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Williamsburg? ¿Para eso he elaborado una lista de cinco<br />
sitios donde podría recluirme a esperar el Fin del Mundo<br />
en caso de que la Debacle se consumase y hasta del<br />
montón de cosas que aún hay por la casa que me recuerdan<br />
a ti y que inexorablemente habrían acabado ardiendo<br />
en una pira exorcizante? Y todo ello en un lapso de tiempo<br />
no superior a tres segundos, un auténtico prodigio de<br />
agilidad mental que ahora resulta completamente estéril,<br />
vacuo, fútil. No está bien, Sara, cielo, no está bien que me<br />
asustes de esta manera, que generes esta congoja inoportuna<br />
y definitivamente desmedida por algo que, siendo<br />
una mala noticia, no deja de ser un problema más o menos<br />
solucionable. Vale, no puedes venir en Nochevieja<br />
pero eso no es como si me fueses a dejarme y… espera,<br />
espera ¿cómo qué no puedes venir en Nochevieja? ¿Por<br />
qué? ¿Qué ha pasado?<br />
-¿Cómo? ¿Por… por… por qué? ¿Qué… ha… pasado? –y<br />
debo aclarar que hago una pausa de lo más dramática después<br />
de cada palabra, como si me acercase muy despacito,<br />
paso a paso, a un abismal precipicio, porque no estoy nada<br />
seguro del terreno que piso, de querer terminar de formular<br />
la pregunta. Sobre todo porque no estoy nada, pero<br />
nada convencido de que la respuesta me vaya a consolar lo<br />
más mínimo. La sombra de este galán trasnochado al que,<br />
ignoro los motivos, desde hace unos segundos me imagino<br />
como una versión hiperanabolizada de Bon Jovi con pelo<br />
corto y jersey negro de cuello vuelto, vuelve a acecharme<br />
desde los más recónditos, oscuros y siniestros rincones de<br />
mi cabeza.<br />
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