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Nunca he sido un héroe.
Vale, sí, una vez agarré del brazo a un niño que se
precipitaba a la calzada justo en el momento en que pasaba
un autobús. La muy atribulada y despistada madre me
abrazó, regañó al niño, me besó, regañó al niño, quiso recompensarme
con algo que pensaba sacar de un enorme
bolso y que con los nervios no fue capaz de encontrar,
supongo que sería dinero; volvió a regañar al niño que a
esas alturas ya lloraba desconsoladamente, imagino que en
parte por los gritos de su madre pero sobre todo por la
impresión de haber vivido una experiencia tan cercana a la
muerte sin haber llegado siquiera a empezar la escuela
primaria, sin haber besado aún a una chica. Al final de
tanto grito y tanta reverencia, la madre se despidió de mí
abrazándome, besándome sonora y efusivamente en la
mejilla y estrechando mis dos manos entre sus dos manos
en una suerte de confuso maremágnum de dedos, uñas y
sortijas. Después agarró con violencia al niño de un brazo
y se alejaron y me pareció que todavía continuaba
regañándole aunque esto último ya no puedo jurarlo. Por
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