong> barro y la carretilla volcada.<br />

Sentía agujas h<strong>el</strong>adas que le quemaban la pi<strong>el</strong>. Y poco a poco,<br />

una i<strong>de</strong>a tomó forma en su mente. Lo empujó hasta <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

carretilla, tumbada <strong>de</strong> costado, y luego fue a por un trozo <strong>de</strong><br />

cuerda y ató <strong>el</strong> <strong>de</strong>sma<strong>de</strong>jado cuerpo a la carretilla.<br />

Usando <strong>el</strong> palo d<strong>el</strong> ten<strong>de</strong><strong>de</strong>ro y una piedra gran<strong>de</strong>, y empujando<br />

con todas sus fuerzas, hizo palanca para levantar la carretilla.<br />

Dando un tumbo, ésta se en<strong>de</strong>rezó con un golpetazo, llevando<br />

a bordo al hombre sin mayor percance.<br />

A Maddy le ardían los músculos cuando consiguió meterlo<br />

por la puerta <strong>de</strong> la casa, con carretilla y todo. Ya le daban igual<br />

los su<strong>el</strong>os limpios y las rodadas <strong>de</strong> barro. La casita <strong>de</strong> campo era<br />

diminuta; en la planta baja sólo había una gran habitación, con<br />

una chimenea y una mesa, y en <strong>el</strong> rincón, una cama gran<strong>de</strong> empotrada<br />

en un hueco que en algún momento <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> construirse<br />

para una abu<strong>el</strong>a inválida. Ahora era la cama <strong>de</strong> Maddy, y su<br />

<strong>primer</strong> instinto fue echar al hombre directamente en <strong>el</strong>la. Pero<br />

<strong>esta</strong>ba calado hasta los huesos, sangrando y cubierto <strong>de</strong> barro.<br />

Retiró las mantas y cubrió la mitad <strong>de</strong> la cama que tenía más<br />

cerca con una vieja capa <strong>de</strong> hule. Eso la protegería.<br />

Lo empujó hasta más cerca, lo <strong>de</strong>sató, enlazó los brazos por<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sus axilas y tiró <strong>de</strong> él. De repente la carretilla se volcó,<br />

y <strong>el</strong>la terminó tumbada en la cama <strong>de</strong> modo nada <strong>el</strong>egante, en un<br />

torb<strong>el</strong>lino <strong>de</strong> barro, piernas y brazos mojados, con la cabeza d<strong>el</strong><br />

<strong>de</strong>sconocido acomodada en <strong>el</strong> seno.<br />

—Hala, por lo menos ya está resguardado <strong>de</strong> la lluvia —murmuró,<br />

al tiempo que le retiraba <strong>el</strong> tupido y oscuro p<strong>el</strong>o <strong>de</strong> la<br />

frente <strong>de</strong> alabastro.<br />

Tan quieto y tan hermoso como la <strong>esta</strong>tua <strong>de</strong> un arcáng<strong>el</strong>, apenas<br />

distinguió si respiraba. Estaba vivo pero frío, <strong>de</strong>masiado frío.<br />

—Pronto lo haremos entrar en calor —le dijo.<br />

Se las ingenió para escabullirse <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> él y le bajó la<br />

cabeza con suavidad. Luego echó leña al fuego, empujó <strong>el</strong> cacharro<br />

<strong>de</strong> hervir <strong>el</strong> agua sobre las llamas y puso unos ladrillos a calentar.<br />

Con un paño limpio y agua caliente le lavó la cara. Y se<br />

quedó mirándolo.<br />

21


Por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las salpicaduras <strong>de</strong> barro y sangre su rostro era<br />

<strong>el</strong>egante. Severo. Una b<strong>el</strong>leza dura, completamente masculina.<br />

Las oscuras p<strong>esta</strong>ñas se abrían en abanico sobre la pálida pi<strong>el</strong>. Su<br />

boca la había cinc<strong>el</strong>ado un maestro, y tenía la barbilla fi rme, cuadrada<br />

y oscurecida por una incipiente barba sin afeitar.<br />

No <strong>de</strong>bería quedarse mirándolo así... Y se recordó que aqu<strong>el</strong>la<br />

b<strong>el</strong>leza no le serviría a nadie si moría.<br />

—Y ahora a quitarle esa ropa empapada.<br />

Le quitó los fi nos guantes <strong>de</strong> cuero. Las <strong>el</strong>egantes manos tenían<br />

los <strong>de</strong>dos largos y las uñas limpias y bien cuidadas. Decididamente,<br />

eran manos <strong>de</strong> caballero, pensó mientras echaba una<br />

pesarosa ojeada a sus propias manazas, ásperas por <strong>el</strong> trabajo.<br />

Le quitó <strong>el</strong> chaleco, y luego la camisa y la camiseta interior.<br />

Tenía magulladuras recientes en <strong>el</strong> torso, aunque nada grave.<br />

Se le secó la boca mientras alargaba la mano para coger una<br />

toalla con que secarlo. La forma masculina tenía pocos misterios<br />

para <strong>el</strong>la, al menos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>el</strong> acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> su padre y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se<br />

quedara con dos niños a los que bañar y vestir, pero aqu<strong>el</strong>lo era<br />

distinto. Muy distinto.<br />

Su padre era viejo y tenía la carne fl áccida y fl oja, y los músculos<br />

atrofi ados; y los niños eran como conejillos <strong>de</strong>sollados meneándose<br />

en la bañera, fl acos pero, aun así, blandos con <strong>el</strong> lustre<br />

<strong>de</strong> la niñez.<br />

Aquél era un hombre, joven, fuerte y en la fl or <strong>de</strong> la vida.<br />

Su padre olía a carne agria <strong>de</strong> anciano, a polvos <strong>de</strong> talco y al<br />

acre ungüento para <strong>el</strong> dolor que <strong>el</strong>la le frotaba en la espalda y las<br />

piernas. Los niños olían a... a niños pequeños y a jabón. El hombre<br />

que <strong>esta</strong>ba en su cama olía levemente a jabón <strong>de</strong> afeitar y<br />

agua <strong>de</strong> colonia, y a<strong>de</strong>más a caballo, y a lana mojada y a.... a otra<br />

cosa. La inspiró pero no fue capaz <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntifi carla... una especie<br />

<strong>de</strong> oscuro y almizclado olor a hombre. Debería rep<strong>el</strong>erla. En lugar<br />

<strong>de</strong> eso la atraía.<br />

Inspiró <strong>de</strong> nuevo al tiempo que secaba <strong>el</strong> ancho pecho d<strong>el</strong><br />

hombre y su cuerpo <strong>de</strong> pi<strong>el</strong> fi rme y duros músculos, y lo frotaba<br />

enérgicamente con una áspera toalla para activarle la circulación.<br />

Su aroma se le <strong>de</strong>positó en lo hondo <strong>de</strong> la consciencia. Le puso<br />

una manta por encima y se la remetió alre<strong>de</strong>dor.<br />

22


Y ahora los calzones y las botas.<br />

Las botas eran <strong>el</strong> mayor problema. Si tenía la pierna o <strong>el</strong> tobillo<br />

rotos, quitarle la bota <strong>de</strong> un tirón empeoraría la herida enormemente.<br />

A su padre le habían cortado las botas con una navaja <strong>de</strong><br />

afeitar. Entonces <strong>el</strong>la no había vacilado un instante en tomar la<br />

<strong>de</strong>cisión. Hoy tenía una conciencia mucho más clara d<strong>el</strong> coste <strong>de</strong><br />

las cosas, y aqu<strong>el</strong>las botas eran muy hermosas y muy caras.<br />

—Pero hay que hacerlo —le dijo con fi rmeza mientras iba a<br />

por la navaja <strong>de</strong> afeitar <strong>de</strong> su padre. Se alegró <strong>de</strong> habérs<strong>el</strong>a llevado<br />

con <strong>el</strong>la; era más afi lada que cualquier cuchillo.<br />

Con <strong>el</strong> ceño fruncido <strong>de</strong> concentración, le cortó la bota, se la<br />

quitó con cuidado y <strong>de</strong>spegó la media <strong>de</strong> lana. El tobillo <strong>esta</strong>ba<br />

hinchado y enrojecía por momentos. No sabía si <strong>esta</strong>ba roto o<br />

no. De todas formas, tendría que mandar llamar al médico para<br />

que le viera la herida <strong>de</strong> la cabeza. Ojalá aqu<strong>el</strong> hombre tuviese<br />

dinero para pagarlo, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego <strong>el</strong>la no tenía.<br />

—Y ahora esos calzones —le dijo—. Y le agra<strong>de</strong>cería que no<br />

<strong>el</strong>igiera este momento para <strong>de</strong>spertarse.<br />

Le echó una ojeada al inmóvil rostro. ¿Ni siquiera un parpa<strong>de</strong>o?<br />

Intentó ser rápida y práctica mientras <strong>de</strong>sabrochaba los botones<br />

que cerraban la bragueta <strong>de</strong> los calzones. Había lavado con<br />

la esponja a los niños en <strong>el</strong> baño, así que un varón adulto <strong>de</strong>snudo<br />

no sería muy distinto, ¿verdad?<br />

A<strong>de</strong>más (aunque no se lo confesaría a nadie) sentía curiosidad<br />

por ver qué aspecto tenía un hombre <strong>de</strong> verdad, un joven en<br />

la fl or <strong>de</strong> la vida.<br />

Sabía que aquél era su lado francés; <strong>el</strong> lado que siempre la<br />

metía en problemas. Su padre y <strong>el</strong> lado paterno <strong>de</strong> la familia eran<br />

muchísimo más púdicos y reservados <strong>de</strong> lo que su madre y su<br />

Grand-mère habían sido jamás. Casi puritanos.<br />

Por muy enfermo que estuviera, su padre insistía en que Bates,<br />

su ayuda <strong>de</strong> cámara, llevara a cabo las tareas más íntimas.<br />

Pobre Bates. Aborrecía aqu<strong>el</strong> cometido, pero a su padre no se le<br />

podía llevar la contraria. Daba igual lo débil que tuviera <strong>el</strong> cuerpo,<br />

su voluntad seguía siendo fuerte.<br />

23


El ante <strong>de</strong> los calzones <strong>esta</strong>ba frío y húmedo, y se adhería al<br />

cuerpo d<strong>el</strong> <strong>de</strong>sconocido mientras <strong>el</strong>la se los bajaba por <strong>el</strong> liso<br />

vientre, tirando <strong>de</strong> paso <strong>de</strong> los calzoncillos <strong>de</strong> algodón que llevaba<br />

<strong>de</strong>bajo, y seguía la línea <strong>de</strong> v<strong>el</strong>lo oscuro que apuntaba hacia la<br />

entrepierna.<br />

Le costó mucho pero, una vez pasadas las ca<strong>de</strong>ras, consiguió<br />

arrastrarlos hasta los pies. Los <strong>de</strong>jó caer al su<strong>el</strong>o, cogió la toalla<br />

y... clavó la mirada en él.<br />

Tragó saliva. Aqu<strong>el</strong> pobre hombre era un <strong>de</strong>sconocido. Debería<br />

apartar la vista para respetar su intimidad mientras estuviera<br />

inconsciente e in<strong>de</strong>fenso.<br />

No podía. Su <strong>primer</strong> hombre <strong>de</strong>snudo <strong>de</strong> verdad.<br />

Qué cosa tan curiosa era su virilidad, allí en su nido <strong>de</strong> rizos<br />

oscuros, <strong>de</strong> un color tirando a rosa oscuro y con aspecto bastante<br />

blando. En absoluto <strong>esta</strong>ba a la altura <strong>de</strong> las <strong>de</strong>scripciones que<br />

había oído. Y también era más pequeña <strong>de</strong> lo que esperaba. Los<br />

hombres exageraban siempre.<br />

Le echó una ojeada a la cara y se sorprendió al darse cuenta<br />

<strong>de</strong> que tenía los ojos abiertos y la miraba. Miraba cómo <strong>el</strong>la le<br />

miraba su...<br />

—¡Está usted <strong>de</strong>spierto! —exclamó, y se apresuró a echarle<br />

la toalla por encima—. ¿Cómo se siente?<br />

Se le calentaron las mejillas, pero no iba a disculparse. Había<br />

tenido que quitarle la ropa mojada por su bien.<br />

Él tardó un momento en reaccionar. No apartó la mirada.<br />

Tenía los ojos muy azules. Ella no creía haber visto nunca unos<br />

ojos tan azules.<br />

—Ha sufrido una caída y se ha hecho daño en la cabeza.<br />

¿Pue<strong>de</strong> hablar?<br />

Él intentó <strong>de</strong>cir algo, trató <strong>de</strong> incorporarse, pero antes <strong>de</strong> que<br />

<strong>el</strong>la llegara a ayudarlo, volvió a caer con un gemido sobre la improvisada<br />

almohada y cerró los ojos <strong>de</strong> nuevo.<br />

—No se duerma. ¿Quién es usted?<br />

Lo zaran<strong>de</strong>ó por <strong>el</strong> brazo. Él no respondió.<br />

Al menos <strong>esta</strong>ba vivo y se movía. Eso ya era algo.<br />

Le secó <strong>el</strong> resto d<strong>el</strong> cuerpo a toda prisa, intentando no pensar<br />

en cómo la había pillado con la vista clavada en sus partes ínti-<br />

24


mas. Se dijo que se sentía azorada, sí, pero no arrepentida. Estaba<br />

herido, así que tenía que mirar.<br />

«Sí, para asegurarse <strong>de</strong> que no se le hubiera roto la cosa»,<br />

comentó una vocecita <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> <strong>el</strong>la. No le hizo caso. Terminó<br />

<strong>de</strong> secarlo y, sin saber qué más hacer con su tobillo, se lo en<strong>de</strong>rezó<br />

y se lo vendó suavemente con tiras <strong>de</strong> t<strong>el</strong>a limpia. Después,<br />

con cuidado, le dio la vu<strong>el</strong>ta hasta ponerlo en la mitad limpia y<br />

seca <strong>de</strong> la cama y remetió las mantas en torno a él.<br />

Usando unas tenazas sacó los ladrillos calientes d<strong>el</strong> fuego, los<br />

envolvió bien y se los puso pegados al cuerpo. Era importante<br />

mantenerle calientes los órganos internos, y a<strong>de</strong>más los ladrillos<br />

evitarían que se cayera rodando <strong>de</strong> la cama.<br />

Revisó <strong>el</strong> d<strong>el</strong>antal que aún tenía atado en torno a la herida <strong>de</strong><br />

la cabeza. No había ni rastro <strong>de</strong> sangre fresca.<br />

A pesar <strong>de</strong> su proximidad al fuego, Maddy <strong>esta</strong>ba tiritando.<br />

Debía cambiarse <strong>de</strong> ropa antes <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>rle la herida <strong>de</strong> la cabeza,<br />

<strong>de</strong> lo contrario acabaría con un resfriado.<br />

Le echó una ojeada a su inconsciente huésped. Allí no había<br />

sitio para la intimidad, <strong>de</strong> modo que tendría que llevarse la ropa<br />

al piso <strong>de</strong> arriba para cambiarse, pero allá hacía un frío espantoso.<br />

Los niños se vestían y <strong>de</strong>svestían d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> fuego todo <strong>el</strong><br />

rato y sólo subían a acostarse cuando <strong>el</strong>la les había calentado<br />

bien las camas con ladrillos calientes.<br />

Vaciló. El hombre respiraba con regularidad, sus ojos ni siquiera<br />

parpa<strong>de</strong>aban. Correría <strong>el</strong> riesgo.<br />

De espaldas a él como muestra <strong>de</strong> recato, se quitó la ropa<br />

mojada, se secó bien con una toalla y se vistió rápidamente con<br />

ropa limpia y seca.<br />

Cuando se volvía <strong>de</strong> nuevo hacia él, le pareció que los ojos d<strong>el</strong><br />

<strong>de</strong>sconocido se cerraban. ¿Un movimiento involuntario, o había<br />

<strong>esta</strong>do observándola? Imposible saberlo. En cualquier caso era<br />

culpa <strong>de</strong> <strong>el</strong>la si la había mirado. Podía haberse cambiado <strong>de</strong> ropa<br />

en <strong>el</strong> piso <strong>de</strong> arriba.<br />

A<strong>de</strong>más, <strong>el</strong>la lo había mirado a él, ¿no? Si <strong>esta</strong>ba bien lo que<br />

hacía uno, <strong>esta</strong>ba bien lo que hicieran los <strong>de</strong>más, se dijo. Con<br />

todo, las mejillas le ardían; esperaba haberse equivocado.<br />

Y ahora la herida <strong>de</strong> la cabeza.<br />

25


—Esto no va a ser fácil —le dijo—. Está en un sitio incómodo.<br />

Reunió cuanto creyó que iba a necesitar y lo dispuso sobre la<br />

cama. Luego se subió a la cama, tiró d<strong>el</strong> hombre hasta que consiguió<br />

ponerlo sentado y se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él. Sosteniéndolo<br />

entre las rodillas, <strong>de</strong>jó que se echara <strong>de</strong> lado en <strong>el</strong>la hasta que su<br />

mejilla quedó apoyada en sus senos.<br />

—In<strong>de</strong>coroso, lo sé —murmuró mientras alargaba la mano<br />

para coger <strong>el</strong> tarro <strong>de</strong> la mi<strong>el</strong>—, pero usted no lo sabe y yo no<br />

voy a contarlo, y a<strong>de</strong>más es <strong>el</strong> único modo <strong>de</strong> curarle <strong>esta</strong> herida<br />

tan fea.<br />

El p<strong>el</strong>o <strong>esta</strong>ba ap<strong>el</strong>mazado con <strong>el</strong> barro y la sangre. Le limpió<br />

lo peor y, con cuidado, recortó todo <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o en torno a la herida.<br />

Ésta era irregular, tenía un aspecto muy feo y la sangre seguía<br />

saliendo lentamente, pero no le pareció que necesitara puntos <strong>de</strong><br />

sutura. Gracias a Dios; no soportaba ver perforar la carne con<br />

una aguja, y mucho menos, hacerlo <strong>el</strong>la misma.<br />

Le lavó bien la herida con agua caliente con sal, todo lo caliente<br />

que se atrevió a usar, e hizo cuanto pudo por asegurarse <strong>de</strong><br />

que en la herida no quedase nada que fuera a enconarla.<br />

Si <strong>el</strong> médico estuviera allí la espolvorearía con polvo <strong>de</strong> albahaca,<br />

pero <strong>el</strong>la no tenía nada parecido. Había oído que las t<strong>el</strong>arañas<br />

eran buenas para <strong>de</strong>tener las hemorragias, pero las arañas<br />

le ponían la carne <strong>de</strong> gallina y a<strong>de</strong>más en la casa no había ni<br />

una sola t<strong>el</strong>araña. Sólo tenía mi<strong>el</strong>. La mi<strong>el</strong> era buena para las<br />

quemaduras y los pequeños cortes, y era lo único que tenía en<br />

cantidad. Suavemente, empezó a untar <strong>de</strong> mi<strong>el</strong> la herida.<br />

Parecía un pecho.<br />

Tenía <strong>el</strong> cuerpo como <strong>el</strong> hi<strong>el</strong>o. Y como <strong>el</strong> fuego. Sentía punzadas<br />

<strong>de</strong> dolor insoportable <strong>de</strong> la cabeza a los pies. Intentó moverse.<br />

—No se mueva.<br />

Voz suave. Mandona. De mujer.<br />

Intentó abrir los ojos. Dolor que se le clavaba como si fueran<br />

astillas. Náuseas.<br />

—Vamos, chist.<br />

26


Dedos frescos que lo arrimaban a algo cálido y blando.<br />

Decididamente, un pecho. ¿De quién?<br />

Mano fresca que le tomaba la mejilla, lo mantenía quieto pegado<br />

al pecho.<br />

—He <strong>de</strong> curarle la herida <strong>de</strong> la cabeza.<br />

Voz suave, dulce. Baja.<br />

«Algo exc<strong>el</strong>ente en una mujer», se dijo, terminando la cita en<br />

su cabeza. Una carcajada irónica terminó en una sacudida torturante.<br />

Intentó contener <strong>el</strong> dolor. Idiota. De nuevo intentó moverse.<br />

Suplicio.<br />

¿«Herida <strong>de</strong> la cabeza»? ¿Iba a morirse?<br />

Si era así, aquélla era la forma <strong>de</strong> irse: con la cara hundida en<br />

las fragantes honduras <strong>de</strong> un pecho, mientras unos d<strong>el</strong>icados <strong>de</strong>dos<br />

lo calmaban y murmuraba una suave voz.<br />

Aqu<strong>el</strong> pecho, aqu<strong>el</strong>los <strong>de</strong>dos, aqu<strong>el</strong>la voz.<br />

Fueran <strong>de</strong> quien fuesen.<br />

Sintió que <strong>el</strong>la se movía. Dolor que traspasaba... náuseas, luego...<br />

negrura...<br />

27


Capítulo dos<br />

—¡Maddy, Maddy, hemos encontrado un caballo!<br />

La puerta <strong>de</strong> la casa se abrió <strong>de</strong> golpe y su hermanastro Henry,<br />

<strong>de</strong> ocho años, entró corriendo, seguido por <strong>el</strong> hermano <strong>de</strong><br />

éste, John, tres años mayor.<br />

—Es un purasangre magnífi co, Maddy, un garañón —le dijo<br />

John—. Un bayo con las espaldas y los jarretes más po<strong>de</strong>rosos.<br />

Apuesto a que pue<strong>de</strong> saltar cualquier cosa...<br />

—Lo hemos cogido —lo interrumpió Henry, nervioso.<br />

—Lo cogí yo —corrigió John.<br />

—Sí, pero yo te ayudé. ¡No lo hubieras hecho sin mí, tú sabes<br />

que no!<br />

John volvió a mirar a Maddy.<br />

—Yo tenía un corazón <strong>de</strong> manzana en <strong>el</strong> bolsillo, y lo cogió<br />

como un cor<strong>de</strong>ro.<br />

—Yo también le di <strong>de</strong> comer; le di hierba —le dijo Henry.<br />

—Y <strong>de</strong>spués volví para llevarlo otra vez a casa d<strong>el</strong> párroco...<br />

claro, ¿dón<strong>de</strong> íbamos nosotros a tener un caballo? Y <strong>el</strong> párroco<br />

dijo que no le importaba. Perdona que lleguemos tar<strong>de</strong>, pero <strong>el</strong><br />

caballo <strong>esta</strong>ba mojado, <strong>de</strong> modo que tuve que <strong>de</strong>sensillarlo y secarlo...<br />

—Lo hemos secado los dos —dijo Henry.<br />

—Silencio, silencio, no tan alto —dijo <strong>el</strong>la, riendo—. ¿Y dón<strong>de</strong><br />

están vuestras hermanas?<br />

—Ya vienen —dijo John <strong>de</strong> manera imprecisa y con gesto<br />

cohibido—. Venían <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> nosotros cuando salimos.<br />

Aunque Jane, <strong>de</strong> doce años, era mayor que él, en su condición<br />

<strong>de</strong> hombre <strong>de</strong> la familia, en teoría, John tenía que acompañar<br />

a sus hermanas.<br />

29


—Pero andan muy <strong>de</strong>spacio, y no paran <strong>de</strong> quejarse d<strong>el</strong> camino<br />

lleno <strong>de</strong> barro y <strong>de</strong> los zapatos, y yo quería contarte lo d<strong>el</strong><br />

caballo.<br />

Maddy contuvo una sonrisa.<br />

—Lo sé, ci<strong>el</strong>o, y a<strong>de</strong>más sienten un lamentable <strong>de</strong>sinterés por<br />

los caballos. Pues yo también tengo una sorpresa, pero... Ah,<br />

aquí están las chicas.<br />

Jane, Susan y Lucy entraron.<br />

—Perdona que lleguemos tar<strong>de</strong>, Maddy —dijo Jane, la mayor,<br />

al tiempo que le quitaba <strong>el</strong> chal a la pequeña Lucy mientras<br />

hablaba—, pero la lluvia nos ha retrasado, y como los chicos<br />

encontraron un caballo y tuvieron que cogerlo y volver para llevarlo<br />

a la rectoría y cuidarlo, y luego <strong>el</strong> camino...<br />

—No pasa nada, Jane, querida —le aseguró Maddy dándole<br />

un abrazo.<br />

A sus doce años, y como hermana mayor, Jane se tomaba sus<br />

responsabilida<strong>de</strong>s muy en serio. Era a <strong>el</strong>la a quien había perjudicado<br />

más claramente <strong>el</strong> cambio <strong>de</strong> la situación económica familiar;<br />

sin más ayuda que Jane, Maddy no tenía más remedio que<br />

contar con <strong>el</strong>la mucho más <strong>de</strong> lo que hubiera querido.<br />

Le costaba hacerlo; sabía lo que era una niñez ahogada por la<br />

responsabilidad. Quería a toda costa <strong>de</strong>jar que Jane volviera a<br />

ser una niña libre <strong>de</strong> preocupaciones, pero no lo conseguía. Aunque<br />

no perdía las esperanzas <strong>de</strong> lograrlo algún día.<br />

—Los chicos no son los únicos que se han llevado una sorpresa<br />

hoy —les dijo—. Ellos han encontrado al caballo y yo he<br />

encontrado al jinete.<br />

Se produjo un inmediato murmullo <strong>de</strong> preguntas.<br />

—Silencio, silencio, <strong>de</strong>béis <strong>esta</strong>r callados para no mol<strong>esta</strong>rlo.<br />

—Pero ¿dón<strong>de</strong> está? —preguntó Susan, mirando a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

—Ahí en la cama. Tiene heridas graves.<br />

—¿Po<strong>de</strong>mos verlo?<br />

—Sí, pero tenéis que <strong>esta</strong>r muy callados. El pobre se ha golpeado<br />

en la cabeza, y con los ruidos fuertes le dolerá más.<br />

Con paso solemne, los niños se acercaron <strong>de</strong> puntillas a la<br />

cama y Maddy <strong>de</strong>scorrió las <strong>de</strong>scoloridas cortinas rojas que tapa-<br />

30


an <strong>el</strong> hueco, ocultando <strong>de</strong> la vista la cama al tiempo que protegían<br />

<strong>de</strong> corrientes a su ocupante.<br />

—¿Cómo se hirió la cabeza? —susurró Jane.<br />

—Fue un acci<strong>de</strong>nte.<br />

—¿Por qué está en tu cama, Maddy? —preguntó Lucy.<br />

—Chist. Todos tenemos que hablar muy bajito porque está<br />

muy enfermo —le dijo Maddy—. Y por eso está en mi cama.<br />

—Pero ¿dón<strong>de</strong> dormirás tú? —insistió Lucy con una áspera<br />

vocecita que <strong>el</strong>la imaginaba que era suave.<br />

—Ya hablaremos <strong>de</strong> eso <strong>de</strong>spués —dijo Maddy, que ya se<br />

había hecho esa misma pregunta.<br />

—Es guapo —dijo Susan, <strong>de</strong> ocho años, en un fuerte susurro.<br />

—¿Es un príncipe? —susurró con voz ronca Lucy—. Parece<br />

un príncipe.<br />

—¿Estás segura <strong>de</strong> que es suyo <strong>el</strong> caballo que encontramos?<br />

John parecía <strong>de</strong>cepcionado. Sin duda albergaba <strong>el</strong> sueño <strong>de</strong><br />

quedarse con un caballo perdido.<br />

—Sí, vi cómo se caía y <strong>el</strong> caballo echaba a correr.<br />

—¿Se cayó d<strong>el</strong> caballo?<br />

John hizo una leve mueca.<br />

—Todo <strong>el</strong> mundo se cae alguna vez —le recordó <strong>el</strong>la—. Y a<strong>de</strong>más<br />

<strong>el</strong> motivo <strong>de</strong> que este hombre se cayera fue que su caballo<br />

resbaló en un tobogán <strong>de</strong> barro h<strong>el</strong>ado que unos chicos habían<br />

hecho...<br />

—Oh.<br />

John y Henry intercambiaron miradas culpables.<br />

—Sí, ya lo creo que «oh», y ahora vas a tener que correr a<br />

buscar al médico.<br />

—¿Ahora?<br />

John se animó.<br />

—Sí. Come algo <strong>primer</strong>o. He hecho sopa...<br />

—Ya he comido —dijo John.<br />

—Yo también. ¡Salchichas y puré <strong>de</strong> patatas! ¡Y <strong>de</strong>spués<br />

postre! —añadió Henry con regocijo.<br />

—La señora Matheson nos ha dado <strong>de</strong> cenar a todos, Maddy<br />

—dijo Jane como disculpándose.<br />

Era la única <strong>de</strong> los niños que notaba cómo se sentía Maddy al<br />

31


ecibir la caridad <strong>de</strong> sus amables vecinos. Ninguno <strong>de</strong> <strong>el</strong>los era<br />

gente acomodada.<br />

Pero Maddy no quería que sus sentimientos fuesen una carga<br />

para los niños.<br />

—¿Salchichas? Qué bien —dijo con afecto.<br />

Tal vez fuera caridad, pero Maddy también sabía que aunque<br />

fuese muy rica, la esposa d<strong>el</strong> párroco seguiría dándoles <strong>de</strong> comer<br />

a los niños. Era un alma maternal sin hijos.<br />

A<strong>de</strong>más, Maddy no era <strong>de</strong>sagra<strong>de</strong>cida; sólo le resultaba incómodo<br />

recibir cuando tenía tan poco para correspon<strong>de</strong>r.<br />

—Pues si todos habéis comido, quiero que vu<strong>el</strong>vas corriendo<br />

a la casa d<strong>el</strong> párroco y le pidas que man<strong>de</strong> llamar al médico. No,<br />

John, la casa d<strong>el</strong> médico está <strong>de</strong>masiado lejos para que vayas tú;<br />

cuando llegaras allí ya habría anochecido. Tú dís<strong>el</strong>o al párroco y<br />

él enviará a alguien en la calesa.<br />

—A Jenkins —dijo Henry—. Mandará a Jenkins.<br />

—Sí, <strong>de</strong> modo que dale <strong>esta</strong> nota al párroco para que él se la<br />

dé al médico, y luego vu<strong>el</strong>ve <strong>de</strong>recho a casa.<br />

John vaciló.<br />

—¿Puedo llevar otra manzana para <strong>el</strong> caballo? ¿Una <strong>de</strong> las<br />

viejas y arrugadas <strong>de</strong> verdad?<br />

Maddy puso los ojos en blanco.<br />

—De acuerdo, pero sólo una.<br />

Las manzanas viejas y arrugadas las utilizaba para hacer<br />

tartas.<br />

—Yo también quiero ir —anunció Henry. La miró con gesto<br />

esperanzado—. Tú siempre dices que dos cabezas son mejor que<br />

una.<br />

Ella <strong>de</strong>jó ver una amplia sonrisa y le revolvió <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o.<br />

—Entonces ve —le dijo—. Pero <strong>de</strong>spués volved <strong>de</strong>rechos a<br />

casa.<br />

Aqu<strong>el</strong>la noche acostó a los niños temprano. Estaban fascinados<br />

con <strong>el</strong> <strong>de</strong>sconocido <strong>de</strong> la cama, y a duras penas logró impedir<br />

que fueran cada tres minutos a ver cómo <strong>esta</strong>ba. Habían andado<br />

<strong>de</strong> puntillas por la casa y habían hablado en roncos y exagerados<br />

32


susurros, pero todos eran muy capaces <strong>de</strong> intentar <strong>de</strong>spertarlo a<br />

hurtadillas.<br />

El médico había <strong>esta</strong>do allí, había examinado la herida que <strong>el</strong><br />

hombre tenía en la cabeza y había <strong>de</strong>clarado que <strong>el</strong> tratamiento<br />

era exc<strong>el</strong>ente. Luego aplicó polvo <strong>de</strong> albahaca pero no puso la<br />

menor objeción al uso <strong>de</strong> la mi<strong>el</strong> como bálsamo curativo.<br />

—Se ha empleado durante generaciones —dijo—. En cuanto<br />

a ese tobillo, está tan hinchado que no sé si es una fractura sin<br />

importancia o una torcedura. Déj<strong>el</strong>o vendado. Sabremos más<br />

cuando <strong>de</strong>spierte.<br />

—¿Y <strong>de</strong>spertará?<br />

Maddy <strong>esta</strong>ba preocupada por si <strong>el</strong> hombre, sencillamente, se<br />

consumía. Ella sabía que esas cosas pasaban.<br />

El médico se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

—Difícil saberlo con las heridas <strong>de</strong> la cabeza. En todo caso<br />

no conviene moverlo hasta que <strong>de</strong>spierte, y eso le diré al párroco.<br />

—Vio la expresión <strong>de</strong> sorpresa <strong>de</strong> Maddy y se explicó—. Al<br />

buen reverendo no le hace gracia que se que<strong>de</strong> aquí. No le ha<br />

gustado su equipaje.<br />

—¿Su equipaje?<br />

El médico se explicó más.<br />

—Inspeccionó <strong>el</strong> contenido d<strong>el</strong> baúl <strong>de</strong> viaje que <strong>esta</strong>ba atado<br />

al caballo con una correa... buscando la i<strong>de</strong>ntidad d<strong>el</strong> dueño,<br />

se sobreentien<strong>de</strong>. Todo lo que había <strong>de</strong>ntro era <strong>de</strong> la mejor calidad,<br />

lo cual sugiere que <strong>el</strong> joven es un caballero, y en eso estoy<br />

<strong>de</strong> acuerdo, aunque no había ningún documento que rev<strong>el</strong>ara su<br />

i<strong>de</strong>ntidad. Sin embargo al reverendo lo escandalizó la falta <strong>de</strong> cierto<br />

artículo, y afi rma que eso rev<strong>el</strong>a <strong>el</strong> carácter <strong>de</strong> este hombre.<br />

—¿En qué sentido? —preguntó Maddy, fascinada—. ¿Qué<br />

artículo faltaba?<br />

—Una camisa <strong>de</strong> dormir —dijo <strong>el</strong> médico con un humor cargado<br />

<strong>de</strong> ironía—. Según <strong>el</strong> reverendo Matheson, un joven caballero<br />

que viaja sin camisa <strong>de</strong> dormir es un crápula... —Dio un<br />

resoplido—. Aunque no le falta razón. Una muchacha soltera<br />

como usted no <strong>de</strong>bería tener a un <strong>de</strong>sconocido acantonado en su<br />

casa, sin carabina. Sin embargo, tras pensarlo muy <strong>de</strong>tenidamente,<br />

creo como médico que mover ahora a este hombre pondría en<br />

33


p<strong>el</strong>igro su recuperación. Mejor esperar hasta que esté consciente<br />

y sea capaz <strong>de</strong> incorporarse por sí solo.<br />

—No me pasará nada —le aseguró Maddy—. Y en cuanto a<br />

carabinas... —señaló con un gesto a los niños—, tengo cinco. Y<br />

no es que esas cosas me preocupen ya.<br />

El médico asintió.<br />

—No creía que fuera usted <strong>de</strong> las remilgadas. Hasta ahora ha<br />

hecho un buen trabajo. Si este hombre vive, tendrá que darle las<br />

gracias por salvarle la vida. —Cerró <strong>el</strong> maletín y se dirigió hacia<br />

la puerta—. Si se <strong>de</strong>spierta usted durante la noche, ¿podría comprobar<br />

cómo está? No creo que tenga que quedarse v<strong>el</strong>ándolo,<br />

pero esté al tanto <strong>de</strong> cualquier cambio. Si algo la preocupa, cualquier<br />

cosa, mán<strong>de</strong>me llamar. Este hombre todavía no está fuera<br />

<strong>de</strong> p<strong>el</strong>igro.<br />

—¿Qué <strong>de</strong>bo hacer si <strong>de</strong>spierta?<br />

—Depen<strong>de</strong>. Si está tranquilo, trát<strong>el</strong>o como trataría a cualquier<br />

persona. Pero si está inquieto, afi ebrado, molesto o tiene<br />

dolor, d<strong>el</strong>e esto. —Le pasó un pequeño frasquito <strong>de</strong> líquido<br />

transparente—. Unas cuantas gotas en agua templada. Manténgalo<br />

lejos <strong>de</strong> los niños.<br />

Maddy asintió.<br />

El doctor se <strong>de</strong>tuvo un instante junto a la puerta.<br />

—Haremos pesquisas. Con suerte alguien lo reclamará y la<br />

librará <strong>de</strong> él en cuanto esté en condiciones <strong>de</strong> irse. Avíseme tan<br />

pronto como se <strong>de</strong>spierte.<br />

Ella se lo prometió. No tenía ningún interés en tener allí a<br />

aqu<strong>el</strong> <strong>de</strong>sconocido más tiempo d<strong>el</strong> preciso. En vista <strong>de</strong> cómo<br />

<strong>esta</strong>ban las cosas, iba a echarla <strong>de</strong> su cama. Tendría que dormir<br />

con las niñas... y tendrían que apretujarse.<br />

Los niños ya <strong>esta</strong>ban dormidos, y Maddy fue a echarle una<br />

última ojeada al <strong>de</strong>sconocido. Apenas se había movido. Luego,<br />

tras <strong>de</strong>svestirse y ponerse <strong>el</strong> camisón <strong>de</strong> dormir d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> fuego,<br />

subió a toda prisa.<br />

Las frías corrientes <strong>de</strong> aire le pusieron la pi<strong>el</strong> <strong>de</strong> gallina mientras<br />

<strong>esta</strong>ba <strong>de</strong> pie junto a la cama don<strong>de</strong> dormían sus hermanas<br />

pequeñas. Había creído que, aunque hubiera poco sitio, sería<br />

posible dormir allí, pero ahora no <strong>esta</strong>ba tan segura.<br />

34


Las niñas no dormían en línea recta. Estaban <strong>de</strong>spatarradas...<br />

Jane y Susan en los extremos y la pequeña Lucy en medio. Había<br />

muy poco sitio.<br />

Pero con un <strong>de</strong>sconocido en su cama no había <strong>el</strong>ección.<br />

Maddy se coló junto a Susan, don<strong>de</strong> había más espacio. Empujó<br />

con un meneo y las pequeñas se quejaron, dormidas. Había metido<br />

una pierna cuando Jane se <strong>de</strong>spertó, medio gritando.<br />

—Jane, ¿qué pasa?<br />

Asustada, agarrando las mantas y con adormilado <strong>de</strong>sconcierto,<br />

Jane dijo:<br />

—No sé. Estaba a punto <strong>de</strong> caerme <strong>de</strong> la cama. Pero no me<br />

caigo...<br />

—No pasa nada —la tranquilizó Maddy, al tiempo que salía<br />

<strong>de</strong> la cama—. Vu<strong>el</strong>ve a dormirte.<br />

Las arropó <strong>de</strong> nuevo, le dio otro beso <strong>de</strong> buenas noches a<br />

Jane y bajó <strong>de</strong> puntillas. La cama <strong>de</strong> los niños era más pequeña<br />

todavía, no había posibilidad alguna <strong>de</strong> meterse allí. Tendría que<br />

dormir en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, junto al fuego.<br />

Dos horas más tar<strong>de</strong> Maddy seguía completamente <strong>de</strong>spierta<br />

aunque su humor empeoraba por momentos. Estaba h<strong>el</strong>ada.<br />

D<strong>el</strong> fuego sólo quedaban unas cuantas pálidas brasas. Era<br />

tan difícil conseguir leña que no podía permitirse mantenerlo<br />

encendido toda la noche. A<strong>de</strong>más, <strong>el</strong> montón <strong>de</strong> leña <strong>esta</strong>ba fuera,<br />

y si salía se cong<strong>el</strong>aría. Ráfagas <strong>de</strong> aguanieve golpeaban las<br />

ventanas.<br />

Había hecho una cama con t<strong>el</strong>as <strong>de</strong> saco y luego se había envu<strong>el</strong>to<br />

en un edredón <strong>de</strong> retazos y dos mantas. Pero <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o <strong>de</strong><br />

piedra <strong>esta</strong>ba h<strong>el</strong>ado, y hasta la última <strong>de</strong> las corrientes <strong>de</strong> aire<br />

que entraban por todas las grietas <strong>de</strong> la vieja casita <strong>de</strong> campo<br />

parecía encontrar <strong>el</strong> camino que iba directamente hasta su pi<strong>el</strong>.<br />

Y todo <strong>el</strong> rato la respiración regular y rítmica d<strong>el</strong> hombre que<br />

<strong>esta</strong>ba en su cama parecía mofarse <strong>de</strong> <strong>el</strong>la. La oía en los momentos<br />

en que la lluvia y <strong>el</strong> viento arreciaban con menos fuerza. Él<br />

<strong>esta</strong>ba abrigado. Ella <strong>esta</strong>ba medio cong<strong>el</strong>ada. Él <strong>esta</strong>ba durmiendo...<br />

daba igual <strong>el</strong> porqué. Con la cabeza rota o no, él no<br />

35


<strong>esta</strong>ba <strong>de</strong>spierto, con frío, cansado, con <strong>el</strong> ánimo por los su<strong>el</strong>os y<br />

enfadado. Ella sí.<br />

Él <strong>esta</strong>ba inconsciente, por Dios. Sin conocimiento. No se<br />

daba cuenta <strong>de</strong> nada. ¿Qué daño podría hacer? Maddy se incorporó,<br />

cogió <strong>el</strong> edredón <strong>de</strong> retazos, lo enrolló hasta convertirlo en<br />

una gruesa serpiente y lo metió a lo largo bajo las mantas <strong>de</strong> la<br />

cama, pegado al cuerpo d<strong>el</strong> durmiente <strong>de</strong>sconocido.<br />

Su pequeña Muralla <strong>de</strong> Adriano para mantenerla a salvo d<strong>el</strong><br />

bárbaro. El bárbaro inconsciente, con su hermosa boca y su incipiente<br />

barba y sus manos limpias y bien cuidadas.<br />

Él no hizo movimiento ni sonido alguno; se limitó a seguir<br />

respirando con regularidad. Ella sonrió. Menudo bárbaro.<br />

Se metió con sigilo en la cama. Aqu<strong>el</strong>lo era la gloria. El calor<br />

corporal d<strong>el</strong> hombre la había cal<strong>de</strong>ado. Nadie lo sabría nunca...<br />

Maddy se durmió.<br />

En las horas más sombrías <strong>de</strong> la noche <strong>el</strong> hombre <strong>de</strong> la cama se<br />

<strong>de</strong>spertó. Se quedó tendido en aqu<strong>el</strong> entorno <strong>de</strong>sconocido, intentando<br />

enten<strong>de</strong>r su situación. No tenía ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> <strong>esta</strong>ba...<br />

ni era consciente d<strong>el</strong> tiempo. Sólo sabía que era <strong>de</strong> noche,<br />

pero qué día era o en qué lugar <strong>esta</strong>ba... era todo un misterio. Su<br />

mente era un espacio en blanco.<br />

Un espacio en blanco no, se corrigió: más bien una niebla que<br />

se arremolinaba, con personas y acontecimientos medio entrevistos<br />

que <strong>de</strong> pronto <strong>de</strong>saparecían. Que se burlaban <strong>de</strong> él.<br />

Le dolía todo <strong>el</strong> cuerpo. Sentía como si la cabeza fuera a <strong>esta</strong>llarle.<br />

Se llevó una mano a <strong>el</strong>la y frunció <strong>el</strong> ceño cuando los<br />

<strong>de</strong>dos encontraron <strong>el</strong> vendaje. Así que <strong>esta</strong>ba herido. ¿Cómo se<br />

había herido? ¿Y quién lo había herido? Y quien lo había vendado<br />

era...<br />

Una mujer. En <strong>el</strong> centro <strong>de</strong> todos sus arremolinados pensamientos<br />

y fugaces imágenes, sabía que había una mujer. Con manos<br />

d<strong>el</strong>icadas y voz suave. Y olor a...<br />

Se volvió <strong>de</strong> costado e inspiró. La olía. Como un perro <strong>de</strong><br />

caza, olía que <strong>el</strong>la <strong>esta</strong>ba cerca.<br />

No <strong>esta</strong>ba solo.<br />

36


¿Quién era esa mujer, que compartía su cama? Cerró los ojos.<br />

Tantas preguntas... Tan pocas respu<strong>esta</strong>s...<br />

No le importaba. Ella <strong>esta</strong>ba allí, y eso bastaba. Intentó acercarse<br />

más a <strong>el</strong>la y encontró un largo bulto <strong>de</strong> t<strong>el</strong>a <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

cama ¿Por qué?<br />

Lo sacó <strong>de</strong> un tirón y lo echó a un lado, luego volvió junto a<br />

la mujer. Estaba tumbada <strong>de</strong> costado, hecha un ovillo, <strong>de</strong> espaldas<br />

a él, cálida y suave. Le pasó los brazos por la cintura y la<br />

atrajo junto a él, al tiempo que plegaba <strong>el</strong> cuerpo para ajustarse<br />

a la curva d<strong>el</strong> suyo.<br />

Su pie le rozó la pierna. Estaba frío. Se metió los pies <strong>de</strong> <strong>el</strong>la<br />

entre las pantorrillas y sintió que poco a poco se calentaban.<br />

La nuca quedaba al <strong>de</strong>scubierto en la almohada. Bajó la cara<br />

hasta la suave pi<strong>el</strong> y aspiró su fragancia.<br />

Se <strong>esta</strong>ba bien. Se agarró a <strong>el</strong>la más fuerte. Era su áncora <strong>de</strong><br />

salvación, lo único sólido en un cambiante océano <strong>de</strong> burlones<br />

fantasmas. Lentamente, las preguntas que martilleaban en <strong>el</strong> interior<br />

<strong>de</strong> su cráneo se <strong>de</strong>svanecieron.<br />

Se quedó tendido, con <strong>el</strong> dolorido cuerpo curvado junto al <strong>de</strong><br />

<strong>el</strong>la, la boca rozándole casi la d<strong>el</strong>icada pi<strong>el</strong> <strong>de</strong> la nuca, aspirando<br />

su aroma. Poco a poco <strong>el</strong> ritmo <strong>de</strong> su respiración se hizo más<br />

lento hasta que se emparejó con <strong>el</strong> <strong>de</strong> <strong>el</strong>la, y se quedó dormido.<br />

Los sueños <strong>de</strong> la mañana eran los mejores. En los sueños matinales<br />

Maddy <strong>de</strong>jaba que sus <strong>de</strong>seos más profundos se <strong>de</strong>sbocaran,<br />

tejiendo fantasías...<br />

La fantasía <strong>de</strong> un amante... cálido, fuerte...<br />

Pi<strong>el</strong> contra pi<strong>el</strong>, sin nada entre <strong>el</strong>los. El calor <strong>de</strong> su cuerpo, la<br />

dura y r<strong>el</strong>ajada fuerza <strong>de</strong> su cuerpo hecho un ovillo en torno a<br />

<strong>el</strong>la en actitud protectora... posesiva. El cálido peso <strong>de</strong> su brazo...<br />

Las piernas entr<strong>el</strong>azadas, las <strong>de</strong> él musculosas, un poco v<strong>el</strong>ludas,<br />

apretando sus pantorrillas entre las suyas... Su aliento<br />

emparejado con <strong>el</strong> <strong>de</strong> <strong>el</strong>la, inspirar... espirar... inspirar... espirar.<br />

Estaba entr<strong>el</strong>azada con él en una cama blandísima, compartiendo<br />

calor, pi<strong>el</strong> contra pi<strong>el</strong>, compartiendo sueños y planes para<br />

la jornada, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una magnífi ca noche <strong>de</strong> hacer <strong>el</strong> amor...<br />

37


Aqu<strong>el</strong>la parte <strong>de</strong> los sueños matinales siempre era un poco<br />

imprecisa. Ella sólo tenía una i<strong>de</strong>a muy confusa <strong>de</strong> lo que implicaba<br />

hacer <strong>el</strong> amor. Conocía la mecánica por lo que había visto<br />

en los corrales, y no tenía <strong>el</strong> menor atractivo. Parecía algo violento<br />

y brutal.<br />

Su madre <strong>de</strong>cía que para los hombres era una necesidad y<br />

para las mujeres, un <strong>de</strong>ber que había que aguantar y <strong>el</strong> camino<br />

hacia innumerables y <strong>de</strong>sgarradoras maternida<strong>de</strong>s. Y eso era menos<br />

atrayente todavía.<br />

Pero Maddy sabía también, por Grand-mère, que era una<br />

fuente <strong>de</strong> dicha.<br />

Grand-mère lo había <strong>de</strong>scubierto ya mayor. Llevaba quince<br />

años viuda, sin pensar en tomar amante ni marido, hasta que<br />

Raoul Dubois, un guapo campesino <strong>de</strong> anchos hombros y manos<br />

fuertes, puso la mira en <strong>el</strong>la.<br />

Maddy tenía trece años por entonces y lo había presenciado<br />

todo con asombrada fascinación.<br />

Para apuro <strong>de</strong> Grand-mère, Raoul la perseguía sin <strong>de</strong>scanso,<br />

sin <strong>de</strong>sanimarse por la falta <strong>de</strong> aliento que encontraba en <strong>el</strong>la,<br />

por la diferencia <strong>de</strong> condición social, ni siquiera por la diferencia<br />

<strong>de</strong> edad... cuestiones todas que Grand-mère empleaba para intentar<br />

ahuyentarlo.<br />

Raoul se limitaba a encoger aqu<strong>el</strong>los gran<strong>de</strong>s y anchos hombros<br />

suyos. Y Grand-mère los miraba, suspiraba y reanudaba su<br />

<strong>de</strong>fensa. Su cada vez más tibia <strong>de</strong>fensa.<br />

—Non! ¡Es impensable! Usted es un leñador y yo...<br />

—Ha habido una revolución, ¿se acuerda? Ahora en Francia<br />

somos todos iguales.<br />

Su amplia sonrisa era irónica; él, como todos, sabía que las<br />

diferencias <strong>de</strong> clase eran las mismas <strong>de</strong> siempre.<br />

—Mi padre se revolvería en su tumba.<br />

Raoul se encogía <strong>de</strong> hombros.<br />

—Todos los padres se revu<strong>el</strong>ven. Es su <strong>de</strong>stino.<br />

—¡Pero si soy mayor que usted! —argumentaba Grand-mère—.<br />

¡Es inconcebible!<br />

Grand-mère había nacido <strong>el</strong> mismo año que la pobre y mártir<br />

reina María Antonieta, <strong>de</strong> la que nunca <strong>de</strong>bían hablar. En <strong>el</strong><br />

38


año 93 a la reina la habían guillotinado cru<strong>el</strong>mente. Tenía treinta<br />

y ocho años, por lo que Grand-mère sobrepasaba ya los cincuenta.<br />

Raoul era viudo y un hombre en sus mejores años: acababa <strong>de</strong><br />

cumplir cuarenta.<br />

—¿Qué son los años? —<strong>de</strong>cía sonriendo—. Usted es preciosa,<br />

y yo... yo soy un hombre. No importa nada más. No pido<br />

nada, ni matrimonio, ni propieda<strong>de</strong>s, sólo a usted, ma b<strong>el</strong>le.<br />

Y sonreía con aqu<strong>el</strong>la sonrisa que le había mostrado a Maddy<br />

una faceta <strong>de</strong> su abu<strong>el</strong>a que jamás hubiera imaginado: la que se<br />

ruborizaba como una chiquilla y daba vu<strong>el</strong>tas, in<strong>de</strong>cisa.<br />

A Raoul le costó dos años, pero al fi nal la agotó.<br />

Cuando Raoul y Grand-mère se hicieron amantes, Maddy<br />

aprendió que compartir la vida con un buen hombre... con <strong>el</strong><br />

hombre a<strong>de</strong>cuado, cambiaba totalmente las cosas para una mujer<br />

que lo hubiera perdido todo. Grand-mère era una mujer nueva.<br />

El enfado y la amargura se <strong>de</strong>svanecieron. Con Raoul en su<br />

vida, <strong>esta</strong>ba llena <strong>de</strong> alegría y <strong>de</strong> risas y... <strong>de</strong> brío.<br />

A veces Maddy se <strong>de</strong>spertaba <strong>de</strong> noche o por la mañana muy<br />

temprano y los oía hacer <strong>el</strong> amor. Al principio los sonidos la<br />

alarmaron, pero al ver los brillantes ojos <strong>de</strong> su abu<strong>el</strong>a por la mañana<br />

supo que los sonidos engañaban, que aqu<strong>el</strong>lo era algo maravilloso.<br />

Otras veces se <strong>de</strong>spertaba y los oía hablando en la cama, <strong>el</strong><br />

suave murmullo <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong> Grand-mère y <strong>el</strong> grave retumbo <strong>de</strong><br />

la <strong>de</strong> Raoul. Resultaba tan tranquilo, tan íntimo... y la niña solitaria<br />

que <strong>el</strong>la era suspiraba por <strong>el</strong> momento en que también estuviera<br />

tendida en una cama, hablando en voz baja <strong>de</strong> noche con<br />

un hombre.<br />

Raoul y Grand-mère tuvieron cinco años f<strong>el</strong>ices, hasta que un<br />

árbol al caer le quitó la vida a Raoul y la alegría abandonó los<br />

ojos <strong>de</strong> Grand-mère para siempre. Murió menos <strong>de</strong> un año <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> él.<br />

Pero a Maddy le <strong>de</strong>jó un legado valiosísimo: saber que, con <strong>el</strong><br />

hombre a<strong>de</strong>cuado, <strong>el</strong> acto d<strong>el</strong> amor era algo maravilloso.<br />

«Los hombres y las mujeres mienten siempre, chérie, incluso<br />

en la cama, pero en <strong>el</strong> acto mismo, allí hay sinceridad —<strong>de</strong>cía<br />

39


Grand-mère—. Y con <strong>el</strong> hombre a<strong>de</strong>cuado... ahhh, qué maravilla.»<br />

Y suspiraba.<br />

Probablemente Maddy no se casara... era <strong>de</strong>masiado pobre y<br />

tenía <strong>de</strong>masiadas cargas familiares, pero esperaba que en algún<br />

lugar hubiera un Raoul para <strong>el</strong>la.<br />

Actualmente sólo aparecía en sus sueños matinales, sin rostro,<br />

sin nombre, sin querer nada, sólo a <strong>el</strong>la...<br />

Oh, <strong>de</strong>spertar cada día sabiendo que, trajera lo que trajese la<br />

jornada, no <strong>esta</strong>ría sola; que fueran cuales fuesen los problemas<br />

a los que se enfrentara, se enfrentarían juntos. Y que al anochecer,<br />

en aqu<strong>el</strong>la cama, juntos encontrarían la alegría.<br />

No necesitaba un príncipe ni un hombre rico. Sólo un hombre<br />

y una casita <strong>de</strong> campo para compartirla con él...<br />

Una casita <strong>de</strong> campo...<br />

El alquiler. La i<strong>de</strong>a se estr<strong>el</strong>ló contra su pensamiento como<br />

un guijarro en un tranquilo <strong>esta</strong>nque. El sueño matinal número<br />

5.061 hecho añicos, pensó con adormilada ironía. Otro día que<br />

afrontar.<br />

Se <strong>de</strong>sperezó y <strong>de</strong> pronto se puso tensa al darse cuenta <strong>de</strong><br />

que, lejos <strong>de</strong> tener a alguien con quien compartir los problemas,<br />

uno <strong>de</strong> sus problemas <strong>esta</strong>ba con <strong>el</strong>la en la cama en ese mismo<br />

instante.<br />

Y al darse cuenta <strong>de</strong> que <strong>el</strong> <strong>de</strong>sconocido le tenía agarrado <strong>el</strong><br />

pecho, con suavidad pero con fi rmeza.<br />

En actitud posesiva.<br />

Se quedó paralizada.<br />

—¿Qué hace usted? —dijo en un susurro. Ridícula pregunta:<br />

era absolutamente evi<strong>de</strong>nte lo que <strong>esta</strong>ba haciendo—. Basta ya.<br />

Él no reaccionó. Su mano no se movió. Se limitó a seguir respirando,<br />

<strong>de</strong>spacio y con regularidad, como había hecho toda la<br />

noche. Era imposible que estuviera dormido...<br />

Con cuidado, se arrancó su mano d<strong>el</strong> pecho y le empujó <strong>el</strong><br />

brazo hasta su sitio. Luego se volvió con caut<strong>el</strong>a en la cama y lo<br />

miró.<br />

Tenía la cara r<strong>el</strong>ajada <strong>de</strong> sueño, los ojos cerrados, las p<strong>esta</strong>ñas<br />

como dos medialunas oscuras sobre la pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la cara. De<br />

pronto se removió, inquieto, y se acercó a <strong>el</strong>la.<br />

40


Maddy se puso tensa cuando la mano <strong>de</strong> él se curvó sobre su<br />

ca<strong>de</strong>ra y la abrazó.<br />

—¿Qué hace usted?<br />

Las rodillas d<strong>el</strong> hombre chocaron con las suyas; <strong>de</strong>slizó una<br />

musculosa pierna entre las <strong>de</strong> <strong>el</strong>la y suspiró. Y se r<strong>el</strong>ajó <strong>de</strong> nuevo.<br />

Maddy lo miró con atención, sin respirar apenas, pero él no<br />

se movió.<br />

Entonces se dio cuenta <strong>de</strong> que <strong>esta</strong>ba dormido, dormido <strong>de</strong><br />

verdad. No sabía lo que hacía, sólo buscaba calor y consu<strong>el</strong>o.<br />

Igual que había hecho <strong>el</strong>la, inconscientemente, al disfrutar <strong>de</strong><br />

su calor, <strong>de</strong> la sensación <strong>de</strong> su cuerpo, para consolarse en sueños.<br />

Los sueños ayudaban.<br />

Se quedó tendida sin hacer ruido, mirándolo dormir a la luz <strong>de</strong><br />

la mañana. Tenía <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o tupido, <strong>de</strong> color castaño y alborotado<br />

en la frente. Se lo alisó suavemente y se lo retiró hacia atrás. Él<br />

suspiró pero no se <strong>de</strong>spertó. Ella le acarició la frente, pasando la<br />

punta <strong>de</strong> un <strong>de</strong>do por unas cuantas leves arrugas <strong>de</strong> preocupación.<br />

Sus cejas eran gruesas y más oscuras que <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o, sus p<strong>esta</strong>ñas<br />

muy largas; no había <strong>de</strong>recho a que fueran <strong>de</strong> un hombre. La pi<strong>el</strong><br />

<strong>de</strong> sus párpados era tan fi na y transparente que se veían las venas<br />

y los vasos sanguíneos. Bajo los párpados cerrados, sus ojos se<br />

movían. Estaba soñando, agitándose un poco, como un perro.<br />

Un sueño agradable, pues sus labios se curvaban en una leve<br />

media sonrisa, y Maddy se sorprendió sonriendo a su vez.<br />

Al menos no tenía dolores.<br />

Unas leves arruguitas partían <strong>de</strong> la comisura <strong>de</strong> sus ojos, y a<br />

ambos lados <strong>de</strong> aqu<strong>el</strong>la boca <strong>de</strong> aspecto expresivo había una<br />

arruga vertical que se acentuaría cuando sonriera. Un hombre<br />

que sonreía a menudo, se dijo Maddy.<br />

Eso le gustaba. La vida sin risa era como un mes sin sol; se<br />

sobrevivía, pero no había alegría en <strong>el</strong>la.<br />

La barbilla era fi rme y cuadrada. Bajó los <strong>de</strong>dos por la línea<br />

<strong>de</strong> la mandíbula, disfrutando <strong>de</strong> la ligera aspereza <strong>de</strong> su incipiente<br />

barba. Colocó la palma <strong>de</strong> la mano sobre la fuerte columna d<strong>el</strong><br />

cu<strong>el</strong>lo y sintió latir <strong>el</strong> pulso con regularidad, pum, pum, pum.<br />

Una y otra vez su mirada volvía a la boca d<strong>el</strong> hombre como<br />

una polilla a la llama.<br />

41


Su boca la fascinaba. Era, sencillamente, preciosa. Nunca había<br />

pensado que la boca <strong>de</strong> un hombre fuera preciosa, pero<br />

aquélla lo era. Y sin embargo no tenía nada <strong>de</strong> femenino.<br />

Sus labios parecían esculpidos por un maestro, tan claramente<br />

<strong>de</strong>fi nidos, tan perfectamente formados. Le tocó la boca con<br />

suavidad, pasando <strong>el</strong> <strong>de</strong>do levemente por los labios entreabiertos,<br />

siguiendo <strong>el</strong> surco poco profundo que bajaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la nariz.<br />

Se entretuvo en una diminuta cicatriz plateada que había en la<br />

comisura izquierda <strong>de</strong> la boca.<br />

¿Cuándo se la habría hecho? ¿Cómo?<br />

Él volvió a suspirar, pegó la boca a sus <strong>de</strong>dos, se cerró sobre<br />

uno <strong>de</strong> <strong>el</strong>los y chupó ligeramente. Maddy se quedó paralizada.<br />

Un temblor <strong>de</strong> sensaciones la atravesó, y con cuidado retiró <strong>el</strong><br />

<strong>de</strong>do sintiéndose extrañamente conmovida. Al cabo <strong>de</strong> un momento<br />

él se r<strong>el</strong>ajó <strong>de</strong> nuevo en sueños y su respiración volvió a<br />

ser suave y regular.<br />

Con una caricia, Maddy le remetió un rizo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la oreja.<br />

«¿Qué estás soñando, mi apuesto <strong>de</strong>sconocido? ¿Te sientes solo<br />

como yo?»<br />

Descartó la i<strong>de</strong>a al instante. Aqu<strong>el</strong> hombre no se sentiría solo<br />

jamás. Era <strong>de</strong>masiado hermoso, <strong>esta</strong>ba vestido con <strong>de</strong>masiada<br />

<strong>el</strong>egancia... ¿y aqu<strong>el</strong>las arrugas que d<strong>el</strong>ataban su buen humor?<br />

Ninguna mujer se le resistiría.<br />

No, no se sentiría solo.<br />

Pero en aqu<strong>el</strong> preciso momento <strong>esta</strong>ba solo y tenía problemas.<br />

Y mientras fuera así, era suyo.<br />

Se inclinó y lo besó levemente en los labios. Sus labios suaves,<br />

cálidos, indiferentes.<br />

—Yo te cuidaré —susurró, y volvió a besarlo—. No estás solo.<br />

Él siguió tendido allí, dormido, encerrado en su propio mundo,<br />

inconsciente.<br />

Ya era hora <strong>de</strong> no <strong>de</strong>jarse afectar por la falsa tentación d<strong>el</strong><br />

sueño matinal, <strong>de</strong> seguir con su vida. El <strong>de</strong>sconocido era suyo<br />

para cuidarlo, no para quedárs<strong>el</strong>o. Era una tontería tejer sueños<br />

en torno a él. En cuanto <strong>de</strong>spertara, se marcharía otra vez con<br />

sus amigos y su familia, y la <strong>de</strong>jaría sin pensarlo siquiera. De<br />

nuevo sola.<br />

42


No recordaba un momento en que no hubiera <strong>esta</strong>do sola.<br />

Durante toda su vida había tenido personas que cuidar. Primero<br />

su madre, luego Grand-mère, <strong>de</strong>spués su padre y ahora los niños.<br />

No le importaba mucho... era totalmente capaz <strong>de</strong> cuidarlos.<br />

Pero se sentía sola; resultaba duro ser siempre la que tuviera<br />

que afrontar los problemas, encontrar la solución, luchar contra<br />

las difi culta<strong>de</strong>s. Y siempre sola.<br />

Salió <strong>de</strong> la cama. Menos mal que <strong>el</strong> <strong>de</strong>sconocido no se había<br />

<strong>de</strong>spertado. Se habría muerto <strong>de</strong> vergüenza si hubiera abierto los<br />

ojos y la hubiera encontrado... tocándolo. Él no era su Raoul<br />

Dubois. Ni siquiera sabía que <strong>el</strong>la <strong>esta</strong>ba allí.<br />

Sin embargo, mientras realizaba su rutina matinal (volver a<br />

en cen<strong>de</strong>r <strong>el</strong> fuego, calentar <strong>el</strong> agua, lavarse, vestirse, empezar a hacer<br />

<strong>el</strong> <strong>de</strong>sayuno), parte <strong>de</strong> <strong>el</strong>la seguía <strong>esta</strong>ndo extrañamente afl igida.<br />

Se dijo que siempre se sentía así al <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> un sueño<br />

matinal. Al aceptar la realidad.<br />

Los sueños ayudaban. Aunque a veces, algunas mañanas, no<br />

hacían más que subrayar la soledad.<br />

—¡Pero sir Jasper me lo prometió!<br />

La voz <strong>de</strong> <strong>el</strong>la, ¿preocupada?, ¿enfadada?, lo <strong>de</strong>spertó <strong>de</strong> un<br />

profundo sueño.<br />

La voz <strong>de</strong> un hombre gruñó como respu<strong>esta</strong>, agria, amenazadora.<br />

Intentó incorporarse. Tenía que ayudar... proteger... Las náuseas<br />

lo abrumaron. Volvió a caer hacia atrás.<br />

Le llegaban fragmentos <strong>de</strong> una conversación entrecortada.<br />

«Compruebe los documentos. Sir Jasper y yo... un acuerdo... Él<br />

me lo prometió.»<br />

Conocía su voz... no sabía por qué, pero <strong>el</strong> sentido <strong>de</strong> lo que<br />

<strong>de</strong>cía... no lograba enten<strong>de</strong>rlo. No podía... Maldita sea, no se<br />

acordaba.<br />

Se apretó las sienes con las manos, tratando <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener las<br />

punzadas, y tocó vendas. ¿Vendas? Cerró los ojos. Las voces se<br />

<strong>de</strong>svanecieron...<br />

43

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!