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gradas por todos los insignificantes desgraciados que
abundan en estos días, por todos los desheredados y desterrados
para siempre de la Tierra del Amor y la Concordia.
Y su cometido no sería otro más que limpiar las calles de
desaprensivos como estos dos jóvenes y hermosos enamorados.
Y este era, más o menos, mi verdadero estado de
ánimo cuando me adentré en el bulevar del Paseo del
Prado unos minutos después de las dos de la mañana. Y
toda la culpa era tuya. A ti, sólo a ti, Sara Lenzi, te responsabilizo
de que la noche del veinticuatro al veinticinco de
diciembre de 2010, yo tuviese tantas ganas de matar a todos
aquellos con los que me cruzaba como de dejarme
atropellar por un taxista kamikaze.
Nochebuena de 2010, unas horas antes.
Llego a casa pasadas las tres de la tarde. Ha sido una
mañana agotadora, con decenas de clientes indecisos,
clientes de los no habituales en busca de sus regalos navideños,
con poco presupuesto pero millones de preguntas.
Además, aún tenía que colocar un par de pedidos y me
había hecho el firme propósito de reordenar la zona de las
camisetas. Por si todo esto fuera poco, Juanma ha aparecido
por la tienda diez minutos después de que abriese y se
ha ido cinco minutos antes de que cerrase y en todo ese
tiempo no ha dejado de parlotear y si bien es cierto que a
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