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—Con la suerte que tengo, sería de los que me pasarían por
encima con el caballo sin mirar siquiera, y allí me quedaría yo...
—¡En un buen montón de estiércol! —terminó Lizzie, y las dos
muchachas se echaron a reír—. No; se pararía, seguro, en particular
estando usted tan bonita, con el pelo to elegante. —Lizzie
le echó una ojeada crítica al cabello de Maddy—. Me ha salido
muy bien, creo.
Maddy se llevó una mano al cabello recién peinado. Lizzie
practicaba con ella.
—Buen trabajo, Lizzie. Te convertirás en la perfecta doncella
de alguna dama.
—Ojalá, señorita Maddy. Estoy hasta la coronilla de ordeñar
vacas. Y usted será una guapa esposa pa algún caballero, creo.
—Siempre que no averigüen que no tengo dónde caerme muerta...
—Maddy se rió—. Además, no estoy convencida de que un
marido merezca la pena.
La risa se borró de la cara de Lizzie.
—Ahí lleva usted razón.
Rápidamente, Maddy le lanzó una mirada culpable.
—Ay, Lizzie, perdona. No pretendía...
Había hablado sin pensar. Lizzie tan sólo llevaba casada cuatro
meses cuando su marido se fue a la ciudad con todos los
ahorros y ya no volvió más.
Lizzie se cubrió la cabeza con un chal y, con voz enérgica,
dijo:
—No se preocupe por mí; tie usted razón. Dar gato por liebre,
eso es lo que es el matrimonio. No sabes lo que ties hasta
que es demasiado tarde. Problemas, eso es lo que son los hombres,
ya lo creo, aunque los problemas con dinero... bueno, así es
más fácil.
Maddy asintió con la cabeza en un gesto mecánico. Pero no
estaba de acuerdo. Los problemas con dinero eran lo peor. Y
precisamente para evitarlo estaba allí, viviendo en una destartalada
casita de campo. Pero eso no lo sabía Lizzie.
Nadie lo sabía. Maddy no se atrevía a revelarlo.
—Me voy —dijo Lizzie—. Esa tormenta estará aquí dentro’e
unos minutos. A ver si llego a casa sin ahogarme. Gracias otra
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