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quedar a dormir y con la excusa nos hacemos un insuperable<br />
y entrañable programa doble de terroristas navideños.<br />
He dado tres mordiscos a mi hamburguesa y comido<br />
unas ocho patatas cuando en el móvil empieza a sonar<br />
New York, New York, en versión de Frank Sinatra, tampoco<br />
es que conozca otra, y eso sólo puede significar una<br />
cosa: que me estás llamando. Dejo la bandeja atropelladamente<br />
sobre la mesa, cojo el mando y al mismo tiempo<br />
que descuelgo intento dar con el botón del mute para silenciar<br />
la televisión y tragarme de golpe, casi sin masticar,<br />
un trozo de hamburguesa.<br />
-¡Hola, princesa!<br />
-Hola, amor. Qué tal –cuatro palabras, catorce letras y<br />
puedo detectar una remota y muy, muy ligera sombra de<br />
pesar en tu tono de voz. Soy como esos enólogos que con<br />
un pequeño sorbo de vino son capaces de determinar que<br />
había comido el tío que plantó la vid dos días antes de<br />
hacerlo. Y es que ya son muchos años a tu lado y todo este<br />
tiempo de estrecha convivencia me ha servido, entre otras<br />
cosas, para ser capaz de desentrañar, en cada leve inflexión<br />
de tu voz, el pequeño mensaje subliminal que subyace<br />
tras ella; para establecer una relación directa entre la<br />
forma en que modulas la voz, entre el tono y la cadencia<br />
con que pronuncias cada una de las palabras y tu auténtica<br />
estado de ánimo. Es lo que <strong>tiene</strong> vivir siendo consciente de<br />
que tu salud mental es una fina y muy frágil pompa de<br />
jabón que se puede quebrar con el tenue suspiro de La<br />
Otra Persona. Para algunos esto es el Amor; para otros,<br />
mucho más cínicos o tal vez simplemente más descreídos<br />
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